Yo en todas las jornadas de reflexión intento, de verdad, reflexionar. Aunque sea unos minutos. Podría ser, así, una especie de demócrata literal, un demócrata practicante como los católicos que van a misa todos los domingos, si vamos a suponer que son verdaderos católicos igual que si vamos a suponer que yo soy un demócrata, lo cual, dicho sea, me parece una vanidad casi imperdonable.
En realidad no se trata de decidir a quién voy a votar, aunque me toque hacerlo, que no es el caso. De lo que se trata, más bien, es de hacerme a la idea del mundo que me espera al día siguiente, aunque normalmente esto se empieza a notar con los años. Por ejemplo, la labor de Zapatero está comenzando a sentirse ahora, al final de la legislatura de Rajoy, y la seguiremos sintiendo a medida que avance el tiempo solapándose con la de los anteriores y posteriores presidentes.
Uno se hace con esto una imagen, casi gráfica y terrible, de la importancia de las elecciones. Es como el crecimiento de un hombre: su educación, su entorno, sus circunstancias, sus miedos, sus talentos, sus prejuicios… Yo en Cataluña veo una vida azarosa, con grandes expectativas, plena de influencias, privilegiada y rica y sin embargo desperdiciada, echada a perder, arrastrada por la locura como cantaba Ginsberg de los mejores hombres de su generación.
Lo que ha quedado en Cataluña es Mas, es Junqueras, es Romeva… Los sucesivos gobiernos españoles, ya se sabe, han permitido la degeneración. Esos padres que les han dado todo a sus hijos sin atenderles. Yo digo, como los galos de Astérix a los romanos, que esos catalanes independentistas están locos. Ya no es posible razonar con ellos instalados definitivamente, sin posibilidad de retorno, en el ensueño que tantos años ha ido construyéndose.
Y no ha habido nunca nada más español que esta historia, que es la del mismísimo don Quijote extendida a buena parte de un pueblo. Por Cataluña cabalgan caballeros andantes trastornados de literatura con sus escuderos maleados, personajes sacados de lo profundo como si eso fuera un prodigio de modernidad. ¿Qué es Mas sino un antiguo joven prometedor absorbido por su definitivo reverso radical? ¿Qué es Junqueras sino un juglar sentimental enamorado platónicamente de un terruño? ¿Qué es Romeva sino un concursante profesional de televisión sin pudor del que la madre confiesa que aún se hace pis en la cama?
En esta progresión imparable el próximo elemento, quién sabe, quizá venga directamente del espacio como uno de esos marcianos que emitían sonidos guturales en Mars Attacks, o salga del invernadero donde parecen cultivarse todos esos individuos que la naturaleza (el sentido común) jamás podría haber creado. Creo que ya no voy a volver a reflexionar, en todo caso miraré al cielo por si aparecen naves, que es casi lo mismo que mirar a los balcones y ver a todos esos patriotas tirándose de las banderas.