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Barro


 

Suena Gone tomorrow, de Lambchop

 

De los apocalípticos cielos que las paranoicas visiones dibujaban, o verdaderamente descubrían –ese inquietante plano de clausura-, en la anterior Take Shelter (Idem, 2011), hemos pasado a la luz diáfana y ocre, al agua templada y serena del Mississippi, recorridas por la mirada de los dos jóvenes protagonistas de Mud (Idem, 2012), Ellis y Neck, o lo que vendría a ser la versión made in siglo XXI de Tom Sawyer y Huckelberry Finn respectivamente. Sin embargo, su director, Jeff Nichols, nos transmite la misma inquietud que provoca lo misterioso, aunque ahora ya no se trata de saber qué le pasa al protagonista, de confirmar hasta qué punto son ciertas sus premoniciones sobre la posibilidad de un nuevo diluvio universal. Ya no se trata de cual Noé construir un refugio en forma de búnker subterráneo porque ya de nada sirve un arca para sobrevivir al fin del mundo. Ahora los protagonistas también tienen una embarcación, misteriosamente atrapada sobre unos árboles, que se convierte en su escondite para huir de su mundo, otro mundo que también se acaba, bien es cierto.

 

Esa única patria que al fin y al cabo le queda al hombre, como diría Rainer Marie Rilke, que es la infancia es lo que llega a su fin para dar paso a otra etapa de la vida, seguramente la más conflictiva, la más traumática, la de la adolescencia, donde todo son inseguridades, donde se alimentan las primeras frustraciones, donde se descubren los primeros desengaños, donde se aprende a mentir, de verdad, donde se toma conciencia del mundo de los adultos, el mundo que nos espera, y que no queremos. Y en medio de todo esto, aparece Mud, con su pinta a lo Robinson Crusoe, encallado en un islote en medio de un delta formado por el Mississippi. Pero, ¿quién es en realidad?, ¿qué hace ahí?, ¿cómo ha llegado hasta ese lugar? Parece un fugitivo, un delincuente o un asesino –y en realidad sabremos que lo es, aunque por amor- que lleva una sospechosa pistola, que habla con los conocimientos de un chamán de supersticiones y creencias mágicas. Una presencia inquietante, misteriosa, perfecta para alimentar el espíritu de aventuras de Ellis y Neck. La posibilidad de poder huir de su dramática cotidianeidad –los padres del primero están a punto de divorciarse; los del segundo fallecieron hace años- a través de su complicidad en una hazaña romántica en la que aparecen el amor por la chica y los peligros de los cazarrecompensas.

 

 

Mud se mueve entre el relato de iniciación y el thriller a la manera como lo hacían esas dos obras maestras que son La noche del cazador (The night of hunter, 1955), de Charles Laughton, y Los contrabandistas de Moonfleet (Moonfleet, 1955), de Fritz Lang, o como la maravillosa Un mundo perfecto (A perfect world, 1993), de Clint Eastwood. Mud es una digna heredera de esa tradición cinematográfica, sobretodo porque aquí aparece, como en el caso de las películas de Lang y de Eastwood, esa entrañable y fascinante complicidad entre un personaje con su lado oscuro, con un pasado delictivo, y unos protagonistas inocentes. Nichols nos lo describe con concisa clarividencia y traza con la misma maestría, de forma paulatina y determinada, con la que trazaba la posibilidad, o no, de una amenaza apocalíptica en Take Shelter, el desarrollo de una historia a través de los ojos de sus protagonistas, especialmente Ellis –aunque haya alguna licencia narrativa que nos aporte información extra a los espectadores-. Y lo hace sin tener que recurrir a ningún tipo de alteración dramática, sin tener que imponernos una dosis adicional de suspense, sin apenas poner el acento en nada que no sean unos personajes cada vez más atrapados por las circunstancias, cada vez más desengañados –Mud porque, a pesar de justificarla, descubre lo caprichosa que resulta ser su amada Juniper; los chicos, Ellis principalmente, porque se dan cuenta de su inocencia y que lo único que han hecho ha sido tan solo alimentar sus ilusiones.- De repente, sus vidas se parecen al barro –al que alude el título de la película- y el amor no es lo que uno piensa, lo que uno sueña, y la muerte acecha.

 

 

Entonces todo se precipita, como cuando ya nada tiene sentido, hacia un clímax final donde irrumpe, tal vez con una fuerza algo atenuada, la segunda influencia citada por Nichols además de la de Mark Twain, la de Sam Peckinpah. Los niños atrapados en el despiadado, violento y corrompido mundo de los adultos. Antes, sin embargo, Nichols, en un gesto que le ennoblece, ofrece la posibilidad a Mud de una redención, de poner de manifiesto su extraordinaria honestidad, a ojos de Ellis, pero también de los espectadores. Un gesto íntegro por parte del cineasta y un último gesto heroico por parte del personaje que nos ofrezca algo de optimismo de cara a ese momento en el que, como decía Graham Greene, “la infancia abre una puerta y deja entrar el futuro».

 

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