Tras un breve período de viajes, entre los cuales quiero destacar una visita a Oslo para pronunciar una conferencia, en marzo de 2010 regresamos a Islandia y alquilamos allí una casa. Quienes nos la arrendaron creían que habíamos ido a la isla para ver los volcanes: era nuestra tapadera, y permitía explicar fácilmente que lleváramos encima tantos ordenadores y equipo de vídeo. El motivo real, sin embargo, era aquel vídeo de Bagdad. Habíamos llegado a la conclusión de que era la filtración más importante de la historia de WikiLeaks hasta esa fecha, y era necesario someterlo a un riguroso análisis, entenderlo bien y dejarlo listo para su difusión. Yo quería que lo viese el mundo entero. Porque era importantísimo, tanto para nuestra comprensión de aquella guerra en general como para que todos pudiésemos captar desde el punto de vista ético en qué se había convertido la guerra de Irak, y qué impacto estaba teniendo en la vida cotidiana de la gente.
La casa alquilada se convirtió en una guarida. Estaba llena de tazas de café, cables de ordenador, tabletas de chocolate, los escombros de unas vidas agitadas. Vino a vernos un periodista que había recibido un encargo del New York Times de escribir una crónica, y supo captar muy bien el caos y la falta de sueño. Durante semanas no dejé de trabajar con el ordenador casi ni un momento. Pedí que alguien me cortara el cabello mientras yo seguía trabajando en mi terminal, siempre contrarreloj, avanzando en la edición de aquel vídeo en el que debíamos hacer lo posible por reducir al mínimo el ruido estático, los zumbidos, a fin de que la versión final fuera lo más nítida posible. Entraba y salía gente de la habitación, todo el mundo dando ideas, soltando exclamaciones, llorando. Nada de lo que habíamos hecho anteriormente en diversos lugares del mundo, por enloquecido que fuese el ritmo, podía compararse con la preparación del vídeo Collateral Murder, que es el título que le pusimos finalmente. Mi reputación como adicto al trabajo poco partidario de pasar con frecuencia por la ducha debió de comenzar en ese momento; era inevitable, había muchísimo que hacer, y teníamos la impresión de que esta nueva filtración serviría, más que ninguna otra, para que los ciudadanos de todo el mundo captaran la realidad de esa guerra terrible, y de este modo podía contribuir a precipitar el final de esa invasión espantosa.
El vídeo ha sido visto hasta la fecha más de once millones de veces en YouTube, y por muchos más millones de personas a través de la televisión. Se ha convertido en uno de los documentos más famosos de nuestro tiempo. Pero cuando vi esas imágenes por vez primera no estaba del todo claro qué era lo que mostraban. La imagen estaba llena de imperfecciones, la secuencia carecía de tensión narrativa y no producía suficiente impacto, y ello a pesar de que lo que mostraba era verdaderamente desolador. Investigué a fondo mientras avanzaba en el trabajo, averigüé quiénes eran las personas que aparecían en el vídeo, cuándo fue grabado, desde que ángulos, y cómo había conseguido reconstruir la historia de ese asesinato múltiple a plena luz del día. Dividimos el vídeo en tres partes para comprender mejor la secuencia de los hechos. Fue un trabajo que había que ir haciendo muy despacio, pero que al propio tiempo resultaba hipnótico y aleccionador. Cuando terminamos del todo, el vídeo mostraba, más allá de toda duda, a doce hombres –dos de los cuales eran periodistas de la Reuters, y que no hacían más que cumplir con su trabajo, como todos los demás– que eran acribillados y hechos picadillo por las ráfagas de balas de 35 mm disparadas por un helicóptero Apache de Estados Unidos. Me costó bastante tiempo averiguar quiénes eran los implicados en la matanza inicial, y después comprobar que los dos que habían sobrevivido a ese primer ataque, aunque sólo para ser después asesinados individualmente, eran dos periodistas de Reuters. Mi colega Ingi Ragnar Ingason fue quien, al inspeccionar más detenidamente las imágenes, se dio cuenta de que en la furgoneta que se acerca tras el primer ataque a recoger a uno de los heridos, y que acaba siendo volada en pedazos por otra ráfaga del helicóptero, había dos niños. Imágenes grabadas posteriormente muestran a tropas de la infantería norteamericana llevándose de allí a los dos niños.
Un equipo completo estuvo trabajando en este material. Kristinn Hrafnsson se encargó de la investigación y trató de averiguar qué les había pasado a esos dos niños que salían al final del vídeo. Birgitta estuvo a nuestro lado de principio a fin, asesorándonos y actuando como caja de resonancia de todo cuanto iba apareciendo con claridad en nuestro montaje del vídeo. Ingi hizo la edición de las imágenes, y su trabajo consistió en quitar del montaje definitivo lo que parecía carente de interés o de calidad irrecuperable, mientras que Gudmundur Gudmudsson trabajó en la edición del sonido. El productor ejecutivo fue Rop Gonggrijp, que se encargó de los gastos e hizo posible todo ese trabajo, mientras que Smári McCarthy organizó todos los materiales basados en la web. Daniel Domscheit-Berg, aunque seguramente él no se diera cuenta al principio, comenzó a quedarse al margen y en cierto modo ponía trabas a nuestros esfuerzos. Supongo que es inevitable que, en un grupo numeroso de personas que son esencialmente voluntarios, surjan problemas derivados de la ambición y la motivación. A Domscheit-Berg los árboles no le permitieron ver el bosque y su comportamiento fue haciéndose cada vez más intolerante. Estábamos metidos en un asunto muy importante y peligroso, y la mala voluntad que demostraba se hizo agotadora.
Una de las cosas que nos impulsaba a trabajar era nuestro conocimiento de lo poco fiables que habían sido las informaciones difundidas sobre este incidente en el momento en que se produjo. Era una buena muestra del modo en que se suele manipular la historia de acuerdo con motivaciones políticas. Hubo periodistas que, en algunas crónicas, llegaron incluso a insinuar que la furgoneta había sido destrozada por proyectiles disparados por los insurgentes. Sin embargo, el vídeo muestra de forma clara quién da la orden y cómo se produce la matanza. Hubo otros reporteros que contaron que hubo combates entre insurgentes y fuerzas aliadas, y que los periodistas de Reuters fueron víctimas del fuego cruzado. Todo eran mentiras. Pusimos al vídeo una cita de George Orwell –“el lenguaje político está diseñado de forma que haga que las mentiras parezcan verdades y los crímenes parezcan respetables, y para dar apariencia de solidez a lo que no es más que viento”– a fin de demostrar de qué manera se usa el lenguaje político para justificar un caso de asesinatos que son consecuencia de la falta de escrúpulos. Los hechos no se podían calificar de otra manera, y aunque sabíamos que iba a provocar una gran polémica, decidimos titular el vídeo con las palabras Collateral Murder, porque eran fieles a las pruebas presentadas.
La tormenta mediática que estalló por culpa del título me pareció sorprendente y deprimente, aun a sabiendas de que gran parte de los medios occidentales tienden a aceptar la línea informativa oficial del Gobierno de Estados Unidos. Esos medios suelen hincharse tanto considerando lo importantísimos que son, que en el caso del vídeo creyeron oportuno no discutir su contenido sino enzarzarse en una polémica en torno al título. Una gran parte de los medios de comunicación convencionales cree que para mantener una actitud equilibrada hay que poner en el mismo nivel la verdad por un lado, y las mentiras oficiales por otro, y confunden la actitud solemne con la que un portavoz se dirige a una cámara de televisión con los imperativos morales que deberían gobernar la información. En cierta ocasión Paul Krugman bromeó diciendo que si un partido declarase que la Tierra es plana, el titular de la prensa diría: Contraste de opiniones sobre la forma del planeta. A fin de dar una impresión más cruda de lo que ocurrió en Irak, nuestra versión editada del vídeo mostraba los primeros once minutos sin ninguna clase de trabajo de edición. Subimos a la web collateralmurder.net la versión editada al lado mismo de la versión completa, que duraba cuarenta minutos. Y bien, queridos colegas de la CNN, ¿qué pasa con vosotros? ¿Tendríamos que haberlo titulado Encubrimiento colateral y os hubierais quedado más tranquilos?
He visto ese vídeo cientos de veces y, sin embargo, cada vez que lo veo de nuevo se me altera la sangre al contemplar los disparos contra esos críos. Cualquier poder no sometido a ningún control es una encarnación del mal, y por eso he sentido siempre la responsabilidad moral de poner al descubierto a los cabrones que cometen toda clase de tropelías. En cierto sentido, los cabrones no eran sólo, en este caso, los militares norteamericanos que lanzaron ese ataque, sino también los periodistas a los que les pareció oportuno trabajar codo a codo con ellos para encubrirlo. Puede que los jóvenes que iban en aquel helicóptero también sean víctimas; víctimas de una cultura militar descontrolada; y de hecho notas en sus voces el ansia de matar. Era efectivamente cierto que una de las que pronto serían sus víctimas llevaba un RPG (un lanzagranadas), pero en sus prisas por construir la idea de que estaban siendo víctimas de graves amenazas, los militares del helicóptero confundieron la cámara del fotógrafo de Reuters con otro lanzagranadas. La precipitación con la que juzgan la realidad estos soldados es obscena en sí misma, sobre todo cuando escuchas la voz frenética y suplicante del artillero, que no es capaz de entender por qué razón, en una situación así, habría que tomar ninguna clase de precauciones antes de disparar. “Venga, tío, lo único que has de hacer es coger un arma”, les dicen a los civiles que caminan por la calle. “Dame una excusa”, insisten. Y de esta forma, en cuestión de minutos pasamos de una situación de amenaza de bajo nivel, a una verdadera matanza. El vídeo proporciona una muestra al desnudo de la necesidad irreprimible de contacto que las guerras provocan en sus protagonistas. Las imágenes y los sonidos se parecen mucho a los de un videojuego, y eso se debe a que ésta es la forma en que se ha configurado la moral de los soldados atacantes. Que se comportan como si disparasen contra unos facinerosos digitales.
Decidimos lanzar la filtración del vídeo en una rueda de prensa que iba a celebrarse en Washington el 5 de abril de 2010. Eso nos daba otros diez días para que Kristinn e Ingi fueran a Bagdad y localizaran allí a las familias de las víctimas. En ocasiones, a altas horas de la noche, salíamos de la casa islandesa para respirar hondo el aire frío, para inspirar profundamente el aroma a azufre que flota en la atmósfera de Islandia, y en esos momentos relajados me preguntaba cómo diablos íbamos a ser capaces de tenerlo todo a punto en tan poquísimo tiempo. Me separaban muchas campañas y muchos kilómetros, y también muchos años de aquel chico que se quedaba la noche entera despierto colándose en los sistemas informáticos de todo el mundo. Con la punzada de hielo del aire, y la fecha límite de Washington pisándonos los talones, parecía que, al mismo tiempo, todo hubiese cambiado, y todo fuese igual que en aquel entonces. En el último instante Kristinn logró la ayuda del Ministerio de Asuntos Exteriores islandés, y de repente salieron rumbo a Bagdad. Un contacto que consiguieron a través de Reuters les permitió llegar al barrio de Al Amin, la zona de la ciudad donde se había producido la matanza, y que era un barrio controlado por el ejército de Mahdi. El mismo día en que yo tenía que tomar el avión que me llevaría a Washington nos llegó la noticia desde Irak: Ingi y Kristinn habían logrdo encontrar a los niños y al viudo de una mujer que murió cuando el helicóptero lanzó los misiles Hellfire contra un bloque de pisos, justo después de haber disparado y provocado la matanza en la calle.
Llegamos por los pelos a Estados Unidos y al Club de Prensa de Washington. Era media mañana y la sala de prensa se encontraba atestada de periodistas. Les proyectamos el vídeo, y el efecto fue inmediato. Algunos de los presentes lloraban al terminar. No se trataba, evidentemente, de una revelación cualquiera. Los presentes eran gente endurecida por la vida y su trabajo, pero incluso así se emocionaron al ver esas imágenes de la brutalidad sancionada por la guerra que hasta ese momento habían sido mantenidas en secreto. De todos modos, cuando llegaron las preguntas fueron por desgracia lo de siempre: decepcionantes. Muchas de las personas que cubren los temas internacionales en Washington son, por decirlo pronto y mal, unos necios. A menudo no saben absolutamente nada de los asuntos ni de las culturas acerca de las cuales informan. Los más veteranos acostumbran a hacerse los enterados, fingen ser unos tipos que ya han visto demasiado para que nada pueda sorprenderlos. Son gente por lo general muy pesimista, y probablemente deberían avergonzarse de la tremenda ignorancia y la horrible condescendencia con que hablan de lo que ocurre en el mundo. Pero las cosas son así. Todos le tienen tal miedo al corporativismo de la prensa norteamericana que tirar de la alfombra que pisan los periodistas y su maldita negligencia parece una empresa imposible. No escuchan a nadie y se sentirían ofendidos si alguien sometiera a escrutinio sus prejuicios. No pienso quitarle hierro a este asunto: el vídeo les conmovió, pero casi ninguno de ellos sabía cómo obedecer a su instinto, sumando su voz al coro escandalizado que había provocado la visión de estas imágenes. Los noticiarios de la noche dieron informaciones que me parecieron inmorales. Wolf Blitzer habló en la CNN con una presentadora que se limitó a afirmar que la guerra era peligrosa, y nada más. Mostraron la primera parte del vídeo y después de los disparos cortaron la emisión, por respeto a las familias, según dijeron. Genial. Les daba vergüenza que lo viesen las familias iraquíes. El telediario de la Fox, por supuesto, lo presentó todo de forma que pareciese que los militares norteamericanos merecían que se les pidieran disculpas.
A lo largo del siguiente año tuvimos nuestros encuentros y desencuentros con los medios norteamericanos, en especial, naturalmente, con el New York Times, y tanto entonces como ahora fue siempre difícil no pensar que en su gran mayoría esos medios se ven a sí mismos como portadores de la antorcha de lo que ellos creen que son los intereses de su país. Maldicen el sufrimiento de los pueblos de las demás naciones, como si los extranjeros no tuviesen derecho a esperar que los americanos sintieran ninguna clase de simpatía por ellos cada vez que sufren malos momentos. La prensa norteamericana es capaz de hacer grandes manipulaciones a la hora de interpretar cuál es su propio papel en todas estas cuestiones, de manera que los medios convencionales consiguen siempre proyectar la idea de que están del lado del bien, y de que son siempre fieles a la bandera. No siento antipatía por Estados Unidos. Siento antipatía por lo que la actual generación de las élites política y mediática norteamericanas están haciendo, y que representa un insulto a los mejores principios y a la magnífica Constitución de ese país, y nuestro objetivo será, al igual que ocurre en relación con otros países que compiten con Estados Unidos en lo peor de esa nación, tratar de conseguir que todos ellos tengan que retirarse.
Al día siguiente de haber mostrado el vídeo Collateral Murder en Washington, el contraataque podía escucharse por todas partes. Y no nos fustigaban únicamente desde el Pentágono. Lo hacían desde las cloacas de San Antonio hasta los ex soñadores de la Casa Blanca. Los analistas políticos de derechas y de izquierdas se lanzaron a crucificarnos por haber mostrado al mundo entero un vídeo, un pedazo de grabación militar que hubiese hecho que cualquier país con un mínimo de orgullo hubiese sencillamente manifestado dolor ante las cosas espantosas que podían llegar a hacerse bajo su bandera. Pero no hubo humildad, nadie pidió perdón, nadie dio siquiera explicaciones. Sólo hubo ira por parte de quienes imaginan que quienes se atreven a revelar la verdad ante esta clase de situaciones deben ser considerados enemigos del Estado. Fue una respuesta paupérrima y muy primitiva ante la eclosión de la verdad periodística, y una reacción vergonzosa que traicionaba los principios fundadores que, según ellos dicen, están dispuestos a defender en cualquier rincón del mundo. Nos acusaron, por supuesto, de haber manipulado el vídeo. De haberlo editado con malicia. De haber borrado la imagen de hombres armados que supuestamente aparecían en la grabación, a fin de que todo pareciese peor de lo que en realidad fue. Era surrealista contemplar cómo la gente decía semejantes barbaridades con tanto aplomo. En realidad, lo que nos habían facilitado era un vídeo militar. Todos los ángulos de cada toma pertenecían a las posiciones de los soldados norteamericanos, toda la producción, incluidos sus valores, les pertenecía a ellos, y también eran suyos los actos cometidos, y no comprendo que pudiesen dormir por la noche tras haber negado lo ocurrido.
Hay ciertos rasgos de carácter que no resultan nada útiles para quienes nos dedicamos a este trabajo: ser hipersensible a las críticas, sin duda lo es; y la tendencia a sentir compasión de uno mismo, tampoco ayuda nada; yo he tenido que luchar conmigo mismo para no sucumbir a estas tendencias. Tengo un notable control de mí mismo, pero me saca de mis casillas que el mundo se niegue a escuchar, y espero ir mejorando poco a poco e ir aprendiendo a corregir mis errores. Somos una organización aún joven, y el tipo de trabajo que hemos llevado a cabo ha hecho que los focos se proyectaran sobre nosotros de manera muy rápida. Personalmente, he tenido que aprender sobre la marcha, y me siento orgulloso de haber sido capaz de realizar ese esfuerzo. Si somos un equipo de investigación al servicio del pueblo, no debemos pensar más que en el pueblo, y entonces no importará que la reacción a la derecha y la izquierda sea tan hostil. Hacer público el vídeo de Irak era lo correcto, y no sólo era coherente con nuestra idea de cuál era nuestra misión, sino el núcleo mismo de nuestra actitud moral. Millones de personas de Irak y Afganistán han convivido durante años con esta clase de ataques aéreos, y lo que a nosotros nos parecía imperativo ante estas situaciones era que los mismos soldados, y todos los civiles, tuvieran conciencia de que todo puede salir mal. Siempre habrá gente que alzará la voz para decir: “No es más que un episodio de la guerra, las zonas bélicas no son patios de colegio, siempre acaban muriendo personas inocentes”, y cosas así. Pero no es correcto que se fuerce a la gente a aceptar por las buenas esta clase de juicios. En el caso registrado por este vídeo, hubo una operación de encubrimiento y, tanto si quien la dictó fue un general de cuatro estrellas, como si se trató de un presentador de Fox News, hay que ser muy despreciable para ordenar que estos hechos sean ocultados a los ciudadanos de tu país. La guerra siempre es manipulación, y la manipulación no le hace ningún favor al pueblo del país en el que se libran las batallas; ni sirve tampoco a los intereses de la paz a largo plazo el hecho de que quienes ponen en marcha esa guerra estén dispuestos a librarla utilizando toda su mala fe. Llamamos la atención a Estados Unidos respecto a eso, e igual habríamos hecho con cualquier otro país, y no lo hicimos para conseguir que nuestras vidas fuesen más plácidas –de hecho, ahí comenzó un espantoso período de repercusión pública para mi persona– sino con la idea de seguir los dictados de unos ideales de transparencia informativa y de responsabilidad sin los cuales no hay en el mundo ninguna democracia que pueda funcionar como tal. Que las fuerzas armadas de Estados Unidos se negaran a abrir una investigación oficial resulta vergonzoso desde el punto de vista de la responsabilidad moral. Pero el vídeo, al igual que sucedió con las fotos de la cárcel de Abu Ghraib, fue una pieza esencial en el puzle de la realidad de esa guerra. Y fueron esta clase de imágenes lo que finalmente hizo que la guerra terminase.
‘El vídeo Collateral Murder’ es un capítulo de la Autobiografía no autorizada, de Julian Assange, que la semana próxima publica en España la editorial Libros del lince.
Julian Assange es periodista y editor, informático, hacker y fundador de WikiLeaks
Carta del editor
Su editor y traductor, Enrique Murillo, acompañó la noticia con esta carta:
Queridos amigos:
El pasado octubre me ofreció Canongate Books la posibilidad de publicar en castellano la autobiografía de Julian Assange. Me interesaba mucho la historia de WikiLeaks, y solo muy indirectamente la de su fundador. Pedí el texto, lo leí de un tirón, y en pocos días cerramos el acuerdo.
El texto me había convencido más allá de toda duda. Como ha escrito The Independent , es “una historia extraordinaria… una lectura fascinante”. Julian Assange, que narra en primera persona, aparece tal como es: un revolucionario de nuevo cuño, periodista y editor, informático, hacker y totalmente moderno. Es un héroe de nuestro tiempo, un tipo inteligente, apasionado, ingenuo, contradictorio, capaz de inventar la forma de proteger a las fuentes más allá de todo cuanto hasta la fecha se había conseguido, dando así libertad suprema a quienes desean filtrar materiales clasificados.
Decidí traducir yo mismo el libro y disfrutarlo así doblemente.
Assange arranca con el relato de su detención y encarcelamiento en Londres, y el comienzo de los forcejeos legales tras la petición sueca de extradición, tras la que parece poco dudoso que se oculta una maniobra de los Estados Unidos, en donde desde diversas instancias, y no solo desde el tea party, se han lanzado amenazas contra la persona que ha sido capaz de lanzar operaciones de filtración como la de los Diarios de Guerra de Afganistán y de Irak, Cablegate, y en estos mismo días, la de los emails de Stratford, una de las principales agencias privadas de espionaje.
Resulta magnífico su relato de infancia en Australia. Una madre que participa en las manifestaciones de los Setenta contra la guerra de Vietnam, un padre que desaparece pronto, pero es sustituido por otro hombre que es director y actor de teatro callejero… Las semillas de la rebeldía ya estaban sembradas.
Extraordinario su relato a partir del día en que le compran uno de aquellos ordenadores antiguos, enormes y sin programas, y el relato de cómo, desde una pequeña habitación de un país provinciano, descubre que el ordenador es capaz de hacer unas cuantas cosas. Sobre todo el día en que mediante el modem lograr conectarse con otros ordenadores, con otros jóvenes como él, diseminados por todo el mundo. Magnífica la manera cómo cuenta la gran partida de astucia que jugaban los primeros programadores y los primeros hackers, las persecuciones de gato y ratón dentro de los grandes sistemas informáticos de lugares como el Pentágono, la inteligencia e inocencia con la que aquellos primeros aventureros se colaban por todas partes sin pretender obtener el menor beneficio personal.
Hasta que sus habilidades como desencriptador le conducen a crear toda clase de programas de software que le sirven para averiguar contraseñas, para encriptar contenidos y fuentes… todo lo cual conduce a la fundación de WikiLeaks, cuyos principios no pueden ser más sencillos:
1) Todos los poderosos utilizan el secreto para oprimir a la población del mundo.
2) La revelación de la verdad puede contribuir a reducir su poder, a hacer el mundo más transparente, a liberar a los oprimidos.
3) Las nuevas tecnologías permiten crear sistemas de protección de las fuentes como jamás había conocido el periodismo.
4) Una vez saben que están protegidas, las “gargantas profundas” del mundo pueden empezar a filtrar sin miedo los materiales clasificados a los que tienen acceso.
5) Para dar la mayor difusión posible a esos materiales, lo mejor que puede hacer la web de WikiLeaks es colaborar con medios periodísticos convencionales, que podrán contribuir a editar el material en bruto filtrado por la fuente, y convertirlo en historias y titulares.
6) Pero quien se ha atrevido a todo eso debe andarse con mucha cautela, porque los poderosos tratarán de hacérselo pagar. Si la fuente queda protegida, hay que atacar al periodista que trabaja esos materiales, al editor que los difunde.
Y así se llega a las amenazas lanzadas desde la administración norteamericana, y a la rocambolesca historia de las denuncias por violación contra Assange presentadas por dos mujeres suecas, adultas, y que consintieron en tener relaciones con Assange. Y que, por oscuros motivos, luego le denunciaron.
El libro fue contratado por Assange con Canongate Books porque el fundador de WikiLeaks necesitaba dinero para pagar a los abogados que podían tal vez librarle de la extradición. Eligió él mismo al novelista Andrew O’Hanlon para entrevistarle y luego escribir el texto, y tras 50 horas de conversaciones el pasado verano ya había un manuscrito.
Assange decidió que el texto era excesivamente personal (“toda memoria es prostitución”, dijo). Pero Jamie Byng, el editor que contrató el libro, decidió publicarlo, entre otras cosas porque Assange ya había cobrado el anticipo, pero sobre todo porque el resultado era un texto magnífico. Y porque el libro iba a ser publicado en todo el mundo por una veintena de prestigiosas editoriales de todo el mundo. Al igual que Canongate, en Los libros del lince nos sentimos orgullosos de publicar estas memorias magníficas. A mí me parece que este libro es extraordinario y que merece ser publicado, y por eso lo hacemos.
Me permito recordaros que las multinacionales como Visa, Master, PayPal, etc., que durante años vehicularon las donaciones que han financiado WikiLeaks hasta el pasado otoño, han boicoteado la web por motivos que cualquiera puede imaginar. Que WikiLeaks haya sobrevivido y lanzado la nueva campaña de filtraciones es algo que debemos celebrar.
Su supervivencia es necesaria en nombre de la libertad de expresión y de la libertad de publicación.
Saludos,
Enrique Murillo
Los libros del lince
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Autor: Julian Assange