Albert Rivera, Ciudadanos, oportunidades y oportunistas

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Existe un concepto o una teoría en sociología que se llama “estructura de oportunidad política” que se encarga de medir lo fácil o lo difícil que lo tiene un movimiento de protesta para cambiar las cosas en un momento dado, lo fácil o lo difícil que se lo pone la infraestructura política. El sistema español no es muy poroso. Está blindado. No ofrece oportunidades, vías, grietas, por las que puedan colarse quienes quieren cambiarlo desde dentro. Sin embargo, ahora mismo, lo que está ofreciendo oportunidades para el cambio desde las mismas entrañas del sistema es un descontento tal de la gente que está poniendo en peligro su misma legitimidad: hay una masa creciente de cabreados que cualquiera un poco hábil que no proceda del “establishment” podría comenzar a capitalizar en forma de votos. Fundamentalmente porque los grandes partidos, PP y PSOE, además de estar enfangados en mil escándalos de corrupción, siguen ajenos a lo que sucede en la calle.

 

En este contexto se enmarca, creemos, la estrategia que ha puesto en marcha Albert Rivera, el líder de Ciudadanos. Él quiere canalizar el descontento. Dice que, en principio, la suya, sólo quiere ser una plataforma (Movimiento Ciudadano) que influya en los partidos que ya están representados en el Congreso de los Diputados. Pero añade que, si no lo consigue, concurrirá a las próximas elecciones.

 

Los principios con los que su plataforma se presenta son pocos, pero de amplio alcance: transformación del sistema de partidos, reforma de la ley electoral, una legislación educativa de consenso y una reforma tal de la judicatura que garantice su independencia y, por tanto, la división de poderes.

 

Son propuestas con las que podríamos estar de acuerdo todos. Hay un gran nicho de mercado esperando un discurso así. Sin duda. Eso nos ha hecho pensar que el objetivo de Rivera pasa por convertirse en una plataforma, primero, y a continuación, un partido “atrapalotodo”. En ciencia política se utiliza este término para aludir al objetivo que muchas fuerzas políticas tienen de absorber los votos de todo el espectro, desde la derecha a la izquierda. No es que Rivera sea muy original. En España, desde los ochenta y sobre todo desde los noventa, tanto PP como PSOE han intentado ser partidos de ese tipo, difuminando sus diferencias ideológicas en muchos terrenos, sobre todo en el económico. Quien mejor mostró gráficamente eso de lo que hablamos fue el PP de Aznar, ese partido “de centro”. Lo que ocurre es que Rivera ha dado un paso más allá poniendo a su partido el nombre de “Ciudadanos”. Una clara declaración de intenciones: ¡Va a por todos!

 

Para insistir en su pretensión de llegar a todo el mundo, Albert Rivera, ayer en La Sexta, sacaba pecho diciendo que su manifiesto (o “compromiso”) lo han firmado gentes de todo pelaje ideológico: desde Javier Nart hasta Isabel San Sebastián. Y, además, en su presentación en sociedad, Rivera estaba acompañado por un ex ministro socialista, Antonio Asunción. El propósito de la plataforma de Rivera, pues, no es sólo ir a por los votantes decepcionados con el PP, algo que tienen más fácil, porque el discurso de Ciudadanos está muy en su línea, sobre todo en la idea que tiene de España, sino también absorber a los defraudados por el PSOE, que se podrían mostrar, a priori, más recelosos.

 

Las suyas no son muy diferentes, además, de algunas de las ideas que lanzó el 15-M. Lo que ocurre, como dice Rivera, es que ese movimiento, a diferencia del suyo, cometió el error de no organizarse: desaprovechó la oportunidad de negocio. Y escribimos esta expresión, tan despectiva cuando hablamos de política, porque nos parece que el líder de Ciudadanos busca clientela. De hecho, como él mismo admite, el primer objetivo de su plataforma es comprobar si su mensaje cala o no cala. Es una especie de estudio de mercado que se mide en número de firmas.

 

Antes de continuar, nosotros, al diagnóstico de Rivera sobre el 15-M, añadiríamos una hipótesis más: no tuvo el éxito que le deseábamos porque la parte que sí estaba organizada, es decir, la que procedía de Izquierda Unida y los sindicatos, por mencionar a los más importantes, no sólo no goza de las simpatías de todo el mundo, sino que suscita la animadversión de mucha gente, que la considera parte de la “casta política”.

 

UPyD, el precedente

 

Albert Rivera ha visto en este contexto una oportunidad. Y no descartamos que sea un oportunista montado sobre discursos muy populares: el centralismo; el desmontaje del Estado con la coartada de la eliminación de «duplicidades», esa idea tan manoseada y, a veces, tan poco ajustada a la realidad; y la regeneración política. Rivera no sería el primero. Tiene un precedente: Rosa Díez y UPyD. El partido magenta tiene un programa político muy completo, no lo dudamos. Pero en su discurso prima una única idea (no menor, todo sea dicho) que, por resumir, es el centralismo. Creía que había un gran caladero de votos procedente, más que del PP, sobre todo del PSOE, y, en su seno, de las filas simpatizantes con, por ejemplo, José Bono o incluso Rodríguez Ibarra. Pero, al final, su éxito no ha sido tanto.

 

Es razonable augurar más futuro a Albert Rivera que a Rosa Díez si tenemos en cuenta que, de momento y que sepamos, el historial de Rivera es intachable. Además, él es una cara nueva, sin contaminar, no pertenece ni ha pertenecido nunca al “establishment”. Ése es el pefil que busca mucha gente para depositarle su confianza. De él sí nos podríamos llegar a creer que quiere cambiar las cosas por convicción. No podemos decir lo mismo de la ex socialista que gobernó con el PNV en el País Vasco. Un pequeño detalle que esconde una gran incoherencia. Como también el hecho de que Rosa Díez se haya dedicado a la política desde siempre, cuando en su discurso vemos ciertos ramalazos anti-política convencional y anti-política profesional.

 

UPyD y Ciudadanos: ¿Un futuro juntos?

 

También es razonable pensar en un futuro juntos. Díez y Rivera podrían crear un partido con dos fuertes personalidades al frente, es decir, bicéfalo, como lo fue en cierta manera el PSOE de Alfonso Guerra y Felipe González. Incluso podríamos buscar paralelismos entre estas dos parejas: alguien políticamente puro unido a otra persona con más dobleces, de quien se puede sospechar que no es trigo limpio del todo. Se imaginarán a quién nos referimos con cada calificativo.

 

Aunque la unión de Rivera y Díez tendría otro cariz. La unión vendría por el interés. Díez se aprovecharía del tirón que puede tener Rivera y Rivera, de la infraestructura que UPyD ya tiene montada por toda España. Este matrimonio de conveniencia nos cuadra mucho con el mensaje utilitarista del líder de Ciudadanos. 

 

¿Ni de izquierdas ni de derechas?

 

No nos gusta UPyD sobre todo porque no nos gusta su líder ni alguna de las personas que la acompañan, como Álvaro Pombo o Toni Cantó. Aunque nos han hablado bien de otras. Pero, más que las caras, lo que nos hace desconfiar de UpyD es su tono “desideologizado”, su “ni de izquierdas ni de derechas”. Porque no nos lo creemos. Eso de que las ideologías han muerto es una patraña. Y esa patraña, casi siempre, viene construida del mismo lado. Por eso, insistimos: desconfiamos. Aunque somos conscientes  de que precisamente ese discurso puede atraer a mucha gente que, dice, sólo busca buenos gestores de lo público. Lo que ocurre es que la gestión nunca es aséptica: la política es el manejo de intereses contrapuestos. Empresarios y trabajadores tienen diferentes motivaciones, aunque decirlo así sea muy políticamente incorrecto. 

 

En definitiva, si ni siquiera la ciencia es inocente del todo porque depende de quién la haga, mucho menos lo es la política.

 

Albert Rivera, ayer en La Sexta, insistió en ese mismo discurso desideologizado. Dijo que el suyo es un movimiento regeneracionista, sin ideología y que piensa en las clases medias que pagan sus impuestos y reciben servicios a cambio.

 

Pero tendríamos que ver todo su programa electoral. Porque los cuatro o cinco principios antes descritos, aunque son importantísimos, nos parecen insuficientes para concurrir a las elecciones y para decidir votarle. Sobre todo en un momento como éste en el que se está transformando el modelo económico de España. ¿Cómo quiere Rivera que se distribuya la riqueza? Quiere que todos los ciudadanos del Estado español seamos iguales, sí, ¿pero en qué modelo? Esa respuesta es la que me gustaría escucharle. ¿Se ha sumado a las protestas para frenar el desmantelamiento del Estado del Bienestar? ¿Va a promover que, por fin, los españoles conozcamos el relato de cómo se gestó la crisis financiera? ¿Está dispuesto a cambiar el modo en que se están repartiendo las cargas en la sociedad para salir de la crisis económica?

 

En general, no nos gustan mucho este tipo de movimientos. No los apoyaremos con nuestra firma. Pero apreciamos que aparezcan. Nos encantan los experimentos políticos y que la gente se mueva.