Bares, qué lugares

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La imagen de un ser atormentado, ebrio de alcohol, buscando a su musa en oscuros o siniestros bares para después plasmarlo en un lienzo, o la de otros jóvenes discutiendo acaloradamente en torno a una mesa repleta de vasos medio llenos (o medio vacíos según se mire) que de pronto sacan papel y lápiz para registrar los acordes de una canción, los esbozos de un poema o la idea para un relato no resulta extraña en el imaginario colectivo cuando queremos esquematizar o simbolizar el genio creativo.

 

Prácticamente a nadie le extraña que Van Gogh (o cualquier otro superdotado de los pinceles) tuviera que ‘nadar’ en absenta para visionar sus paisajes o retratos, o a Nietzche dándose un chute para deslizar sus teorías del superhombre, Zaratustra y demás; ahora bien, si hablamos de otras creaciones y de otros genios, por ejemplo los científicos, esa imagen bohemia -de un irrestistible atractivo- se torna en una de tal pulcritud y limpieza que echa para atrás. Newton leía plácidamente a la sombra del manzano cuando cayó la fruta madura, et voilá, teoría de la gravedad al canto.

 

Los rayos equis se vislumbraron en el interior de un laboratorio casi casi por error… y también una casualidad en la sala contigua permitió a Bell inventar su teléfono. Vamos, que si bohemia y arte van de la mano, aburrimiento y ciencia también resultan sinónimos. Todos los hombres de ciencia, salvo Einstein, a quien se le ha permitido convertirse en la excepción a la norma, si quieren pasar por genios han de conservar un gesto adusto, esperar en su laboratorio el encuentro con la inspiración y de los bares… ni hablar, apenas pisar la cafetería del campus para tomar un cafelito y gracias.

 

Nadie, en su sano juicio, puede pensar que tras ingerir unas copas y en el calor de una discusión en una tórrida tarde de verano en una playa, se haya gestado en una servilleta ni más ni menos que un Premio Nobel. Transcurría el mes de julio de 1972 cuando Stanley Cohen y Herbert Boyer, algo más que alegres en una sobremesa en Waikiki Beach, se enzarzaron en una discusión -tan vibrante y vehemente como la que pudieran mantener los existencialistas en el café Les Deux Magots- sobre unos aparentemente intrascendentes estudios realizados por Joshua Lederberg sobre la infección E. coli por bacteriófagos. A tal punto iba llegando la conversación que ‘tirando’ de pluma y de una servilleta de la mesa desarrollaron la primera receta para cortar y coser el ADN.

 

Aquella tarde, y en aquellas condiciones, se gestaba la era de la ingeniería genética y la revolución biotecnológica, nacía el poyecto para completar el mapa genético de los seres humanos (El Proyecto Genoma Humano) y el Premio Nobel para sus dos protagonistas. Los hombres de ciencia son tan divertidos o aburridos como los demás, pueden resultar bohemios o metódicos y que los caminos que llevan al conocimiento y a los descubrimientos son tan variopintos como en el resto de las actividades humanas. Lo único que importa, como decía aquel, es que cuando te llegue la inspiración estés en las condiciones adecuadas para aprovechar el momento.

 

Victoria López-Rodas, Doctora en Veterinaria

Jesús Pintor Just es natural de Vigo. Nacido el 26 de diciembre de 1964, comenzó sus estudios de Biología en la Universidad de Vigo. Se trasladó a Madrid a finalizar dichos estudios licenciándose en el año 1989. Un año antes ya se había unido al grupo que la profesora M. Teresa Miras Portugal había consolidado en el Departamento de Bioquímica de la Facultad de Veterinaria de la Universidad Complutense, donde se doctoró en 1993. Durante los años 1994 y 1995, realizó su estancia posdoctoral con el profesor Geoffrey Burnstock en Londres, Reino Unido, para posteriormente reintegrarse a sus tareas docentes en Madrid. En la actualidad compagina sus tareas docentes e investigadoras con la figura de Subdirector de Investigación y Nuevas Tecnologías en la Escuela Universitaria de Óptica, dirigiendo a un grupo de 12 investigadores. En el plano científico ha publicado más de 100 artículos en revistas internacionales. Inventor de 12 patentes para el tratamiento de diversas patologías oculares y condrodisplasias, ha sido galardonado como mejor joven neuroquímico europeo (1994) y recientemente como mejor emprendedor de la Comunidad de Madrid por sus ideas para el desarrollo y explotación de las patentes de las patologías oculares y por la mejor idea para la creación de una empresa de base tecnológica. 
 Eduardo Costas. Es doctor en Biología, catedrático de universidad y doctor vinculado al CSIC. Iconoclasta por definición, ha trabajado en diferentes instituciones y desarrollado su investigación en diversos campos, básicamente en genética evolutiva y ecología de microalgas. Ha elaborado desarrollos aplicados (patentes, transferencia de tecnología). Siempre ha estado interesado en la divulgación científica. 
 Victoria López-Rodas. Coordinadora de ciencia. Es doctora en Veterinaria, profesora titular de universidad y doctora vinculada al CSIC. Trabaja en mecanismos genéticos de la adaptación de microorganismos fotosintéticos tanto a ambientes naturales extremos como a los efectos del cambio global antropogénico. Además es una de las mejores expertas en fitoplancton tóxico y sus efectos en aguas de abastecimiento, acuicultura y fauna salvaje.

1 COMENTARIO

  1. Un artículo aclaratorio y

    Un artículo aclaratorio y rompedor de los tópicos que circulan por ahí, tanto de los científicos como de los artistas. La frase de Picasso «cuando te llegue la inspiración que te pille en el taller», es ya aclaratoria. Un servidor, que se dedica al arte y su docencia, emplea mucho tiempo y energía en romper estos tópicos, incluso dentro de mis propios alumnos. Hay artistas que han trabajado con estados alterados de conciencia, pero si no sabes qué hacer con estas experiencias es como si no las tuvieras. En el arte hay mucho más rigor del que piensa el común de los mortales,simplemente que no lo mostramos de forma directa, porque no es un requisito del arte,pero todos distinguimos una buena obra de otra mala, aunque no sepamos decir nada de ella.

    En el arte vivimos aún con los tópicos más románticos. No ha habido tantos artistas que se hayan muerto de hambre. Me atrevería a decir que fueron uno de los primeros «funcionarios» del Estado y siempre tuvieron que trabajar con una clientela, fuera la Iglesia, la Corte, la burguesía o el Estado hipermoderno con toda su trama de sociedad del espectáculo.

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