Antonio Martínez Sarrión, que nació en Albacete el 1 de febrero de 1939, ha fallecido precisamente el día que conmemora el 441º aniversario del nacimiento de Francisco de Quevedo: 14 de septiembre de 2021. Ayer lo incineraron al pobre. Al cabo, ¡hallada la miseria en que terminan las leyes de vivir! Este entrañable paisano y buen amigo mío comentaba, en enérgicos trazos, las semblanzas de sus autores predilectos. Fue un poeta de verbo siempre osado, un agudo comentarista literario y un excelente traductor que vertía al español desde el francés textos capitales de la poesía y de la literatura gala: Baudelaire, Genet, Leiris, Hugo, Jacottet, Rimbaud, Musset, Chamfort, Huysmans, Ionesco; un poeta, ensayista y traductor (estas dos últimas facetas siempre enriquecen toda la obra lírica propia) que acometía textos memorialistas donde recreó grandemente su mundo revelando nítidamente el mundo que le rodeaba: libros de memorias, diarios, bosquejos de orbes y de urbes. Toda su espléndida bibliografía se sostiene en dos pilares esenciales: el Martínez Sarrión poeta, fundamento de toda esta aventura, y el Martínez Sarrión lector, el gran lector que talló esa marca intransferible de su tan expansiva obra. Por severos problemas de visión, en los últimos años «leía» en audiolibros, pagaba a una lectora por horas y su mujer, la sagaz y graciosa Graciela, le leía la prensa y esas cosillas que sus amigos le enviábamos. Su enorme afición a la lectura de libros se prolongó en “leer” contemplando pintura, en “leer” escuchando música y en “leer” viendo cine; es matemático que, todas las noches, todas, Martínez Sarrión (en lo sucesivo Sarrión) dejaba rular en el reproductor una película.
En 1970 apareció, como bien se sabe, la que fue famosísima antología Nueve novísimos poetas españoles, realizada por José María Castellet, quien en la introducción sanamente contradice los postulados enunciados en sus antologías anteriores ofrendadas a una “incuestionable”, en su momento, poesía realista. Sarrión uno de los nueve. Las poéticas contenidas en la antología de los novísimos eran radicalmente diferentes de la fase precedente, dominada por una poesía formalista (constreñida en las temáticas neorromántica, religiosa, amorosa, intimista o social), donde el tema del cine brillaba aún por su ausencia. El poema “el cine de los sábados” -incluido en la antología y procedente del primer libro de Sarrión teatro de operaciones, publicado en 1967 en la colección El Toro de Barro, fundada por el poeta y pintoresco sacerdote Carlos de la Rica-, es emblemático, ya canónico, de la nueva ética/estética, incluido en los libros de texto y en la práctica del aula: «maravillas del cine galerías / de luz parpadeante entre silbidos / niños con sus mamás que iban abajo / entre panteras un indio se esfuerza / por alcanzar los frutos más dorados / ivonne de carlo baila en scherazade / no sé si danza musulmana o tango / amor de mis quince años marilyn / ríos de memoria tan amargos / luego la cena desabrida y fría / y los ojos ardiendo como faros«. No hay una sola letra mayúscula ni en el contenido de todos los poemas de teatro de operaciones ni en sus títulos, ni tampoco en el título de todo el libro, rompiendo con las pautas ortodoxas de redacción anteriores; ni signos de puntuación, señales inequívocas de la adopción por parte de esta promoción de una estética vanguardista, que en buena parte procedía de un vigoroso movimiento renovador, tan anacrónico en su irrupción, como fue el Postismo. Pero, como en el Postismo, plenamente vanguardista, la tradición no repugna. Todos los versos de “el cine de los sábados” son perfectos endecasílabos. Y la rima, asonante, arromanzada.
En una entrevista con Eduardo Sotillos para RNE en 1997, Sarrión afirma que su poesía no es fácil. Es posible, pero yo no la siento oscura, o atonal, o apagada o carente de resonancia, o almendrada en un intrincado concepto. Puede ser que la combinación sintáctica que realizaba Sarrión en el poema fuese menos abiertamente comunicativa que una pieza estándar de Ángel González, por ejemplo. Pero su elección léxica, su efusividad, su ritmo, la convertían en canto, canto emitido con voz rotunda y recia, y también alegre, siendo todas estas cualidades muy transmisibles en la correcta dirección de un astuto emisor apuntando a un sensible receptor: “¡Qué delicia escarbar en la pelambre / hasta dar con el cuero cabelludo / y allí cientos de liendres eruditas /ahítas de la sangre eminentísima / de tal o tal talento alejandrino!”. En esa entrevista el poeta recomendaba al hipotético lector la edición que reúne su primera fase poética, El centro inaccesible (Poesía 1967-80), magníficamente introducida por el poeta y profesor Jenaro Talens. Otra entrega recomendada es la que constituye Infancia y corrupciones, fragante primer libro de memorias evocando la infancia y adolescencia de un balbuciente Antoñito en su Albacete natal. Creo que fue Galdós el que dijo que una ciudad no existe si no está rescatada en la escritura. Pues bien, Albacete existe gracias a y desde estas afortunadas páginas. Otro volumen maravilloso es el que rememora toda la historia y personajes del surrealismo: Sueños que no compra el dinero (balance y nombres del surrealismo), donde, en un relato muy fresco y ausente de entorpecedoras notas, nos adentramos al detalle en la viveza de aquel portentoso movimiento. Todo lo cuenta Sarrión como tranquilamente desde su butaca, con un rigor que no excluye el tono conversacional amigable propio de la confidencia.
Con sumo acierto acuñó una ceñida definición del Romanticismo: “El romanticismo no es de dirección unívoca. Al menos hay dos especies de movimiento y muestras de él: la que pudiéramos llamar pasatista, que busca sus fuentes de inspiración en el pasado medieval y católico o en regiones y países lejanos y pintorescos y aquella que en la estela, más que de las Luces, de la Revolución y el Imperio napoleónico, se decanta más abstractamente por ideales de revuelta y emancipación individual y colectiva. La gran figura del primer estilo será Chateaubriand, el emigrado, el católico, el legitimista, el teatral, el seductor, el gran prosista y memorialista. Ejemplo supremo del otro modo, sin salir de Francia, lo tenemos en Víctor Hugo, el profeta, el visionario, el desbordado, el rebelde. En un territorio intermedio, más sencillo, más susurrado, más ligero e individualista, menos político, se encuentra Alfred de Musset.”
Sarrión, insistimos, frecuentó dos quehaceres literarios con que todo poeta debería completar su dedicación poética propiamente dicha: traducción y comentarios canalizando sus literaturas predilectas a través de opiniones críticas en torno al mundo o la realidad, tanto del ayer sedimentado, del presente candente o del futuro conjeturable. En esta última faceta se mueve su libro Escaramuzas, tercer dietario del autor; Cargar la suerte y Esquirlas fueron los dos anteriores. Sarrión, nuevamente lo recalcamos, fue un gran lector, no sólo de libros sino también de publicaciones periódicas y de todo formato en papel impreso; y también un gran espectador cinematográfico, no sólo de filmes sino de todo documental o reportaje. Fruto de esta capacidad de observación y de lucidez analítica es la conformación de Escaramuzas, un haz repleto de breves y jugosas anotaciones versando especialmente sobre literatura y cine, política y declaraciones de opinión ajena a las que Sarrión sometía siempre a juicio. Mi ilustre paisano y jocoso amigo se identificaba tanto con tantos autores memorables de su preferencia, que un buen porcentaje de Escaramuzas está cubierto por citas, transcritas sin glosarlas, como un modo de absoluta entrega a las visiones de esos autores coincidentes con la suya, sin obligarse a la necesidad de añadir a las mismas apostilla alguna.
En el conjunto de esta fecunda entrega sobresalen sus apasionadas defensas de nuestros grandes escritores, Quevedo y Valle-Inclán, las más frecuentes; entre los modernos, Rafael Sánchez Ferlosio. Los ataques también abundan, y los más tocados en la diana por sus flechas son Fernando Savater, Mario Vargas Llosa, Félix de Azúa, el renegado Gabriel Albiac y, como no podía ser menos, el mendaz caradura y fantoche Fernando Sánchez Dragó. He aquí un botón dirigido a Savater: «Fernando Savater: «El fascismo que es menester condenar es el nacionalismo radical, no el del 36″. ¿Y por qué no ambos, Fernando Savater?». Pero Sarrión es ecuánime en la opinión, y no le guía la fobia compulsiva sino la comprensiva razón. A Ángel Crespo, al que trató muy amistosamente en vida, también le reprocha en una ocasión al fino poeta, traductor y estudioso manchego cierta cerrazón por no querer reconocer ciertos matices ideológicos carpetovetónicos del admirado por ambos Fernando Pessoa. Sin embargo, se rinde enteramente ante este aforismo crespiano: «Nos acerca lo que nos diferencia: por eso hacemos el amor. Las iglesias y los partidos unen, en cambio, a lo semejante. Por eso engendran odio»
