
Hace unas semanas hablábamos de Oh Boy (Alemania), de Jan ole Gerster, y de Frances Ha (Estados Unidos), de Noah Baumbach. Eran dos películas que tenían coincidencias temporales y temáticas. Hoy vamos a hablar de Big bad wilves (Israel), de Aharon Keshales y Navot Papushado, y de Prisioneros (Estados Unidos), de Denis Villeneuve. Las dos películas comparten tiempo, tema y hábitat: la familia. También comparten un gran desengaño: en un caso con la religión, en el otro con los políticos que gobiernan su país.
Big bad wilves, su título original en hebreo (¿Quién teme al lobo feroz?) es un thriller violento sobre la pedófila y la venganza. Los dos directores israelíes han seducido totalmente a su admirado Quentin Tarantino. Claramente, hay guiños a la carrera del director estadounidense. En Prisioneros también hay un secuestro infantil. En ambos casos son dos niñas, las hijas de los dos protagonistas. Los dos padres deciden tomarse la justicia por su mano y acaban aplicando a dos presuntos culpables una violencia extrema.
La duda sobre la culpabilidad de los sospechosos oscila de una manera pausada e inquietante sobre el espectador, como un juego perturbador y perverso. La pregunta que gravita en los dos filmes es: ¿Qué somos capaces de hacer cuando hacen daño a nuestros hijos, a nuestra familia? ¿Es lícito tomarte la justicia por tu mano? ¿Qué efectos causa en la personas la violencia continua? Curiosamente, la reflexión surge en dos países donde la violencia está integrada totalmente en la vida cotidiana.
La película israelí se estrenó un poco antes, en el Festival de Toronto, pero comercialmente le adelantó la película americana (perdón, estadounidense). Los directores israelíes suelen contar un chiste, entre carcajadas, comparando estas dos películas: Es el remake más rápido que se ha hecho en Hollywood.
Big bad wolves es más política y su deseo es detener la violencia, buscar un nuevo comienzo. También tiene un toque de comedia negra muy transgresor. Prisioneros está envuelta en una realidad más religiosa e espiritual. El filme habla del amor y la entrega familiar, pero es una película que logra trascender, mostrándote una realidad dolorosa de ver.
Ambas películas coinciden en dos finales abiertos, sin cerrar del todo. Pero hay más coincidencias: De tal padre, tal hijo (Japón, 2013), de Hirokazu Koreeda, y El hijo de los otros (Francia, 2012), de Lorraine Levy. Ambas películas cuentan el momento en el que se descubre el error cometido en el hospital donde nacieron los hijos de los protagonistas, intercambiando los bebés. En la japonesa lo descubren cuando los niños tienen 6 años. En la francesa, a los 18 años. En la japonesa el hábitat de la película es la diferencia entre ricos y pobres o triunfadores y derrotados. En la película francesa el hábitat es más conflictivo, ya que el intercambio se produce entre una familia judía y una palestina. Por supuesto las cuatro familias implicadas inicialmente se derrumban y no saben cómo afrontar la situación. La reflexión en los dos filmes se sitúa en la pérdida de identidad de las personas, los prejuicios sociales, raciales, sexistas, y ambas contemplan una única salida: la compresión y la tolerancia hacia la realidad del otro. La violencia, el rechazo y los prejuicios son una forma de negar la identidad de los demás.