De vez en cuando salen las fotos hechas en 1966 en una playa de Palomares (Almería) con el nombre alucinante de Quitapellejos. Por entonces Fraga era un ministro y colaborador de Franco. Duke fue el embajador de los Estados Unidos durante la administración de Lyndon Baines Johnson.
A Fraga nunca le llegué a conocer. A Duke, sí, y bastante, pero en mi infancia y en otra playa, la que se encuentra en Southampton, Long Island (Nueva York). Era miembro del mismo ‘Beach Club’ donde iba con mi familia y se hizo amigo de mi padre, porque eran de los escasos afiliados al partido demócrata en ese lugar, y porque compartían otro amigo, el senador de Massachusetts John F. Kennedy. La madre de Duke, una vieja delgadísima con el pelo teñido de rojo, que solía acerme caso, evitaba siempre el sol y fumaba -con boquilla- sin parar, se llamaba por entonces Sra. Marcoe T. Robertson. Hablaba igual que Betty Davis e iba acompañada en esa época por un tipo elegantísimo y totalmente de cine que se llamaba Serge Obolensky.
Angier Biddle Duke fue, hasta el día de su muerte, un fanático del ejercicio físico (de hecho murió con sus patines en línea puestos), y esto mucho antes de que se pusiera de moda. La generación de mi padre, de los que habían participado en la Segunda Guerra Mundial, no le daba mucho crédito a eso. Nadar de vez en cuando, jugar un partido de tenis o de golf, y punto. Pero a Duke, un culo inquieto y algo narcicista, le molaba. Era un ‘sportman’ en todos los sentidos, y se nota en las fotos con Fraga. Sale del Mediterráneo como un duque, mientras que Fraga, por muy gallego que fuera, parece a un elefante raro y absurdo. No tengo la menor duda de que la idea de meterse en el agua para los periodistas fue idea del embajador americano. Meterse en el mar un 8 de marzo, o sea, antes de Semana Santa, tres veces y en tres playas distintas, no es una costumbre precisamente española.
En fin, otra vez estoy mediéndome en la Guerra Fría, esa época en la que la gente fumaba, bebía y hacía el amor sin pensárselo demasiado, con guerras atroces y muy cercanas a sus espaldas, y la omnipresente posibilidad de un Armageddon nuclear.