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76 años: una temporada para silbar. Ante una visita del cometa Halley

 

Vaya por delante que este no es un artículo exactamente científico, sino una excusa para hablar de un libro realmente bueno. De un libro que es como deberían ser todos los libros, todas las series y todas las películas y si me apuran todas las vidas, un libro bonito: Una temporada para silbar, de Ivan Doig.

 

La novela recrea la vida de una familia de Marías Coulee (Montana) a principios del siglo XX, concretamente durante el curso 1909-10, los días previos a una de las visitas periódicas del cometa Halley a nuestro planeta. El inolvidable profesor Morley les habla a lo largo de todo el curso (ahora se diría que trabajaba transversalmente en el aula) sobre la llegada del famoso cometa. Como es sabido, el cometa Halley nos visita cada 76 años aproximadamente, tiempo de sobra para que el planeta Tierra cambie: del ambiente descrito a los niños de la escuela de 1910 al que yo viví en 1986, cuando era yo el niño que miraba al cielo.

 

En 1910 todavía existía una cierta superstición alrededor del cometa Halley y en algunos lugares del mundo se prohibió salir a mirarlo porque podía emitir gases tóxicos.

 

“He recordado a lo largo de casi toda una vida esos días de 1910 en que el cometa Halley vino a la Tierra (una y otra vez se me ha presentado con su aura en sueños), y su paso por nuestra atmósfera aún me resulta conmovedor. Por el orden terrestre de las cosas, a Marias Coulee y otros pueblos aislados llegó antes que a las áreas populosas del mundo. Los cabreros, los pastores de oveja, los camelleros y los cazadores que acechaban sus presas al alba en los cursos de agua, los más madrugadores de la Tierra, fueron los primeros en avistar su llegada. Y también aquellos a los que sus sueños los habían echado de la cama. Quizá otras personas divisaron la nueva estrella esa madrugada, pero debieron de ser pocas. Una vez que corrió la noticia por las praderas y las sabanas y los desiertos, el portento franqueó las puertas de las ciudades de la mano de los viajeros más indómitos. Los adivinos hicieron fortuna, y los mendigos algunos cuartos. La inquietud se apoderó de las casas reales: se decía que el cometa Halley solía llevarse consigo a los monarcas. El rey inglés Harold II pereció a manos de los invasores normandos tras la visita del cometa en 1066. En esa primavera nuestra de 1910, le rey inglés Eduardo VIII fue enterrado en su enorme ataúd”.

 

Sin embargo, mi recuerdo de Halley es un recuerdo ochentero, rodeado de hombreras y asociado al tango azteca del mundial de México 86 que me regalaron. Imagino que el cometa cambió de 1910 a 1986, pero más cambió el mundo. En el Informe semanal correspondiente he podido ver a Rappel comentando las posibles consecuencias de la visita del cometa. El protagonista del libro tuvo la suerte de ver a Halley y yo también. El periodo promedio del cometa (76 años aproximadamente), combinado con la esperanza de vida del hombre, parecen dar como resultado una probabilidad alta de tener la oportunidad de ver al astro. Aun así, no todo el mundo lo consigue: el propio Jesucristo no pudo hacerlo, ya que el cometa apareció en el 11 a. C. y en el 66 d. C. Este periodo de aparición de Halley es naturalmente aproximado y sujeto a variaciones, tal y como se dice en Una temporada para silbar:

 

“—¿Cualquier noche de estas? –papá alzó la voz–. ¿No se puede ser algo más preciso?

—El cometa Halley recorre en una órbita elíptica casi todo nuestro sistema solar y se muestra ante nosotros cada setenta y cinco años; no tiene hora de llegada como los trenes –dispersó con un gesto de la mano las dudas evidentes de papá–: Vendrá. Nunca ha dejado de venir”.

 

El cometa Halley es ochentero, negro y retrógrado. Desafío al lector audaz a construir una frase coherente con estos tres adjetivos. Su condición ochentera ya ha quedado explicada. Lo curioso o lo que no todo el mundo imagina es su negritud. Porque el cometa Halley es negro, negro, negro, literalmente más negro que el carbón y uno de los cuerpos más negros de todo el Sistema Solar. Naturalmente es el núcleo del cometa el que es negro, siendo lo que vemos cada setentaiséis años el brillo de la cola.

Y es retrógrado porque gira en el sentido inverso a como lo hacen la mayoría de cuerpos celestes en el Sistema Solar.

 

Otra cuestión que planea sobre todo el libro es el hecho de que Mark Twain (probablemente tras Edgar Allan Poe el escritor norteamericano más exitoso, a la altura de cualquier europeo de la época) naciera y muriera con respectivas apariciones del cometa Halley.

 

“Sin embargo, tanto en el sueño como en la vigilia, hay situaciones en que uno no puede dejar de rumiar el significado de las cosas. Y yo no podía evitarlo en esta, por mucho que Morrie repitiera que era una coincidencia. El hecho de que Mark Twain hubiera venido al mundo con el cometa Halley y se hubiera marchado con él trazaba un paréntesis en el firmamento que daba mucho que pensar”.

 

No es el único escritor nacido y muerto en años con respectivas apariciones de Halley, en el siguiente intervalo (1910-1986) le ocurrió lo mismo a Jean Genet. Y podría ocurrirle lo mismo a los escritores nacidos en 1986. Sinceramente, me haría ilusión volver a ver al cometa Halley, y si no fuera supersticioso diría que me veo con posibilidades de verlo con 86 años. En cualquier caso, precaución a los nacidos en 1986: Lady Gaga, Sergio Ramos, Rafa Nadal, Radamel Falcao…

 

En estos días en que hemos contemplado casi en directo el aterrizaje del módulo Philae sobre el cometa 67P, cuyo nombre parece salido de El Principito, conviene recordar que el cometa realmente nuestro y al que debemos ser fieles es el cometa Halley.

 

 

 

 

José María Rodríguez Matarredona es asesor del Centro Regional de Formación del  Profesorado de Castilla-La Mancha. En FronteraD ha publicado Etimología y geografía de la tabla periódica. Una propuestaPremios Nobel y familia (crítica y defensa de Google) y Vértigo (el gran grupo cuásar). Mantiene los blogs literaturaconciencia y Herodes pedagogo

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