El Café Comercial ha cerrado. No ha habido una crónica de una muerte anunciada como diría Gabriel García Márquez. Fue repentino, brusco, inesperado, insospechado pero, por encima de todo, fue triste. Aquel Matusalén madrileño del cual todo mundo pensaba que gozaba de excelente salud y que hubiera apostado que viviría más años que el que escribe este texto, se ha ido.
Adiós Café Comercial, adiós
“Probablemente de todos nuestros sentimientos
el único que no es verdaderamente nuestro es la esperanza.
La esperanza le pertenece a la vida, es la vida misma defendiéndose.”
Julio Cortázar
El Café Comercial ha cerrado. No ha habido una crónica de una muerte anunciada como diría Gabriel García Márquez. Fue repentino, brusco, inesperado, insospechado pero, por encima de todo, fue triste. Aquel Matusalén madrileño del cual todo mundo pensaba que gozaba de excelente salud y que hubiera apostado que viviría más años que el que escribe este texto, se ha ido. Como sucede en muchas ocasiones, solo cuando hay una perdida importante, uno empieza a reflexionar sobre ello que ya no volverá. Esa introspección hace revivir muchos recuerdos y por lo tanto, uno vuelve a ver y sentir aquello que ya solo queda en la memoria.
Esta sección tiene que ver con el ajedrez y todo lo que le rodea, y ya que, hasta hace muy poco el Café Comercial contaba con uno de los Clubes más reconocidos de España, tanto por nivel, como por número de socios y buen ambiente, es justo que este artículo se lo dedique a su recuerdo.
Si, yo fui socio del Café Comercial y soy socio del Club de Ajedrez La Didáctica que es el nombre que adoptó el primero al mudarnos de local. Tuve la suerte de estar cerca de dos años jugando partidas en la segunda planta del Café, ya sea jugando la Liga Madrileña, la Pre-Liga, algún torneo informal o, escuchando una conferencia de un Gran Maestro de Ajedrez (todo un lujo). Podría escribir este artículo de todo lo que vi y viví durante ese tiempo, pero no quiero que se limite solo a ello, prefiero comenzar haciendo algo que no suelo hacer y que es hablar en primera persona. El Café Comercial lo merece.
Como antecedente diré que el que escribe estas líneas no vive cerca del Café. A decir verdad, el Café Comercial me quedaba lejos, a 45 minutos de casa y, si uno mira en el mapa y tiene localizados los demás Clubes de Ajedrez de Madrid se dará cuenta de que había, por los menos dos o tres que me quedaban bastante más cerca. De ahí que surja inmediatamente la pregunta: ¿por qué me hice socio de un Club que está lejos de tu casa?. La historia, mi historia con el Café Comercial comienza mucho antes siquiera de haber puesto un pie ahí. Comienza leyendo un libro sobre ajedrez, en particular sobre un Campeón del Mundo –soviético-. Ese libro que se encuentra entre mis favoritos contaba los inicios de ese pequeño y enclenque jugador que un día asistió al Palacio de Pioneros de Moscú y la impresión fue de subir las escaleras, abrir una puerta y encontrarse con un salón con un montón de jugadores, analizando partidas, jugando, todo en un silencio casi absoluto.
Desde pequeño soñaba el vivir esa misma sensación, entrar a un edificio de corte soviético, antiguo, viejo, de madera y encontrarme con jugadores disputando una partida en medio de una nube de humo (por suerte lo del humo de tabaco no está permitido). Esa escena era casi mítica. Como pre-adolescente soñaba con eso, sin saber qué había un Club en ese Café. Busqué sitios para jugar, aprender, competir y, cuál fue la sorpresa al darme cuenta que ahí, en ese edificio que hace esquina con el Metro de Bilbao estaba lo que quería. Por internet conocí a Manolo (socio del Café) y me invitó a darme una vuelta y ver el ambiente. Por aquella época se estaba disputando la Liga Madrileña. Recuerdo además que esa ronda se disputaba en el piso anexo al Café Comercial. Es decir, tuve que subir las escaleras que llevan a la segunda planta, buscar en la más absoluta soledad una puerta que llevaba a las escaleras de un edificio -el edificio anexo-, subir otras escaleras y, mientras lo hacia, pensaba: Seguro que por aquí no es, no tiene pinta de que se esté disputando ningún torneo, aún así, subí a la otra planta, y me fijé en una puerta que estaba a medio cerrar. ¿Traspaso esa puerta o no la traspaso?. Empujé lentamente y con mucho sigilo la puerta por si era la casa de un despistado que la había abierta. No, no era la casa de un vecino, había movimiento, gente, silencio. Había llegado a una de las joyas secretas del Café Comercial, un piso de muy buen tamaño destinado a jugar la Liga Madrileña. Aunque nadie hablaba o los pocos que lo hacían eran espectadores que intercambiaban inaudibles murmullos sobre la partida que estaban viendo, me gustó al ambiente. En algo se parecía a aquella idílica e imaginaria imagen del Palacio de Pioneros. Esa visita fue rápida, no estuve más de media hora, pero el veneno ya había hecho efecto y la semana siguiente volví a cruzar aquella puerta giratoria del Café Comercial, esa puerta que separaba dos mundos. La vorágine de la calle, los semáforos, los coches, el puesto de periódicos de enfrente, la gente que entra y sale del metro con prisas y el otro, ese mundo silencioso de las partidas oficiales, ese mundo de quedo barullo o intensos pero amistosos intercambios de opiniones sobre la Petroff. Una vez que crucé la puerta, el azar hizo su papel y a los pocos segundos de estar dentro, se me acercó un amable camarero y con una sonrisa, me saludó. Inmediatamente le dije que estaba buscando a alguien que me diera información sobre el Club. El que tenía enfrente era Juan Bohigues, Presidente del Club. La amabilidad de Manolo y Juan me convencieron enseguida de que ese, era mi Club, de que ahí quería estar. No me importaban los 45 minutos de viaje desde casa, el mero hecho de subir esos escalones y acceder a ese mítico sitio, valía la pena. No cualquiera puede decir que fue parte del Club de Ajedrez Café Comercial. Tuve esa suerte.
Mikel Iker Menchero Pérez