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Eduardo Anglada Monzón nació un Bloomsday de un año de pacto y concordato, bajo el signo de la sierpe y la protección de los dióscuros, en la colombina capital de la Liguria de la Serenísima República de Zena, donde el limonero florece. Y del mar de Ulises y Eneas a las Columnas de Hércules, se crió entre las casapuertas llenas de salitre y el fango plagado de ánforas fenicias (ya será menos) de la bahía de Cádiz. En la calle del doctor Castelló n.º 56 (antiguo asilo de huérfanos de la sra. duquesa) jugó al frontón y aprendió el catón con condiscípulos hidalgos ambiciosos y se recibió como letrado en letras (poco latín y menos griego) en la Complutense de Madrid, urbe de la que reniega (aunque no del callejero), pero en la que todavía sobrevuela, nómada sedentario y viajero estable, rindiendo culto a la diosa Atenea, nunca a Cibeles. Protobibliotecario bien entrenado, con real patente, egresado de la Escuela Superior de Bonobos. Técnico de la Babelia Nacional, caballero veinticuatro. Incluido en la bulbuentina Galería de bibliotecarios arrepentidos de 2009, mérito curricular, aunque modesto, que tampoco es moco de pavo. Aprendiz de laberintos, magister en saberes inútiles y especialista en lo general y en la totalidad (¡ahí es nada!). Estoico supérstite, desengañado de los grandes caminos, del progreso y de la cultura del entretenimiento, del ocio y del espectáculo, permacultiva simbólicamente su jardín persa o zen, mientras transita por senderos que se bifurcan a la espera de una nueva edad oscura y dorada en un mundo en decrecimiento, abocado al apocalipsis y habitado por ciberganado. Se liberó de laburar en un diario independizado de la mañana, pero cenó en Florencia con Paul Newman en la mesa de al lado. Yo también he viajado. Gabacho buscador de la Luz, más luz: heliomaquia. Adicto a la Técnica (a la de Alexander, por supuesto). Se le podría retratar con injusticia como un bibliógrafo ágrafo, orgulloso de los libros que ha leído. Vivió en la vía Giorgio Byron y en un ilustrado y carolino arsenal de carracas, y se paseó por el apostadero de La Habana con su cigarro encendido. Aún duda entre la Escuela de Fráncfort y el Doctor Thebussem, entre el norte y el mediodía, entre la montaña y la marisma, entre la ceniza verde y la puente de Zuazo. Presume de haber conservado el mismo iPhone durante más de 7 años y de haber vuelto a escribir con estilográfica y tintero. Festina lente. Observar, analizar, interpretar, describir, contar y actuar.