A Alan Greenspan, Presidente de la Reserva Federal durante 30 años, le pasaba como a Anne Wintour, directora de la edición norteamericana de Vogue: casi siempre acertaba. Claro que ambos tenían una ventaja como profetas: si publicaban que algo iba a subir de precio o a ponerse de moda, otros corrían a hacerlo realidad y luego celebraban sus dotes de anticipación. Sea el precio de los bonos convertibles o que vuelve la falda tubo.
Pero… oh. Al poco de jubilarse, la crisis empañó esa clarividencia y nos ha recordado que sí, que las gafas de Greenspan eran de miope. Tenían razón los pocos críticos que advertían que los derivados financieros que no reguló podían ser «armas financieras de destrucción masiva que entrañan peligros que, aunque ahora estén latentes, pueden llegar a ser mortíferos» (Buffet). Cae el gurú, que sólo acierta a balbucear que “estas cosas pasan una vez en un siglo”, o que sus modelos eran buenos, lo que ocurre es que “necesitaba más datos”.
Así que me pregunté ¿habrá algún personaje histórico que realmente muestre una capacidad de anticipación sostenida y sin tacha? No me refiero a invenciones futuristas como que Julio Verne imaginara la silla eléctrica o Arthur C.Clarke los satélites artificiales en órbita geoestacionaria. Tampoco a visiones empresariales como la pulsera Power Balance o cuando Jobs y Wozniak creyeron que un ordenador ensamblado y barato tendría una gran demanda entre el público. Me refiero más bien a la visión amplia de la historia, la sociedad y la economía.
He aquí algunos ejemplos que encontré:
– En la antigüedad, el ateniense Pericles era reconocido por su “pronoia”, su capacidad de previsión. La otra figura a la que suele atribuirse esta cualidad es a Temístocles, salvador de los griegos frente a los persas por su visión de la importancia naval, entre otras cosas.
– En 1794, el Marqués de Condorcet, matemático y reformador en los tiempos de la Revolución Francesa, predijo la expansión internacional del sistema de partidos democráticos, el sistema de seguridad social, la educación universal, entre otros avances que hoy nos parecen naturales.
– En 1929, el profesor Nickolai Kondratieff , tras colaborar con el desarrollo del primer Plan Quinquenal Soviético, publicó “las ondas largas en la vida económica”. De forma acertada, pronosticaba que el capitalismo se repondría de la crisis que se acentuaba, pues se trataba de un episodio cíclico.
– Antes de la primera guerra mundial, apenas una figura pública advirtió que sería una guerra de agotamiento y radical que implicaría a los civiles y a la industria, y no la típica guerra de rápidos lances entre caballeros de hasta la fecha: el joven Winston S. Churchill.
– Keynes, en 1919, mostró su desacuerdo con las altas reparaciones de guerra exigidas a Alemania tras la primera guerra mundial, y avanzó que sería el germen de una nueva catástrofe.
Acertar a veces puede ser cuestión de suerte, acertar mucho tiempo es indicio de algo más. Sin embargo, acertar mucho atrae responsabilidades más complejas, soberbia y envidias, y todos esos factores acrecientan los riesgos de equivocarse. Pues eso es lo que pasó con estos señores. Lástima.
Lástima que al final Atenas perdiera la guerra que Pericles inició contra Esparta y para la que preparó discursos más bonitos que los de Obama. Lástima que Temístocles, tan hábil con los de fuera, no advirtiera la que le preparaban dentro y acabara sus días en el exilio. Lástima que a Condorcet le viniera toda esa capacidad de predicción mientras escribía una obra en prisión, esperando una condena a muerte, que eludió envenenándose.
Lástima que las ideas de Kondratieff fueran mal aceptadas por los soviéticos, cuya doctrina oficial era que la crisis era el fin del capitalismo, y fuera despedido de su cargo como director del Instituto para el Estudio de la Actividad Económica en 1928, arrestado, enviado al Gulag y condenado a muerte. Debió haber leído al profeta Jeremías, colega en eso de los pronósticos, que anticipaba que si decía todo lo que pensaba a un mal gobierno, le podrían ejecutar. “Dijo el rey a Jeremías: Te haré una pregunta; no me ocultes ninguna cosa. Jeremías dijo a Sedequías: “Si te lo declaro, ¿no es cierto que me matarás? Y si te doy consejo, no me escucharás”. (Jeremías 38:15).
Lástima que este Churchill, contra sus propios pronósticos de cruel guerra de desgaste, pensara que se podía dar un vuelco valeroso a la guerra abriendo un nuevo frente. Más aún, sólo se le ocurrió hacerlo en los Dardanelos (cuando él mismo había dicho en 1911: “It should be remembered that it is no longer possible to force the Dardanelles, and nobody would expose a modern fleet to such peril.”). El desastre de 1915 en el frente de los Dardanelos (200.000 bajas aliadas sin progreso alguno) le perseguiría toda su carrera.
Lástima que Keynes, en lo suyo, no anticipara la crisis más importante de todas, la del 30 y que llegara a decir que para 2030 el problema económico del mundo estaría resuelto y que las «crisis financieras” las sustituirían las «crisis nerviosas» de las esposas de clases adineradas que no sepan que hacer con tanto bienestar (y en fin, lástima que para esta predicción no vayamos por buen camino)