Arte contemporáneo (II)

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Hablaba hace una semana de ciertas polémicas en torno al arte actual y decía (lean ustedes, porque esta segunda parte no se entiende sin la primera) que hay tres saltos lingüísticos y conceptuales cuando hablamos hoy en día de arte contemporáneo. El primero, entender el término contemporáneo como un adjetivo calificativo y no como mera condición cronológica: mientras Literatura contemporánea  -decía- es la literatura que se hace hoy, Música o Arte contemporáneos son en cambio ciertos tipos de música o de arte que se hacen hoy; el segundo, entender que lo que no es arte contemporáneo no entra en la categoría de arte de nuestro tiempo. 

 

El tercero, por fin, deriva necesariamente del segundo: una vez identificada la parte con el todo, una crítica a esa parte es entendida entonces como un ataque al todo: si Muñoz Molina o Verdú critican a Damien Hirst o a Koons es que están atacando al arte contemporáneo y, por tanto, al Arte en general.

 

Releo ambas columnas antes de seguir escribiendo y veo que lo que Verdú critica, lo que considera una impostura, es un tipo de arte -que él identifica con el vanguardismo, o con una «propuesta» nueva- en que engloba a David Rodríguez Caballero o a Damien Hirst,

los espectaculares fraudes a lo Damien Hirst o las grotescas especulaciones en galerías, exposiciones y subastas

y que lo que Muñoz Molina critica es la relación entre la inanidad y la frivolidad de las propuestas de Jeff Koons, Damien Hirst (de nuevo) o cualquiera de las cinco o seis estrellas que copan los precios más altos entre los millonarios más literalmente podridos de dinero; y su desmesurado valor de cambio como símbolo de vanidad y poderío:

Lo que los críticos de arte llaman conceptualismo no es, a estas alturas, más que el sello mercenario de una marca que vuelve prestigiosa la nada y multiplica groseramente el precio que algún traficante de armas o petróleo o especulador financiero está dispuesto a pagar por ella.

(…)

La proporción entre el coste y el beneficio, entre el esfuerzo y la calidad de la invención y el éxito, es casi tan desmesurada como las recompensas que se han dado a sí mismos unos pocos banqueros e inversores a costa de provocar la ruina de países enteros.

 

Lo llamen vanguardismo, «propuesta» nueva o conceptualismo yo creo que está muy claro a qué se refieren. Y no es desde luego a todo el arte de nuestros días, ni siquiera a todo eso que se ha dado en llamar, de forma exclusiva y excluyente, arte contemporáneo.

 

Ni creo que haya esa animadversión hacia los artistas plásticos de que habla Elena Vozmediano,

Si a nadie molesta que haya una música contemporánea que pocos entienden y disfrutan, ¿por qué tanta animadversión hacia los artistas plásticos? Sí, algunos de ellos han cometido el gran pecado de la frivolidad, del egocentrismo. Pero hay mucho arte serio y mucho arte con vocación de dirigirse al ciudadano, no al multimillonario, y debemos exigir respeto y aprecio para él. Y hay un mercado serio del que depende en una buena proporción la posibilidad misma de la existencia del arte.

 

Por supuesto que hay ese mercado serio, como hay mucho arte serio contra el que ni estos autores ni casi nadie arremete. No es una cuestión de gustos la que aquí se dirime, ni si a Verdú, a Muñoz Molina o a otros muchos que podemos estar de acuerdo con lo que dicen les (nos) gusta más Antonio López o Saura, Rothko o Louise Bourgeois, Rachel Whiteread o James Turrell, Juan Muñoz o Fontcuberta, artistas todos ellos también contemporáneos, sino si de verdad es arte todo ese negocio desmesurado montado sobre la frivolidad y la vacuidad al que ellos se refieren.

 

Nadie está criticando a los artistas plásticos en general -López, Rothko, Turrell, Muñoz…- ni tiene animadversión por el arte contemporáneo, como nadie critica la literatura contemporánea cuando habla mal de la última novela de Dan Brown o cuando un crítico literario estricto dice que, por ejemplo, famosísimas y vendidísimas novelas sobre catedrales marítimas, pasiones turcas o sombras eólicas no son literatura.

 

Lo que pasa es que hoy en día en el mundo de los libros el corte es de otra manera y se considera que, cumplidas ciertas características de buen oficio y manejo debido del idioma, nos gusten o no una novela o determinado tipo de poesía son creación literaria -literatura contemporánea, por tanto- y sin esos rasgos, ganen o no mucho dinero sus autores, no lo son. Por eso en las librerías del mundo anglosajón se distingue entre fiction (de Ken Follet a la novela rosa pasando por buena parte de eso que llamamos best sellers, sean en inglés, en español o en sueco) y literary fiction (de las vanguardias a Delibes, ya digo, por resumir y si es que a nuestro castellano lo fueran a traducir alguna vez al inglés).

 

¿Por qué no reconocer entonces en el ámbito del arte contemporáneo que el Damien Hirst de las peceras millonarias, los muñecos de Murakami o las muñecas de Koons tienen más que ver con los best sellers que con la verdadera creación, sea literaria o artística, escrita o compuesta, pintada, esculpida, dibujada, rodada o instalada?

José Antonio de Ory es escritor, entre otros oficios que lo han llevado a vivir de un lado a otro del mundo: Colombia (en tres ocasiones), la India y Nueva York. Ahora en Madrid, continúa escribiendo cuando le da el tiempo sobre cultura y otras cosas de la vida en este blog, donde se permite contar, y opinar, cómo ve las cosas. Es autor de Ángeles Clandestinos. Una memoria oral del poeta Raúl Gómez Jattin (Ed. Norma, Bogotá, 2004).