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Mientras tantoAnatomía de una pesadilla

Anatomía de una pesadilla

La soledad del creyente   el blog de Stuart Park

El inesperado descubrimiento del libro de Job en una calurosa mañana del mes de agosto en 1989 cerca de San Lorenzo del Escorial transformó no solo mi comprensión de la amarga experiencia que había atravesado sino que abrió el camino a una nueva valoración del sentido profundo de las Escrituras. Encontré, para mi asombro, que en el corazón de la Biblia se alza la voz de un hombre que se atrevió a interpelar a su Creador con palabras nunca puestas en boca de un creyente, dio cauce a la angustia que sintió al creerse abandonado por Dios sin causa y, a través de las aterradoras metáforas del desahucio espiritual, prefiguraba el de Jesús y, por ende, la radical soledad de cualquier creyente en Cristo. El libro traza la anatomía de una pesadilla que tiene su paralelo en la estructura psicológica de una depresión, un mundo donde el sufriente vive ajeno a la realidad, impermeable a la razón.

SAN LORENZO DEL ESCORIAL

La parte central del libro de Job se ocupa de los diálogos entre Job y sus amigos, venidos de lejos para consolarle en su aflicción, cuyas ortodoxas teologías no hacen sino incrementar su dolor y confirmarle en su error. Se trata de la exteriorización de las voces estridentes que nos hieren en lo más íntimo, fruto de nuestra propia conciencia de condena y perdición. Para sus amigos el lamentable estado de Job se debía a pecados ocultos que habría cometido, y al defenderse —según ellos— añadía soberbia a su iniquidad. Más que la enfermedad o la pérdida de sus posesiones, las duras palabras de ellos fueron los que hicieron insoportable su condición. Job se queja amargamente de Dios como quien se siente despechado en amor o traicionado por el amigo, y su sensación de soledad espiritual ensombrece su visión de Dios. La injusticia reina, y Dios permanece indiferente a la suerte de sus víctimas en el mundo:

Si azote mata de repente,
Se ríe del sufrimiento de los inocentes.
La tierra es entregada en manos de los impíos,
Y él cubre el rostro de sus jueces.
Si no es él, ¿quién es? ¿Dónde está?
(Job 9:23-24).

Y hace oídos sordos ante las víctimas de la catástrofe natural o la violencia que se ceba en la fragilidad humana:

Desde la ciudad gimen los moribundos,
Y claman las almas de los heridos de muerte,
Pero Dios no atiende su oración.
(Job 24:12).

El libro de Job despliega sin tapujos la agonía del desahucio espiritual en medio del dolor:

La noche taladra mis huesos,
Y los dolores que me roen no reposan.
(Job 30:17).

Clamo a ti, y no me oyes;
Me presento, y no me atiendes.
Te has vuelto cruel para mí;
Con el poder de tu mano me persigues.
(Job 30:20-21).

Me arruinó por todos lados, y perezco;
Y ha hecho pasar mi esperanza como árbol arrancado.
(Job 19:10).

No son las palabras de un incrédulo, sino de un hombre cuya visión está distorsionada por un engaño satánico: cree que Dios, su otrora amigo, se ha convertido en su verdugo:

Me quebrantó de quebranto en quebranto,
Corrió contra mí como un gigante.
(Job 16:14).

Son palabras que reflejan el pánico que invade la mente como las oleadas que se acercan y se alejan para volver a subir en un ciclo incesante, una descripción aterradora de la anatomía de la pesadilla, en las que se vio retratada el alma del pobre William Cowper.

EL LAGO DE BELFAST

Para terminar esta entrada en una nota menos sombría, recordaré cómo David Gooding, catedrático de Septuaginta en la Queen’s University de Belfast, amigo y mentor, me ayudó a entender esta sensación de pánico mientras paseábamos juntos al lado del lago de Belfast en Irlanda del Norte. Un profundo pensador bíblico era también un hombre práctico, con los pies firmemente en el suelo, y mientras hablábamos, henos aquí tirando piedras a una lata que flotaba no muy lejos de la orilla. Explicó —como si él mismo hubiese pasado por un trance similar— que la depresión funciona como el momentáneo ahogamiento que se experimenta en la playa cuando una ola se acerca, cubre nuestra cabeza, para retroceder antes de subir de nuevo. La primera vez sentimos miedo, pero poco a poco nos damos cuenta de que el peligro pasará y que en el fondo, no hay nada que temer.

La depresión produce una sensación difícil de poner por palabras, por lo que hemos acudido al testimonio revelador de Job. Huelga decir que la soledad del creyente no solo se da en medio del trauma de un estado depresivo, y para poner en perspectiva la experiencia de Job en lo sucesivo ampliaremos nuestro campo de visión.

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