lunes, mayo 29, 2023
Autores Publicaciones por Bosco Esteruelas

Bosco Esteruelas

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Bosco Esteruelas es periodista y escritor. Ha trabajado en El País como editorialista y corresponsal en Tokio y Bruselas, y antes en la agencia Efe en las delegaciones de Roma, Washington y Londres. Ha sido también portavoz de la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación) y de la Comisión Europea. Ha publicado cuatro novelas, "El reencuentro" (2011), "Todo empezó con Obdulio" (2012), "Retorno a Zumaia" (2014 y "Gracias, asesino" (2020), y una colección de relatos titulada "La chica de Tsukiji" (2014)   En esta bitácora quiero observar e interpretar la realidad política y social desde fuera de la jungla urbana

Un nuevo invitado

La pasada madrugada resultó interesante. La fantasía me permitió conocer a una nueva persona. Naturalmente no faltaron ni el susto ni la emoción, distintivos inseparables en mi vida en estos tiempos inciertos de coronavirus. Me sorprendió que no hubo en mí el terror de otras veces. Es como si mi cerebro se hubiera acostumbrado a esa nueva realidad de la que habla mi gobernante. Una realidad, en mi caso, irreal, ilusoria, que ignoro dónde me conduce. En fin, como dijo Horacio, carpe diem. 

Mi gobernante, creo que usted se equivoca

Le ha pillado gusto, mi gobernante, de aparecer los sábados sin apenas avisar en el televisor de mi casa. La primera vez, cuando anunció el controvertido decreto de estado de alarma, me pareció su visita justificada. Pero a partir de ahí no he encontrado razón para que un primer ministro de un país democrático me atragante el almuerzo durante más de una hora para casi explicarme cuándo debo levantarme, qué alimento es el más sano para mi delicado estómago, a qué hora puedo pasear o a qué velatorio fúnebre está permitido que asista.

El mundo está loco, loco

No pocas amistades y familiares con quienes converso en estos inciertos tiempos del coronavirus me han confesado que han dejado de ver los informativos de la tele, escuchar la radio o seguir los medios escritos porque les causa ansiedad. Me limito a echar un vistazo a los titulares, me dice más de uno. Sin embargo, creo que me mienten porque, según sople el viento para ellos, aplauden o censuran a este o aquel político, esa o aquella declaración. Doy por cierto, que así como ya hay ensayos y novelas en preparación sobre la catástrofe, habrá tesis doctorales en universidades españolas o extranjeras o estudios sesudos internacionales sobre este asunto, sobre el lenguaje político y mediático.

Lenta melancolía

Lentamente voy adaptándome al cronograma de mi gobernante. Combino rutina con imaginación, realidad con irrealidad. Contenidos paseos al alba o en el crepúsculo con la serena y forzada reclusión en la cueva. El peligro estriba cuando me excedo, caliento el motor y paso de un estadio a otro de manera brusca y violenta. Es entonces cuando emergen las jaquecas, las migrañas, los dolores de cabeza o lo que malditamente tenga. Pero duele. Una neuróloga a la que pregunté recientemente a través de teleconsulta concluyó que eran tensiones musculares agudas debidas al estrés (¡¿?!) u otras causas que tendría ella que investigar una vez salgamos de la debacle.

Camaradería

Había pasado una madrugada dantesca con la presencia del cuarteto perruno y su sangriento desenlace. Había dormido poco y mal, como de costumbre. Había entrado en la desorientación y en la compañera depresión, rasgo atávico de mi personalidad. Había arrojado la pila de libros de la mesilla, incluso el del autor santanderino que estaba leyendo, contra la pared en un ataque de histeria por los ruidos del vecindario. Había declinado la invitación de unos amigos a pasear por un parque solitario trasero a mi casa. Había olvidado quiénes eran los buenos y quiénes los malos. Había extraviado el móvil con mi agenda de contactos incluido el teléfono de Jacques-Marie McFarlane, mi psicoanalista jamaicano, cuya ayuda necesitaba con urgencia.

Perros feroces

Soñé que paseaba con una atractiva maorí por una playa desierta de la isla norte neozelandesa mientras nos bañábamos extasiados por una puesta de sol maravillosa. No le entendía una sola palabra. Qué más da, me dije. A veces tampoco entiendo a los de mi lengua. Aprovecha pues la belleza de las Antípodas y olvídate del resto. Qué egoísmo, con la que está cayendo en mi país y en casi todo el planeta, continué pensando mientras el bellezón étnico me hacía señas para adentrarme en las aguas del Pacífico tal vez para no retornar jamás.

Allegados y demás compañía

La catástrofe vírica ha introducido en mi vida palabras que no existen en el diccionario como "desescalada", términos como "nueva realidad" muy de jerga política a lo Deng Xiaoping  o lo que es peor, me está obligando a definir qué es lo que entiendo por afectos o por allegados. No es materia de examen para obtener la diplomatura oficial de buen ciudadano libre de virus. Al menos no para mí. Pero sí altera mi frágil estabilidad psíquica.

Yo también soy una hormiga

Me transformé de humano a rata y de ésta a hormiga en menos de tres horas. Descubrí que no podía ser de otro modo si quería sumarme al pelotón de insectos que de buena mañana pululan por el paseo marítimo de mi ciudad accidental. Ignoro si estas convulsiones y transformaciones que sufre mi mente desde hace mes y medio continuarán mucho más tiempo, si seré capaz de llegar a la fase 3 del cronograma oficial en busca de la nueva realidad o bien si la cabeza se apiadará de mí y aliviará el dolor que con mucha frecuencia me causa este carrusel anímico.

Síndrome de la cueva

Preparé la ropa y las zapatillas de deporte la noche anterior, memoricé la ruta que haría durante esos 60 minutos que graciosamente mi gobernante me concedía a partir de ahora y me fui a dormir. A las cinco estaba despierto. Desayuné frugalmente como de costumbre. A las seis estaba nervioso y a las siete más. Comenzaba a clarear en el paseo marítimo de mi cuidad accidental. Esperé a las ocho, cuando el sol estaba ya alto. Nadie. Ni un vestigio de ser humano o animal alrededor. No me atrevía a ser el pionero. No quería destacar. Aproveché entretanto para repasar la prensa hasta las nueve. Nada sobresaliente. Qué mérito tienen los medios para llenar el espacio, me dije. Miré el reloj digital del móvil. Había llegado el gran momento. No debía aplazarlo más.

Arriba parias de la Tierra

Vaya madrugada que tuve la pasada. De seguir así, alcanzo la nueva normalidad en un par de días y al tercero soy carne fétida para los perros, que en el futuro pulularán extraviados y enloquecidos por el paseo marítimo de mi ciudad accidental tras intercambiar opiniones y previsiones con Kristalina Georgieva, Christine Lagarde, Angela Merkel y nuestra Nadia Calviño. Las cuatro féminas que dibujan en mis sueños la apocalipsis financiera. Ellos, también hacen sus cálculos, sus estimaciones a través de sus organismos caninos internacionales y esbozan una sonrisa taimada ante lo que se avecina.