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A quién van dirigidas las campañas electorales. Una teoría sobre las clases medias


 

Anoche leí una serie de tuits muy interesantes con reflexiones sobre la política actual y los destinatarios de los mensajes de las campañas electorales. No puedo hacer una captura y compartirla aquí ni decir quién los escribió porque esos mini-textos de 140 caracteres habían desaparecido por la mañana. El autor se habrá arrepentido de haber puesto negro sobre blanco tales ideas y nos preguntamos el porqué. Qué lástima, porque además de tener un gran valor por sí mismos, tenían unos enlaces a artículos interesantísimos.

 

Igual que se han borrado esos mensajes, para los candidatos parecen haber desaparecido las clases sociales. O eso o es que únicamente se dirigen a esa masa informe que antes llamábamos clase media y que, poco a poco, ha ido esfumándose, no porque haya existido materialmente en alguna ocasión, sino porque va haciéndose humo como concepto. Quizás es que siempre fue débil, fue casi una ilusión con la que, es verdad, terminó identificándose prácticamente todo el mundo.

 

Hablamos de esa clase media que era la principal beneficiaria de la escuela o de la sanidad pública que ahora van desapareciendo víctimas de recortes y privatizaciones. Esa clase media que tenía empleo de calidad, que lo perdió durante los peores años de la crisis y que, la que lo va recuperando lo hace pero con condiciones y salarios devaluados. Esa clase media que tenía hijos a los que enviaba a la Universidad pública y que, mal que bien, se iban colocando después de finalizar los estudios, al principio con contratos temporales que luego se iban convirtiendo en algo mejor con un poco de paciencia, una secuencia que ahora ya no se da. Esa clase media que siempre era la primera en beneficiarse de las recuperaciones económicas después de crisis que muy pocas veces le afectaban de verdad hasta el punto de perder esa conciencia de pertenencia al estrato social más mimado por el Estado del Bienestar y, en general, por el propio sistema, porque éste fue su mentor, por su propio interés, porque le utilizó como soporte fundamental de la estabilidad.

 

Es a este colectivo al que se dirigen las campañas y al que se promete, básicamente, regresar a lo de antes. Porque eso es lo que sueña la vieja clase media venida a menos: volver a su antiguo estatus. La fijación con ese grupo social por parte de prácticamente todos los partidos políticos es porque se le presume el más numeroso, el más participativo en las elecciones y el que suele, por tanto, decidir quién gana y quién pierde en cada comicio.

 

Esto no quiere decir que los políticos no se fijen también en otros colectivos. Por ejemplo, en los que nunca fueron ni se consideraron clase media, en los que verdaderamente han sido carne de cañón en los peores años de la crisis, aquéllos que en 2006 apenas superaban el umbral de la pobreza y a los que la crisis ha colocado del otro lado y cada vez más abajo. A ellos se promete, en el mejor de los casos, un rescate para darles un techo, luz y agua o un mínimo vital. Pero sin demasiada convicción, porque en los parias del sistema es donde se concentra el grueso de la abstención electoral.

 

Las antiguas y tradicionales clases medias se muestran, en general, de acuerdo con este mensaje que linda más con la caridad o con la solidaridad que con la justicia social. Aunque en ocasiones no caen en la cuenta de que cuesta dinero y de que dentro de la que se considera clase media, hay muchas subclases, algunas de las cuales tendrán que rascarse más el bolsillo y aportar al devaluado Estado del Bienestar para sostenerlo, fortalecerlo y ampliarlo. Ciertos estratos de las clases medias son, por definición, propietarios y a veces rentistas muy celosos de lo que creen les corresponde por naturaleza. Por eso los partidos se muestran muy cuidadosos de no gravar demasiado esos bienes y rentas, no sea que los pierdan como potenciales votantes. 

 

Los partidos, en campaña, pues, tienen que conectar con el deseo de las grandes clases medias de volver a lo de antes. También, con la cierta empatía que siente, de repente y “gracias” a la crisis, por los más desfavorecidos. Pero sin que ello ponga muy en cuestión su protagonismo y su lugar privilegiado en la sociedad.

 

Las clases medias tienen potencial revolucionario. Lo explicamos aquí una vez. Pero ese arranque de querer cambiarlo todo que pueden a veces mostrar se ve limitado por su deseo de no perder el preeminente papel en la sociedad que lograron conquistar hace menos de cien años. Entonces, conservadores y socialdemócratas se pusieron de acuerdo en la creación de un modelo de sociedad cuya permanencia estaba garantizada por apoyarse en las mayorías sociales que él mismo estaría encargado de generar.

 

El cambio que se promete apoyado en esas mayorías, por tanto, no tiene otro remedio que ser limitado, muy limitado. En algunas ocasiones, ciertas fuerzas políticas parece que sólo quieren utilizar como aglutinador, como pegamento social, su promesa de acabar con la corrupción, con este capitalismo de amiguetes en que poder político y poder económico se entrecruzan y se convierten en único. Acabar con este estado de cosas, sin duda, es fundamental y, por sí sólo, supondría una gran transformación en el modo de hacer de nuestras instituciones pero, para ciertas capas de la sociedad, sería ciertamente insuficiente.

 

 

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