Mientras la brutal guerra civil en Siria continúa, miles de familias siguen cruzando en masa las fronteras, buscando seguridad en los países vecinos. Los niños se han visto obligados a refugiarse en escuelas abandonadas, establos, edificios a medio construir
“Mis hermanos tienen frío. Mis dos hermanos más pequeños no saben decir muchas palabras todavía, pero saben cuándo tienen frío, y dicen esa palabra: frío. Conocen esa palabra. Conocen el frío». Rami, 11 años.
“Si como padre no mantuviera unida a mi familia y tratara de guiarles lo mejor que puedo, dándoles sustento y criando a mis hijos lo mejor que puedo… Si no hiciera esto, nos moriríamos de frío”. Bilal, padre de Rami.
Estas dos citas son de un padre y su hijo, ambos refugiados sirios que ahora viven en una tienda de campaña en mitad de un desierto barrido por el viento en Jordania. Rami es solo uno de los más de 200.000 niños en toda la región dejados en la intemperie mientras las temperaturas caen en picado.
Mientras la brutal guerra civil en Siria continúa, miles de familias siguen cruzando en masa las fronteras, buscando seguridad en los países vecinos. Los niños se han visto obligados a refugiarse en escuelas abandonadas, en establos y en edificios a medio construir. Algunos se alojan en apartamentos que ya no pueden permitirse, mientras que otros están confinados en los campos de refugiados, viviendo en tiendas con fugas.
Save the Children está trabajando en estos países, proporcionando ayuda directa y socorro a más de 80.000 personas que viven ahora en Jordania, Irak y Líbano. Hemos hablado con estas familias y hemos escuchado sus historias de primera mano sobre cómo están sufriendo los niños y cómo los padres están tomando medidas cada vez más desesperadas para mantenerlos con vida, mientras las necesidades van en aumento, las temperaturas caen y falla el auxilio.
Como su situación se vuelve cada vez más crítica, publicamos este reportaje para permitir que las voces de estos niños y sus desesperados padres sean escuchadas, y se les preste atención antes de que sea demasiado tarde. Debemos actuar todos ahora para asegurarnos de que las familias reciben la ayuda que tan urgentemente necesitan para que al comenzar el invierno estos niños no se queden sin techo.
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Decenas de miles de niños y niñas sirios refugiados no tienen acceso a la educación. Decenas de miles de niños y niñas que han huido del conflicto en Siria hacia países vecinos, como Líbano, Jordania e Irak, no pueden ir al colegio y se espera que esta situación empeore porque el número de refugiados aumenta constantemente. Sólo en Líbano hay más de 40.000 niños y niñas sirios que no pueden ir a clase. Aunque el número real de niños afectados puede ser mucho mayor, ya que muchos de los refugiados no están registrados.
“La demanda de educación se ha disparado en toda la región, con miles de familias desesperadas por conseguir que sus hijos tengan una plaza en el colegio, pero no hay colegios suficientes para acoger a todos los niños y no hay fondos suficientes para cubrir los costes de su educación”, nos cuenta Amy Mina, la directora de Save the Children en Irak. “Estos niños han pasado por cosas horribles y necesitan urgentemente la estabilidad que la educación les proporciona, para que recuperen su máximo potencial”, añade Amy.
Actualmente hay unos 350.000 refugiados sirios en países vecinos y se esperaba que a finales del año pasado la cifra superara los 700.000. Más de la mitad son niños. Muchos de ellos pueden perder un año entero de colegio después de haber vivido bajo bombardeos, sin comida suficiente y presenciando asesinatos de familiares.
Las familias de refugiados tienen entre sus prioridades más urgentes la educación. Hay algunos niños que llevan ya año y medio fuera del colegio. Cuanto más tiempo estén sin acceso a la educación, más difícil será para ellos volver a clase, corriendo el riesgo de formar parte de una generación perdida.
Doa´a, de 13 años, lleva meses sin ir al colegio. Tuvo que abandonar su casa en Siria por la violencia y ahora vive en un diminuto apartamento con su madre, sus hermanas y su sobrina recién nacida en Líbano. No olvida sus últimos días de colegio. “Estábamos en clase y de repente pasó un coche y empezó a disparar al aire, tiraron un misil que explotó justo en medio del patio. Estábamos aterrados. Miramos por la ventana y había hombres armados por todas partes. Hasta que no se fueron no salimos del colegio”, cuenta Doa´a. “Llorábamos todo el rato. Un día un misil cayó en nuestro vecindario, en la casa de al lado. Se rompieron los cristales de nuestra casa y al salir vimos que había muerto un montón de gente. Aquí no salimos de casa, no conocemos a nadie. Echo de menos mi colegio y mis amigos y al resto de mi familia, que no puede venir porque las carreteras están bloqueadas”.
En Líbano y Jordania, con el apoyo del Fondo de Naciones Unidas para la Infancia, Save the Children está ayudando a matricular a más de 14.000 niños y niñas en las escuelas, además de ayudarles con material escolar y becas para los padres que no pueden pagar las tasas. En Irak, también trabajando junto al Fondo de Naciones Unidas para la Infancia, coordinan actividades escolares para que los niños tengan un lugar seguro y supervisado donde jugar cuando no van al colegio.
Aunque estos esfuerzos suponen un gran avance en la situación los niños refugiados, las escuelas están saturadas y los fondos de las agencias, como Save the Children, son limitados. El invierno ha comenzado su expansión glacial en toda la región, pero mientras crecen los vientos helados y las lluvias torrenciales y las temperaturas comienzan a caer en picado, la financiación que se necesita para cubrir las necesidades de la mayoría de los que están en riesgo simplemente no llega.
Los sorprendentemente bajos niveles de ayuda significan que los niños y sus familias se están enfrentando al invierno sin el apoyo suficiente. El llamamiento a la ayuda humanitaria en Siria solo ha recaudado un 50 por ciento, mientras que la respuesta para los refugiados ha recaudado solo un 51 por ciento.
Cuando comienza el invierno, los que son más vulnerables no deben ser abandonados y dejados a su suerte frente a las heladas temperaturas. Save the Children está trabajando en ampliar las operaciones de socorro para los refugiados sirios en toda la región, proporcionando cobijo del frío y distribuyendo ropa de invierno, mantas y otros materiales para dar calor a los niños. Con un déficit de ayuda actual de 200 millones de dólares para dar socorro a los refugiados, estos esfuerzos se ven ahora gravemente amenazados.
En todo Irak, Jordania y Líbano —donde Save the Children está trabajando— las frías temperaturas unidas a las granizadas y los fuertes vientos plantean un enorme desafío para los refugiados que ya tienen unas condiciones de vida extremadamente difíciles.
Esta recopilación de testimonios y de fotografías expone algunos de esos problemas a los que se enfrentan las familias mientras se preparan para sobrevivir a un invierno cruel, en la intemperie.
“Nos ponemos enfermos y mi padre no nos consigue medicina porque no tiene dinero”, dice Sarah, de 6 años.
“Hace mucho frío aquí. No tenemos alfombras”, dice Esma, de 7 años.
Ali (11 años) ha estado viviendo en una escuela abandonada en el norte de Líbano durante cerca de dos años. Ahora se aproxima el invierno y Ali y su familia podrían verse obligados a dejar su nuevo hogar.
“No soy nada feliz. Nos encantaría volver a Siria”.
“Cada día que pasamos aquí tenemos que pagar 1.000 libras [libras sirias, unos 10 euros] por el combustible. Tenemos que pagar por usar el pozo, porque no tenemos agua”.
“Necesitamos comida. Y ropa. Todo, todo”.
“Necesitamos combustible. ¿Cómo vamos a calentarnos? No tenemos nada con qué calentarnos. Necesitamos combustible y mantas y ropa”.
“Ni dinero para ropa, no tenemos”.
“Tenemos una manta. No tenemos nada más. Nos dieron una manta y somos tres. ¿Cómo nos va a servir? ¿Cómo nos va a calentar?”.
“Cuando nos tapamos con la manta, no nos llega. Nos estamos poniendo enfermos”.
“Me duele el estómago y tengo diarrea por culpa del frío. Me estoy poniendo enfermo”.
“Necesito ropa que ponerme. No tenemos nada. Mira lo que llevo puesto. No tenemos nada”.
“Mis padres no tienen dinero, no tienen nada. ¿A quién debería pedirle ropa? Le pido cosas a mi abuela, pero tampoco tiene dinero. No tenemos dinero para comprar galletas. Necesitamos ayuda porque nos van a echar de aquí. Necesitamos que alguien nos ayude. Nos echarán a la calle. No tenemos adónde ir”.
“No tenemos muchas mantas”
“Creo que llevo aquí un mes. Hace mucho frío. No tenemos gran cosa. Como ropa de abrigo solo tengo este pijama, y otro más. No tenemos muchas mantas”, dice Mira, de 13 años.
“El frío me da mucho miedo. Dicen que el invierno aquí es muy duro. Aquí estamos en la quinta planta, y te congelas. Si queremos calentar nuestra casa, no podremos respirar”, dice. Su madre explica que la única manera de asegurarse un poco de calor en el apartamento, que no tiene calefacción, es encendiendo un fuego en mitad de lo que se ha convertido ahora en un salón de estar compartido con las diferentes familias que cohabitan allí. Aunque ayuda a dar un poco de calor, el fuego hace que el salón se llene rápidamente de un espeso humo gris, asfixiando a sus hijos y obligándoles a salir al balcón, exponiéndoles de nuevo a los vientos fríos que trae el inminente invierno.
Mira también teme el invierno que se acerca, en particular los aguaceros helados que ya han empezado a caer sobre su nuevo barrio. “Tengo miedo de ir al colegio con las lluvias, porque no tengo ni siquiera una chaqueta y mis zapatos se calarán”.
“Tengo miedo de coger frío, y de que mis hermanos y hermanas cojan frío. Cuando me pongo mala, me pongo muy mala; la última vez que me acatarré, me desperté en mitad de la noche sin poder respirar. Tenía la nariz taponada y me desperté porque ya no podía respirar. Mis hermanos y hermanas han cogido frío también, y solo tienen una manta cada uno. ¿Cómo va a bastar con eso? Mi hermano pequeño es el que peor lo está pasando. Cuando tiene frío por la noche, viene a dormir a mi lado, para poder calentarse. Le abrazo y le ayudo a que se duerma otra vez. Comparto mi manta con él”.
Rima, de 32 años, tiene cuatro niñas y dos niños. Es la madre de Mira. La familia ha vivido en Jordania durante tres meses, en un pequeño apartamento vacío compartido con los parientes de Rima. Ahora viven un total de 26 personas; todas ellas huyeron del creciente conflicto en Siria. “Calentamos la casa quemando madera. Eso hace toser a los niños. Salen a buscar madera fuera, cerca de casa”.
“Desde que mi hijo aprendió a usar el baño, dejó de mojar la cama. Eso fue hasta que llegamos aquí. Ahora, moja el colchón cada noche. Se despierta cada noche, diciéndome que tiene frío, y pidiéndome que lo tape. Estoy muy preocupada por mis hijos. Me preocupaba por ellos en Siria, y ahora me preocupo por ellos aquí. Me preocupo por ellos por todo. Lo más importante que necesitamos ahora es calentar este sitio, para que mis hijos vuelvan a estar calientes, y ropa de abrigo. El otro día (…) salimos a la lluvia, y llenamos todas las ollas y contenedores que teníamos con agua de lluvia. Con eso es con lo que lavamos a nuestros hijos. En Siria, todos se lavaban una vez al día y todos se cambiaban de ropa, también la ropa interior. Ahora solo podemos lavarnos una vez cada pocos días, y solo tenemos un conjunto de ropa para cambiarnos. En Siria, mis hijos necesitaban dos o tres capas de ropa debajo de la chaqueta, y tenían manoplas y gorros para abrigarse. Ahora mismo no tenemos nada de eso. Necesitamos calefacción, ropa de abrigo y agua caliente. Lo que siento ahora mismo es miedo porque aquí no puedo dar ni siquiera una parte de lo que les daba a mis hijos en Siria”.
“No hay ser humano que pueda soportarlo”
“Esta situación, créame, no hay ser humano que pueda soportarla”. ES IMPOSIBLE», dice Ahmed, de 46 años, padre de cinco hijos. Tuvo que huir de su país natal hacia el vecino Líbano cuando estalló el conflicto en la ciudad donde él y su familia vivían. Refugiado ahora en el norte de Líbano, Ahmed y su familia han pasado el último año viviendo en un cobertizo para ovejas que, tras días de limpieza, sigue oliendo a ovejas y estiércol.
“Nos fuimos cuando la batalla llegó a nuestro barrio. Tenía mucho miedo por mis hijos. Cuando nos fuimos, tuvimos que atravesar los bosques, tratando de permanecer ocultos por las noches. Mis hijos no podían dormir. Veían cosas, imaginaban cosas que no estaban ahí”.
“Estamos viviendo en terribles condiciones. Es duro. Hace frío. La situación es mala. Ahora está empezando a llover, y el agua se filtra adentro. No lo llevo bien, nosotros no vivíamos así”.
“Lloro por dentro. Me siento deprimido. Es injusto. ¿Se puede vivir aún peor?”.
“Nuestra situación es terrible hasta el extremo. No esperábamos que hubiese seres humanos que pudieran vivir como nosotros estamos viviendo”.
“Soy licenciado en Derecho. Nosotros no vivíamos así”.
“Me encantaría ver a mis hijos como niños normales, como a todo el mundo le gusta ver a sus hijos. ¿Hay alguien que quiera ver a su hijo en la calle? Nosotros no hemos echado a nuestros hijos a la calle. Nos vimos obligados a vivir así. Mis hijos necesitan de todo. Necesitan ropa. Necesitan calor. Necesitan atención médica”.
Nadia, de 30 años, tiene cuatro hijos. Zahra, la más pequeña, solo tiene cinco meses. Sus otras dos hijas, Hela y Shahad, han empezado a toser. Están viviendo en un edificio vacío en el norte de Líbano, donde se han refugiado tras huir de la creciente violencia en Siria. Con la llegada del invierno, esta madre teme cada vez más por la salud y el bienestar de sus cuatro hijos. “Nos fuimos porque estaban bombardeando nuestro pueblo. No nos atrevíamos a dormir en nuestras casas. La casa de nuestros vecinos estaba destruida hasta los cimientos. Escapamos y vinimos aquí. Huimos aquí, mis hijos pequeños y yo. Yo estaba embarazada. Han pasado ocho meses. Vivimos en la intemperie. No tenemos mantas, ni siquiera comida para el bebé. La vida es dura aquí. Hace mucho frío. Tenemos miedo de pasar hambre. Tenemos miedo del invierno (…) todos mis hijos están enfermos”.
Nadia, bajando la mirada hacia el bebé Zahra, en sus brazos, dice: “Esta es mi hija. Está enferma. Tiene cinco meses y no debería estar en una habitación así. Hace mucho frío. No hay nada para calentarnos. No tenemos sistema de calefacción. No tenemos chimenea ni gas. Si queremos calentar algo, encendemos un fuego fuera. Si quiero bañar al bebé, tenemos que encender un fuego, calentar el agua fuera y después bañarla. No estábamos así en nuestro país. Nosotros no elegimos irnos. Estamos obligados a vivir aquí. No es nuestra decisión. Queremos volver a nuestro país lo antes posible, porque nuestras condiciones son mejores allí. Éramos felices y estábamos a gusto en nuestro país. Pero huimos de los bombardeos. Estamos demasiado asustados. Esa es la razón por la que vinimos”.
Pero hallar un alivio del conflicto no ha garantizado una existencia segura para Nadia o sus hijos. Sin ingresos y a punto de quedarse sin dinero, Nadia no puede comprar comida, leche, ropa de invierno o mantas para mantenerlos calientes y sanos. “No puedo comprarles mantas con mi propio dinero. Me siento débil porque no puedo ofrecerle nada a mi hija. Tiene cinco meses, no sabe nada. Soy la que se supone que debe ofrecerle lo que necesita. Tiene cinco meses, es demasiado pequeña todavía”.
“No quiero nada para mí”
“No quiero nada para mí, pero quiero que mantas para mi hermana pequeña. Tiene tres años y está muy enferma. Llora y tiene dolores. La quiero, así que no puedo verla llorar”, dice Ahmed, de cinco años.
“La más pequeña de mis hijas no puede dormir por la noche a causa del frío. Le provoca dolores, así que llora toda la noche. El centro de salud del campo no puede ayudarla. Me rompe el corazón, pero no puedo hacer nada para ayudarla”, dice Ismail, padre de Ahmed.
Ahmed y su padre viven en un campo de refugiados en Al Qaem, en Irak. La hermana pequeña de Ahmed ha enfermado a causa del frío y la familia no tiene las mantas, la ropa o las medicinas para cuidarla y que recupere la salud.
Rami, de 11 años, ha vivido en un campo de refugiados en Jordania durante dos meses, desde que huyó de su Siria natal. Vive ahora en las dos pequeñas tiendas de campaña que su padre ha unido intentando mantener caliente a su familia y darles cierta comodidad mientras tratan de reconstruir sus vidas. Su madre ha empezado a cortar las mantas que recibieron en el campo, y a coserlas otra vez como ropa para los niños, para que les abriguen durante el día y la noche.
“Va a empezar el invierno, y no solo hace frío por la noche, también durante el día. Cuando llovió la semana pasada, el agua se filtraba en nuestra tienda. Al levantarnos nos encontramos agua en toda la parte delantera”, dice Rami. “Cuando llueve sientes el frío de verdad. Eso es malo. Es fácil ponerte enfermo cuando estás todo el tiempo congelándote. Cuando un niño se pone enfermo, sus padres se preocupan mucho. Tienen que pagar las medicinas y a veces las inyecciones para que sus hijos se pongan mejor. Cuando hace frío, llevamos la ropa que nuestra madre nos ha cosido, uniendo mantas viejas. Una de las mantas la trajimos de Siria, y el resto las conseguimos aquí. Mi madre nos obligaba a llevar guantes en Siria. Va a hacerlos también, y también nos va a hacer calcetines y gorros. Saca todo de las mantas que tenemos. Pero se nos acaban porque mi madre las usa para hacer pijamas, para que podamos estar calientes. Cuando hace frío, nos ponemos el pijama y salimos. Corremos alrededor y hacemos mucho ejercicio para mantener el calor. Pero nos cansamos cuando hacemos ejercicio. Llegamos a cansarnos mucho (…) después volvemos a entrar. Lo primero que siento cuando hace más frío afuera es que mis manos empiezan a enfriarse. Mis amigos y hermanos cogen frío también. Mis dos hermanos pequeños no saben decir aún muchas palabras, pero cuando tienen frío, dicen la palabra frío. Saben decir esa palabra. Saben decir mamá, papá, solo unas pocas palabras. Pero saben decir la palabra frío”.
“No puedo ir al baño a lavarme, porque el agua de la ducha sale muy fría. No me he lavado en diez días (…) Aquí no me siento a gusto”, dice Noura, de 6 años.
Shaimaa, de 27 años, tiene seis hijos y está embarazada de siete meses. Mientras su marido se quedó en Siria intentando ganar dinero, ella huyó al campo de refugiados de Za’atari en Jordania, donde vive en una pequeña tienda con sus hijos, de los que ha cuidado sola desde que su familia abandonara Siria hace tres meses.
“Ahora está empezando a hacer frío. Ha hecho más en los últimos días”, dice Shaimaa. “Escapamos de Siria muy deprisa. Solo pudimos traer algunas cosas, pero no es suficiente. Aquí nos han dado algunas mantas pero son demasiado finas. Por eso, tuve que salir a buscar por el campo las mantas que pudiera encontrar. Las recogí incluso de los cubos de basura; las habían dejado personas que se habían marchado del campo. Las lavé lo mejor que pude, y las usé para mis hijos, para darles calor”.
El momento más duro es cuando anochece
Shaimaa explica que el momento más duro del día es cuando anochece, cuando se pone el sol, llevándose consigo el calor del día: “Cada día, a las cinco de la tarde, tenemos que volver a la parte más interna de la tienda, y cerrar todo para que no pase el viento. Nos cubrimos con las mantas y nos calentamos. A veces por la noche voy con mis hijos a la tienda de mis padres, que tienen una estufa eléctrica, para que se pongan alrededor hasta que se calienten, y después los traigo de vuelta y los meto en la cama antes de que se enfríen otra vez. Lo que más me preocupa ahora mismo es mantener caliente esta tienda”, dice, y recuerda una noche reciente en la que la tienda no bastaba para resguardarse de las fuertes lluvias del exterior. “Estábamos durmiendo y empezó a llover muy fuerte, a diluviar. No podíamos dejar la tienda. El agua se estaba filtrando por los lados, llegando al interior. Empezamos a recoger arena de los laterales de la tienda, de fuera, para que el agua no nos inundara”.
Pese a todos sus esfuerzos por mantener a sus hijos resguardados del frío, Shaimaa reconoce que está librando una batalla perdida. “Mis hijos se quejan del frío, tienen diarrea, fiebre y a veces vomitan. Ahora incluso algunos se están resfriando, y no paran de toser. Mi hija más pequeña, Nissrine, lleva enferma alrededor de un mes. A veces tiene fiebre. Tiene frío, y tose todo el tiempo. Las mantas no son suficientes. Mi hija consiguió la camiseta que lleva puesta en un reparto de ropa de verano, pero el resto hemos estado llevando la única ropa que trajimos cuando partimos, la que llevábamos puesta y otro juego cada uno. Nada más”. “Mi hija pequeña, sobre todo, necesita más ropa”, explica Shaimaa. “A veces sus dos camisas están sucias a la vez, y no tiene siquiera otra que ponerse. He podido comprar calcetines, un gorro y una chaqueta para cada uno de mis hijos, pero aún no he podido pagarlos. Estoy recibiendo dinero prestado de mis padres y de otros parientes en el campo, pero tengo que devolvérselo. Estoy intentando salir adelante con lo que tenemos hasta que encuentre trabajo, pero es difícil. Mi marido no quiere que trabaje en mi estado, embarazada de siete meses. Es un gran problema. Lo peor que puede pasar –si nos quedamos sin dinero– es que tengamos que volver a Siria. Al menos allí la casa es más caliente, y podemos encontrar leña para hacer fuego. Pero no sé si mi casa ha sido destruida o no –el mes en que vinimos aquí lo estábamos pasando bajo la tierra–, y mis hijos no podrían soportar el caos y el miedo”.
Embarazada ya de siete meses de su séptimo hijo, a Shaimaa le preocupa cada vez más traer al mundo a su bebé, sabiendo que no podrá proteger a su recién nacido. “Necesitaré que me hagan cesárea, dicen que porque el útero está prolapsado por haber tenido a mis hijos muy seguidos. Es una operación delicada y tiene que haber calefacción, no solo para mí, sino sobre todo para mi bebé. No tengo ropa para él, así que tendré que pedir prestado más dinero, otra vez. Odio ser una carga para nadie, pero no sé qué otra cosa hacer. Necesito ropa para mi bebé”.
Ines, de 8 años, vive con su madre Salwa en una improvisada comunidad de tiendas de campaña en el valle de la Becá en Líbano, a menos de 50 kilómetros de la frontera con Siria. “Tengo frío. He estado tiritando. Cuando llegamos aquí por primera vez hacía buen tiempo. Ahora está lloviendo y tenemos frío. Mis hermanos también. Nos sentamos todos junto a la estufa todos los días y nos calentamos con mantas”.
Cuando llueve, dice Ines, el agua “se mete dentro, y a veces se hacen charcos dentro de la tienda. Intentamos sacarlos, pero después se inunda la tierra de fuera”.
“Tenemos inundaciones alrededor de la tienda, así que ya no podemos salir. No podemos ir al mercado a por pan. No podemos pasear. Si queremos ir a la casa de mi tío, no podemos ir a pie. El lodo nos cubre. Necesitamos botas para poder andar. El techo se está hundiendo. Necesitamos metal para el techo, porque el que tenemos aquí está rajado y el agua se cuela por ahí. Y las almohadas se mojan y se quedan húmedas”.
Mientras la temperatura se vuelve más fría y las fuertes lluvias empiezan a caer a mares, la familia de Ines trata de calentarse con una estufa de leña en la parte delantera de su tienda. A pesar del poco calor que ofrece, el humo que lo acompaña —mezclado con los chaparrones y los vientos helados— ya está afectando a Ines y a su hermano.
“Me duele la garganta, y me siento como si tuviera gripe. Necesitamos medicinas. Mi hermano Suleiman está enfermo por el humo. Se le metió en los ojos. Ahora tenemos que llevarle al médico. Necesitamos ropa de invierno (…) necesitamos estufas (…) incluso ahora, tengo frío”.
“No puedo conseguirle todo lo que necesita. Necesita botas. Necesita una chaqueta. Un paraguas, gorros, cosas así. Siempre postergándolo porque no puedo conseguírselo. Esto es muy difícil para nosotros. Antes podíamos hacer todas estas cosas y ahora no. Es muy difícil. Se me hace realmente difícil. No hay dinero. La situación económica es muy mala”, dice Salwa, la madre de Ines.
“Nosotros podemos tolerar el frío, pero nuestros hijos no. Y los niños van al colegio desde las siete de la mañana. Los llevamos porque todo está lleno de lodo y no pueden caminar sobre el lodo. Van a la escuela llenos de lodo y con los pies sucios. Necesitan botas y ropa de abrigo”.
En una escuela abandonada
Osman, de 14 años, ha vivido en una escuela abandonada en el norte de Líbano durante casi dos años, desde que sus padres decidieran llevarse a sus hijos al otro lado de la frontera ante la escalada de violencia en Siria. Ahora llega el invierno, y la familia de Osman podría verse obligada a abandonar su nuevo hogar. Sin tener otro sitio donde ir, Osman teme que tengan que vivir en la calle, completamente expuestos y sin cobijo.
“Nos mudamos aquí, a esta escuela. Nuestros padres temían por nosotros y nos trajeron aquí. Vivir aquí es agobiante. Vivimos en una habitación pequeña, y tenemos que pagar 200 dólares (150 euros) por ella. Nadie en mi familia trabaja, ni mis padres ni mis hermanos. No conseguimos ni un solo dólar para poder pagar este alquiler. Son 200 dólares. A principios de mes tendremos que irnos y viviremos en la calle. Siento el frío más que antes, porque no tengo chaqueta. No tengo nada que me abrigue. Cuando tengo frío me meto dentro. Tenemos instalada una estufa. Pero no tenemos combustible, así que está de adorno. Nos sentamos junto a ella, pero no nos calienta. ¿Cómo vamos a calentarnos? No podemos comprar combustible. Si tuviésemos dinero, habríamos comprado algo para calentarnos, pero no lo tenemos”.
“Necesitamos combustible para la estufa y ropas que nos abriguen. Solo estas dos cosas. Necesitamos calentarnos. Y ropa, mucha ropa. Cuando tengo frío, no hay nada que pueda hacer. Me siento y noto el frío. Me da dolor de cabeza y no puedo hacer nada”. Osman explica que pese a lo mal que están las cosas ahora, aún pueden empeorar. Le han dicho a la familia que no podrá quedarse en el colegio mucho más tiempo, y que tendrán que marcharse a principios de diciembre. “Tenemos hasta final de mes, y entonces nos echarán. Somos niños. Y ha llegado el invierno. ¿Es justo que estemos en las calles?”.
Líbano
Más de 133.000 refugiados sirios están registrados —o esperando a serlo— en Líbano, aunque se estima que la cifra real se acerca a los 200.000. Esta situación es crítica. No hay campos oficiales de refugiados en Líbano y la afluencia de refugiados no presenta indicios de que vaya a frenar. Muchas de esas familias viven en espacios alquilados, luchando para pagar unos alquileres que no se pueden permitir, por unas habitaciones que muy a menudo están en condiciones lamentables. Otros se quedan con familias de acogida, donde el espacio reducido hace que los refugiados y quienes los acogen se vean obligados a vivir hacinados en habitaciones abarrotadas.
Algunas familias se quedan en edificios sin terminar o escuelas abandonadas, donde las aulas, convertidas en refugios de una sola habitación, están acogiendo a familias enteras, y algunas están viviendo en antiguos establos —cobertizos para ovejas y gallineros— intentando desesperadamente protegerse de los elementos. En algunas partes del valle de la Becá, algunos grupos de familias de refugiados se han unido para crear comunidades improvisadas en tiendas de campaña, con refugios hechos a mano de carteles y lonas.
Casi todas las familias viven en la intemperie, con una protección insuficiente ante las temperaturas que ya han empezado a descender. Save the Children está en el terreno, proporcionando ropa de abrigo, calzado y mantas para los niños y familias en riesgo a causa del frío. Estamos ampliando para llegar a las 58.000 personas, facilitando cajas de herramientas para que arreglen sus refugios y ofrezcan una mayor protección de los elementos, y organizando sistemas de vales y transferencias de efectivo para que las familias puedan comprar hornillos, combustible y otros productos básicos.
Irak
Más de 60.000 refugiados sirios están viviendo actualmente en Irak, la inmensa mayoría en campos de refugiados en la región de Kurdistán, y en la zona de desierto de Al Qaem en Anbar. Las temperaturas en Irak están empezando a bajar peligrosamente hasta bajo cero.
La falta de drenaje en los campos de refugiados hace que cuando llueve, el agua inunde las tiendas, invadiendo el único espacio vital que tienen los niños y sus familias, y empapando sus pertenencias. En un campo de refugiados en Al Qaem las familias se vieron obligadas a dormir en colchones empapados y fríos cada vez que llovía. Los niños se están poniendo enfermos.
Los niños con los que hemos hablado en Irak nos cuentan su desesperación y su temor por el helado invierno que se avecina. Mientras las temperaturas siguen cayendo en Irak, organismos humanitarios como Save the Children se están viendo cada vez más al límite, sin el dinero que sirva para cubrir siquiera las necesidades más básicas en campos como el de Al Qaem. La mayoría de las familias huyó de Siria sin ropa de abrigo, y muchos niños siguen yendo en camiseta de manga corta y chanclas, desprotegidos ante las heladas lluvias y los vientos que ahora golpean las tierras desérticas donde están asentados los campos.
Las duchas de los campos sólo tienen agua fría, y a medida que el clima se vuelve más frío las familias han empezado a evitarlas. Algunos niños dicen que no se han duchado durante semanas, aumentando el riesgo de enfermedades. Los que siguen duchándose con el agua cada vez más helada también se arriesgan a caer gravemente enfermos.
Save the Children está trabajando para cubrir las necesidades básicas de las familias, distribuyendo ropas de abrigo y proporcionando paquetes de ayuda para el invierno creados especialmente para los niños. Nos proponemos llegar a los 15.000 niños y familiares este invierno, y estamos recaudando fondos para equipar las duchas con agua caliente, y organizando programas de trabajo a cambio de dinero que permitan a los padres recibir un ingreso, lo que ayuda al mismo tiempo a mejorar el drenaje en los campos, reduciendo las inundaciones en las tiendas.
Jordania
Más de 200.000 sirios han huido a Jordania, de los que más de la mitad son niños. La mayoría de las familias están dependiendo de la generosidad local para recibir sustento y alojamiento. Unas 30.000 personas viven en campos de refugiados.
La mayoría de las familias en los campos de refugiados están viviendo en tiendas de lona, y en muchas de ellas se filtra el agua en cada aguacero. Cerca de allí, en las comunidades de acogida, las familias están hacinadas en casas de uno o dos dormitorios, a menudo sin agua caliente o calefacción, y con poca ropa de cama o de abrigo que les dé calor. En muchos casos, la pequeña cantidad de dinero que los padres lograron llevarse consigo se les ha agotado, y en algunos casos excepcionales solo les quedan unos pocos billetes.
Es ilegal que los refugiados trabajen, así que estas familias no pueden mantenerse por sí solas. Algunas se están endeudando profundamente para mantener a sus hijos con vida durante el invierno. El alto coste del alquiler, del combustible, de los alimentos y la ropa de abrigo está agravando su miseria.
Los niños están enfermando a causa del frío y el clima húmedo, y las familias no siempre tienen acceso a los medicamentos.
Save the Children está trabajando en los campos de refugiados y las comunidades de acogida. Ya hemos llegado a 50.000 niños y familiares, trabajando para distribuir alimentos vitales, para dar acceso a la atención médica y la educación, y también para ayudar a los niños a recuperarse de sus angustiosas experiencias en Siria. Estamos trabajando para facilitar mantas y ropa de abrigo a los niños —especialmente a los más pequeños, que corren más peligro de sucumbir al frío—, pero no hay suficiente financiación para llegar a todos los que necesitan nuestra ayuda. Mientras la atención y los esfuerzos internacionales se han centrado correctamente en las acciones diplomáticas para poner fin al conflicto, los niños siguen lamentablemente necesitados a medida que el invierno empieza a surtir efecto. La comunidad internacional debe abordar urgentemente el déficit de millones de libras si se quiere conseguir que los niños y sus familias superen el invierno.
Mike Penrose, director humanitario de Save the Children, firma los seis primeros párrafos de este reportaje. El resto ha sido también facilitado a FronteraD por Save the Children a través de entrevistas personales celebradas por miembros de la organización con niños. Ante la imposibilidad de enviar a un reportero a la zona y el valor de los testimonios y las imágenes, optamos por publicar esta historia pese a no ser redactada por un colaborador o miembro de la revista. Muchos de los nombres han sido alterados para proteger la integridad de las familias
Traducción: Verónica Puertollano
Autor: Mike Penrose / Save the Children