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Mientras tantoArte contemporáneo

Arte contemporáneo




 

 



Echo
de menos en España polémicas culturales como las francesas, la
última Onfray vs. Roudinesco
et
alia
en
torno a Freud de que les
hablaba
hace unos días
,
disputas que agiten algo un panorama cultural en esos medios nuestros
demasiado marcado por la noticia del acontecimiento local e inmediato
(la rueda de prensa, la presentación de un libro, un estreno…)

 

En
el mundo de nuestro
arte
contemporáneo
,
el madrileño al menos, ha habido en los últimos meses dos que, sin
ser desde luego como para dejar huella en la Historia del Arte,
tienen su miga y son dicentes de por dónde van los tiros.

 

Una
es la que en torno a Barceló ha enfrentado a Fernando Castro Flórez
(
El
peligroso arte de hacer el pino
)
con
Paco Calvo Serraller, terciada después por Vicente Verdú y de la
que da buena cuenta este
recopilatorio
preparado por el propio
Castro Flórez. Como me propongo hablar quizá de ella otro día,
vaya aquí sólo un
trailer:

Castro
Flórez:
Barceló
no es tan mal pintor como parece. Sus esculturas, si tal nombre
merecen sin ruborizar a los entendidos, son un desastre total. Y las
acuarelas, de las que algunos cantan maravillas, son flojísimas. (…)
A pesar de que su obra está en el límite de la mediocridad y no ha
aportado nada destacable a la Historia del Arte reciente, Barceló ha
conseguido el reconocimiento masivo y, lo más importante, ha
terminado por ser una salsa socorrida para todos los guisos de la
política cultural.

Calvo:
un
artista muy sólido e importante… que ha entrado en la historia de
nuestro país de una manera insoslayable.

Verdú:
La
crítica de Castro Flórez enardece al lector porque dice lo que pide
el calor del cuerpo, mientras Paco Calvo, con más reflexión y
frialdad, se vale de la mente y su memoria para describir el
relevante itinerario de Barceló, desde su exaltación en Kassel al
aprecio que ya le han prestado los mejores galeritas y acreditados
museos del mundo.

 

La
otra tiene que ver con el cierto disgusto, manejado, eso sí, con
discreción que han provocado en el medio varios artículos y
columnas de escritores (Javier Marías,
Vicente
Verdú,
Antonio
Muñoz Molina…) muy críticos con determinadas cosas que pasan en
el mundo actual del
arte
contemporáneo
.

 

De
eso que llamamos
arte
contemporáneo
,
digamos más bien, porque término y concepto (si es que hay concepto
sin término, cosa que yo dudo) son parte principal del problema a
que me refiero.

 

Pero
vamos por partes.
Pintar
sin pintura
,
de Vicente Verdú, un intento el pasado enero de explicar por qué
las galerías están vacías y, de paso, una diatriba en toda regla
contra

los
espectaculares fraudes a lo Damien Hirst o las grotescas
especulaciones en galerías, exposiciones y subastas.

no
sentó bien en el ámbito de nuestro
arte
contemporáneo
y
dio lugar incluso a una
carta
de protesta

a El País por
parte del Instituto de Arte Contemporáneo (IAC) y a mucho comentario en el mundillo, avivado en marzo cuando
Antonio
Muñoz
Molina vino a echar aún más leña al fuego (
Al
final de una era
):

Para
entender algo sobre el mundo de ahora y para no entender nada al
mismo tiempo es conveniente darse un paseo por la exposición de
Damien Hirst que abrió hace unas semanas en la galería Gagosian de
Madison Avenue, en esa zona de la calle, cercana al Museo Whitney,
donde las tiendas de marcas de moda se mezclan con las de
antigüedades, irradiando un brillo común de fetichismo del dinero.
En los espacios inmensos de la galería Gagosian, que ya son en sí
mismos una declaración de poderío, el catálogo habitual de las
invenciones de Hirst se sucede tan previsiblemente como los productos
de una franquicia comercial.

(…)

En
un libro extraordinario sobre el comercio del arte,
El
tiburón de doce millones de dólares
,
el economista Don Thomson lo explica con perfecta claridad. No
importa el espacio real de una galería o la calidad de los artistas
que exhibe: importa que lleve la marca Gagosian, la marca Sotheby’s o
Christie’s, la marca Damien Hirst o Jeff Koons o la de cualquiera de
las cinco o seis estrellas que copan los precios más altos entre los
millonarios más literalmente podridos de dinero. A lo que tiene que
parecerse un bolso de Chanel es a otro bolso de Chanel. La garantía
de calidad de un armario de medicinas de Damien Hirst o de un corazón
rosa de San Valentín de Jeff Koons es que se parezcan a los otros
productos de las mismas franquicias. La proporción entre el coste y
el beneficio, entre el esfuerzo y la calidad de la invención y el
éxito, es casi tan desmesurada como las recompensas que se han dado
a sí mismos unos pocos banqueros e inversores a costa de provocar la
ruina de países enteros.

 

Muestra
del malestar es este
intercambio
de cartas
entre
el crítico Carlos Jiménez y la artista Marisa González:

En
cuanto he leído el artículo de Muñoz Molina «Al final de una
era,» me he acordado de ti y me dieron ganas de comentarlo. Ya
hemos hablado algunas veces sobre este autor que, como Vicente Verdú,
Manuel Vicent, Javier Marías etcétera, todos creadores de opinión
y
todos
en contra del arte contemporáneo
.

(el
subrayado es mío)

 

Algo
parecido dice la crítica de arte

Elena
Vozmediano en
Precio
y aprecio del arte actual
,
donde reseña y comenta
El
tiburón de 12 millones de dólares. La curiosa economía del arte
contemporáneo y las casas de subastas
,
de Don Thompson,
el
mismo libro de que hablaba Muñoz Molina:

No
es sólo que repruebe a Damien Hirst o Jeff Koons, máximos campeones
de las subastas; le parece incomprensible que se valoren las obras de
Yves Klein, Donald Judd, Félix González-Torres, Jean-Michel
Basquiat, Rachel Whiteread… Aunque tengamos claro desde un
principio que el suyo no es un libro de crítica, sino un
acercamiento a la economía del arte, las constantes pullas a los
artistas hacen difícil considerarlo como un estudio ecuánime.

 

Vamos
a ver. Hay en todo esto, creo yo, tres saltos lingüísticos (o sea,
insisto, tres saltos conceptuales).

 

El
primero es entender el término
contemporáneo
como un adjetivo
calificativo y no como mera condición cronológica: c
ontemporáneo
aplicado al Arte
no funciona igual que
Arte
antiguo
o
Arte
medieval
,
o
Arte
africano
si
en vez de condición cronológica fuera geográfica, sino como un
calificativo equivalente a
Arte
barroco
o
Arte
expresionista
:
es decir,
un
tipo de
arte
que se hace hoy en vez de
el
arte
que se hace hoy
.
Una parte de lo que se hace contemporáneamente, pero no todo. Qué
parte, he ahí la cuestión: es
arte
contemporáneo
lo
que aceptamos que sea
arte
contemporáneo
,
rango que ha ido cambiando a lo largo de los últimos años, cómo es
lógico en término tan pretencioso -y anacrónico- como ése, y si
antes, digamos, abarcaba el conceptual, el
povera,
el minimalismo, el pop…, hoy abarca otras cosas (el conceptual
siempre, por supuesto: ya digo, todo en el fondo se trata de una
cuestión de concepto). Hoy es
arte
contemporáneo
lo
que hacen, por ejemplo, Damien Hirst, Rachel Whiteread, Oscar Muñoz,
Muntadas, John Currin o los hermanos Chapman y hasta Ferran Adrià, y
no lo que puedan hacer, qué se yo, ese Martín Viveros de que
hablaba Vicente Verdú,

sin
fama pero no sin talento, cuyas obras de «expresionismo
abstracto» tienen fijados unos precios entre los 400 y los 1.200
euros. Diez metros más abajo, sin embargo, en la Marlborough los
cuadros de David Rodríguez Caballero, cuya máxima característica
consiste en pegar tiritas de vinilo sobre superficies de fieltro o
papel vegetal, cuestan más de 12.000 euros. ¿Por qué? La pregunta,
se dirá, es impertinente refiriéndose al arte. Pero la estupidez
también.

 

Pintores
con tanto oficio como este Viveros podrían sin embargo ser también
contemporáneos si así fuera la convención. Por ejemplo, ya digo,
John Currin. Pero siempre una vez haya mediado ese proceso iniciático
y a menudo enigmático de aceptación por parte de un critico o un
curador.
Si, pongamos,
Juan
Manuel Bonet

cabalga
de nuevo en defensa de una nueva agrupación de de pintores
figurativos la mayoría de los cuales está representado con obras en
la exposición
Paisajes
interiores. El paisaje como autorretrato
,
abierta (…) en la galería Siboney, en Santander capital

es
posible que sus pintores puedan a pasar a formar parte de una
categoría de la que Viveros, ni siquiera figurativo, seguirá
excluido por siempre o hasta que alguien lo unja y lo rescate.

 

He
ahí el segundo salto conceptual: para muchos críticos y comisarios,
lo que no es
arte
contemporáneo
no
entra en la categoría de
arte
de nuestro tiempo
.
Nadie dice, por ejemplo, que el “Museo Centro de Arte Reina Sofía”
sea un museo o centro de arte
contemporáneo,
como sí lo dicen en
cambio los nombres del MACBA, el MUSAC o el MARCO: su mandato tiene
un rango temporal (arte a partir del nacimiento de Picasso) y no
conceptual (arte de un tipo o de otro), pero todos entendemos que un
museo de arte contemporáneo (o sea, de hoy en día) sea eso, un
museo de
arte
contemporáneo
(o
sea, de esos tipos de arte que llamamos de esa manera).

 


Lo mismo, hasta peor,
pasa en el mundo de la
música
contemporánea
.
Xenakis, John Cage, Lachenmann o Mauricio Sotelo hacen
música
contemporánea,
mientras
lo que
a
la vez han hecho o hacen Britten, Korngold, Górecki, Arvo Pärt

o Alberto Iglesias es
otra cosa: si es tonal y suena bien no es
música
contemporánea
,
aunque se haya escrito hace año y medio. Mucho mejor que yo lo
explicaba hace unos meses Andrés Ibáñez en una columna en ABCD que
ahora, lástima, no encuentro.

 

Nada
de eso pasa en cambio en el terreno de la literatura. Cuando decimos
literatura
contemporánea
nos referimos a
la literatura de ahora. El problema puede estar tal vez en determinar
cuándo es ese
ahora,
qué abarca, desde cuándo es
contemporánea:
¿la de hoy en día? -¿y qué abarca, entonces,
hoy
en día
?-
¿La del siglo XX y lo que llevamos de este atribulado XXI? ¿La
contemporánea con uno, es decir, con quien usa el término? Término
que, ya digo, es anacrónico y pretencioso, porque es auto-referente
y excluyente. Pero en literatura lo es sólo cronológicamente: la
discusión sobre si una novela o determinada corriente poética son
contemporáneas dependerá de su momento, no de sus características,
el término
contemporáneo
aplicado a
literatura es un adjetivo explicativo, no especificativo: si
literatura
contemporánea

abarca el siglo
XX, incluye por igual a Kafka que a Kundera, a Joyce que a Philip
Roth, a García Márquez que a Alan Pauls, tan
literatura
contemporánea española

es la de Juan
Benet que la de Delibes, Jose Angel Valente que Luis Garcia Montero,
Muñoz Molina que los chicos de la generación Nocilla.

 

Los
gustos son otra cosa, pero si a mí sucediera que me gusta Benet (hay
gente para todo) nadie entendería hoy en día que excluyera a
Delibes llamándolo
garbancero
como
hizo en tiempos Valle para excluir a Galdós; y si porque me gusta la
poesía del silencio quisiera sacar del campo la de la experiencia no
podría usar el argumento de que no es contemporánea: escrita de una
forma u otra, con aliento más o menos ambicioso, tenga o no tenga
pretensiones vanguardistas, si es literatura de hoy en día es
literatura
contemporánea
.

 

Mientras
Literatura
contemporánea
es
la
literatura que se hace hoy,
Música
o Arte contemporáneos

son en cambio
ciertos
tipos de música o de arte que se hacen hoy.

 

El
tercer salto, por fin, deriva necesariamente del segundo: una vez
identificada la parte con el todo, una crítica a esa parte es
entendida entonces como un ataque al todo: si Muñoz Molina o Verdú
critican a Damien Hirst o a Koons es que están atacando al
arte
contemporáneo
y,
por tanto, al Arte en
general.

 

Pero
de eso, creo, escribiré el próximo miércoles.

 

                   (continuará,
como las series de TV)

 

 

 

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