Acariciar pájaros

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Ayer, como no tenía ninguna idea para escribir ni había ocurrido nada fuera de lo normal, salí a dar una vuelta con el objetivo de volver a casa con el inicio de un texto para publicar aquí.

Caminando por una calle corta se cruzó un gato con la cola hacia arriba. Al verme se acercó a las piernas. Me agaché y le acaricié. Nos quedamos un rato juntos. Me senté en el suelo y se puso encima. Maullaba azul.

Me levanté, posando al gato desde lo alto de mis brazos.

Pensé que ya había encontrado el inicio de un texto breve, querido y publicable.

El gato me siguió un rato hasta que se detuvo, una barrera blanca le impedía continuar, debía haber llegado al final de su territorio marcado. Me despedí de él, mirando, y prometí volver.

De camino a casa, ya tranquilo por haber encontrado el inicio, pensé en que nunca había acariciado a un pájaro.

Los pájaros, no, nunca se acercan a uno, nunca se dejan tocar.

Pensé que sería bonito sentir las alas de un mirlo o una paloma, de una cigüeña o una gaviota vuelta del mar.

Pensé que la próxima vez que saliera a caminar en busca de una idea querría encontrar un pájaro y tocarle las plumas.

Pensé qué ocurriría si no lo lograba, si nunca pudiera volver a casa y escribir, siempre detrás de un pájaro en libertad que no huyera de mí, asustado. Buscando siempre un pájaro posado, después de volar, contra el cielo.



Gabriel vende su biblioteca.

Dice que está harto y que quiere hacer dinero.

La decisión debe ser simbólica, supongo: vender sus libros no le va a sacar de mucho apuro.

Comprendo que su situación nada tiene de brillante, y que emplee una porción considerable de su tiempo y su energía verbal en distraerse de ella. Treinta y cuatro años, inteligentísimo, poco dinero, pocas posibilidades establecidas de progreso. Conoce los entresijos de la vida práctica con una extrema lucidez, y al mismo tiempo es radicalmente inapto para la vida práctica.

Una de esas personas –yo me tengo por otra– que con los mismos defectos pero con menos cualidades, hubiera funcionado mucho mejor.

Jaime Gil de Biedma