A la caza de setas en Chueca

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La familia llega a las 13:30 al Cisne Azul, un restaurante ubicado en la calle Gravina a pocos metros de la Plaza de Chueca, y conocido por ser uno de los mejores sitios de Madrid para comer setas. La familia, suegra incluida, esperan en la acera de enfrente a que L compruebe si hay alguna mesa disponible. El lugar no hace reservas y suele estar lleno a la hora de la comida. L habla con Miguel, camarero e hijo del dueño del negocio, para explicarle que son cuatro comensales, pero que necesitan espacio para acomodar el cochecito donde S duerme plácidamente tras comerse un potito. En menos de un minuto, Miguel ya tiene todo dispuesto para que pueda sentarse la familia. Julián, el dueño, también les recibe: “la familia crece”, dice.

 

Ojean la carta, piden la bebida, pero D sugiere a L que antes de elegir los platos le enseñe a M y a E, la suegra, las setas que se exhiben en la vitrina refrigerada que está muy cerca de la mesa que han ocupado. M va encantada, quiere ver las “setas del bosque”, recordando una canción que le enseñaron en la guardería. La niña elige unos boletus y E se decanta por los cantharellus y L, las flores de calabaza. Cuando regresan a la mesa, D, que ya ha echado un vistazo a los platos de la carta, le pregunta a Miguel por la ensalada de pamplinas, el chico le responde que crecen en un manantial. D le comenta a M que parece un plato de las hadas del bosque, M se sonríe y repite la palabra “pamplinas”, porque le parece muy graciosa. M opina que es buena idea probarlas. Como buenos carnívoros, D y L piden para completar la comida un solomillo, al punto.

 

El lugar es pequeño, así que desde la mesa se ve la barra donde se prepara toda la comida. Un hombre alto es el encargado de poner los ingredientes en la plancha. El olor impregna todo el local y sirve como aperitivo olfativo para los comensales. M se toma un vaso de leche fría, observa un cartel o póster con fotografías de hongos, que está colgado en una de las paredes. Su papá lee que son setas que no comestibles. Antes de que termine de decirle los nombres de cada una, llega la ensalada de pamplinas con tomate, trocitos de cebolla y piñones. D le sirve un poco a M, ella vacila al principio, sin embargo, al final la prueba y dice que le gusta mucho, que es refrescante. Mientras se sirven la ensalada, llegan las flores de calabaza y los cantharellus también con huevo. Todo está exquisito. La madre de L está encantada, le gustan mucho las setas y para ella es una novedad lo de las flores de calabaza. M también las prueba, aunque prefiere la ensalada. 

 

S se despierta cuando Miguel pone sobre la mesa los boletus y la carne. Aunque haya comido, al niño le encanta comer junto a los demás. Su madre le ha llevado un potito de frutas, pero S ve el pan en la cesta y le pide. El niño se entretiene mordiéndolo con sus cuatro dientecitos. M come la carne que su padre va troceando para ayudarla a masticar mejor. Mientras come, juega a mirarse en el espejo que cubre parte de la pared. La pareja agota la botella de vino rosado, mientras la abuela hace lo mismo con su cerveza sin alcohol.

 

Son las 2:20 y ya no hay mesas disponibles. En la barra se van juntando los grupos de personas que esperan un lugar para almorzar. La familia termina la comida. D pide un americano, las mujeres no pueden más, prefieren esperar un poco, caminar y tomarse un café en otro lugar. D y L saben que ha llegado la hora de marcharse, algunos clientes empiezan a encender sus cigarrillos post comida y hay que sacar a los niños. L se despide de Miguel y Julián, les agradece la buena atención. 

 

Salen del local rumbo al paseo de Recoletos. Mientras caminan hacia Atocha se encuentran con seguidores del Inter y el Bayer que van en dirección al estadio Santiago Bernabeu. Los italianos ondean banderas y cantan, parecen saber que en pocas saborearán el triunfo.