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Mientras tantoFiguras de cera

Figuras de cera


 

No sabe por qué, uno imagina a la reina Letizia muy enfadada poniendo orden en el museo de cera después de ver las dantescas imágenes de su familia, que sería una forma muy Real, por representativa, de empezar a poner orden en España. Claro que el orden no puede hacer mucho en el carácter de un pueblo, menos en el de éste, tan caprichoso, el cual acabaría por salir de otros modos, como el agua. El agua destruye presas y levanta el parqué de los pisos provocando desgracias y trastornos y es como el carácter español, actualmente desbocado y expositor de conductas heterogéneas, relativas, casi todas producto de impulsos (o de falta de ellos), viscerales y sin diques (esas cosas de Franco) ni llaves de paso que regulen “el bien más preciado”, casi tanto como la democracia. Quizá el “artista” responsable de este museo de cera no debiera estar allí, como Casillas en la portería, ambos ya casi legendariamente conocidos por sus yerros. Pero si Zetapé y Blesa o Fernández Villa, por poner sólo algunos ejemplos notables, estuvieron en sus respectivos lugares, ¿cómo sugerir embalses para esta nimiedad? De estos tres individuos hay mucha gente que guarda una extraordinaria concepción, como de Íker, “el mejor portero del mundo”. El orden (y la razón), en España es “un concepto discutido y discutible”, sentencia del ínclito expresidente que podría catalogarse como su mayor aportación a la patria, extendida a todos los confines de la misma y a todos los conceptos. Hay Zetapés y Blesas y Fernández Villas por todas partes. Individuos relativizadores como apisonadoras de valores que hoy tiemblan ante Pablo Iglesias, esa nueva especie surgida del caos relativista, una evolución humana natural producto de la esponjosidad del carácter, y como consecuencia del sistema, que se ve invadido hasta por virus mortales. Ya que no se puede contar con los gobernantes, la casta de Pablo, ese Mad Men vestido de jipi en vez de en Brooks Brothers, a uno sólo le queda poner sus miras, casi todas sus fútiles esperanzas, en el imaginario gesto de una reina indignada como ocupada por su aspecto, y que un día fue pueblo y por ello quizá se acuerde de que aquí abajo se piensa que alguien que hace figuras de cera como las del museo de Madrid no debería hacer figuras de cera (a no ser que el objetivo sea lo kitsch, como en la política) en lugar de sobrevivir a la mofa, convertida en recurso e idiosincrasia, el ridículo como marca e imagen o representación, de los españoles.

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