Allí en las alturas, mientras el presidente se pavoneaba, Homs con las gafas en la punta de la nariz murmuraba como carraspeando, como rumiando al borde del patatús aquello de "...mire usted hasta donde le han llevado sus políticas"...
Al borde del patatús
Ayer llegué a casa por la tarde y pensé en ver qué hacían en el debate. Alguien puede pensar que sería más correcto decir: «…y pensé en escuchar qué decían en el debate», pero es que ya no hay emoción en eso. Ahora hay que ver lo que hacen, que es casi siempre lo mismo pero a mí todavía me sigue gustando verlo, como cuando iba al zoo de pequeño y me quedaba un buen rato observando a los mandriles en su foso.
Me hubiera gustado ver el debate desde el principio, pero me tuve que conformar con una pequeña parte vespertina, sacrificando una magnífica oportunidad de siesta, en la cual a donde más alto llegué fue hasta Aitor Esteban y a donde más bajo hasta Marian Beitialarrangoitia.
Encendí el televisor y me encontré a ese vasco tan serio y expresivo que me llamó la atención. Un verano estaba yo en Zarauz en una librería y otro vasco atrajo mi interés de modo similar al escucharle hablar sobre ‘Los cuentos’ de Ramiro Pinilla.
Ese libro lo compré allí mismo esa tarde, igual que algunas cosas le hubiera comprado (de poder hacerlo) a Aitor Esteban en su intervención, quizá el tono y algo más, y también la frase de despedida que fue la que definitivamente me enganchó y que pronunció ya marchándose de la tribuna, casi estirando el brazo para coger los papeles que se le olvidaban: «…algo no carbura en esta gran nación».
Luego ya me quedé a ver la respuesta de Rajoy porque la cosa parecía ir por la vía de un parlamentarismo medio fino, medio valioso, por medio del cual el presidente se explaya. Rajoy es otro, o es él, subido a una tribuna que, en ese Congreso con los cielos tiroteados, le hace convertirse en un as de la aviación como después de aquella ráfaga: «…usted también representa a Pontevedra», con la que alcanzó a Esteban, que se retiró elegantemente y tocado hacia su base de la refriega.
Vi a Homs y me pareció un señor mayor con visibles achaques, un poco encogido, como si su corta estancia en el grupo mixto le hubiera avejentado. Da la impresión que a los de convergencia se les ha escapado la juventud, algo que de algún modo les hizo ver Rajoy con su asombrosa gallardía congresista. Allí en las alturas, mientras el presidente se pavoneaba, Homs con las gafas en la punta de la nariz murmuraba como carraspeando, como rumiando al borde del patatús aquello de «…mire usted hasta donde le han llevado sus políticas».
Me cayó bien Baldoví, aunque después de escucharle sentí que hubiera sido mejor aún de hacerlo por delante del mostrador de, por ejemplo, una papelería. Yo a Baldoví en todo caso le compraría con mucho gusto unos folios o así, y casi rezaba porque el monstruo Rajoy no abriera sus fauces terroríficas como con Rosa Díez, aunque se le veía en la sonrisa que ya había comido suficiente (incluidas las pastitas de UPN y Foro Asturias, un poco más picante fue la de Coalición Canaria), tanto como para desechar al final el suculento bocado de Beitialarrangoitia que apenas probó, lo cual tiene toda la lógica, y todo el paladar, luego de tan infructuoso atracón parlamentario.