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ArpaPoesíaBasho. «A la luz del relámpago»

Basho. «A la luz del relámpago»

A la luz del relámpago

Haikus de Matsuo Basho.
Selección y traducción de Kayoko Takagi y Jenaro Talens.
Caligrafías de Eiko Kishi.

 

 

 

haikus de Los círculos del año

 

 


 

ganjitsu ya
omoeba sabishi
aki no kure

uno de enero
pienso en la soledad
tardes de otoño

 

 

 

 

fuku tabi ni
chō no inaoru
yanagi kana

con cada soplo
se levanta en el sauce
la mariposa

 

 

 

 

ochizama ni
mizu koboshikeri
hana tsubaki

mientras caía
ha derramado el agua
flor de camelia

 

 

 

 

 

harumoya ya
keshiki totonou
tsuki to ume

la primavera
anuncia su llegada
luna y ciruelo

 

 

 

 

umegaka ni
notto hi no deru
yamaji kana

despierta el sol
al olor del ciruelo
senda del monte

 

 

 

 

kane kiete
hana no ka wa tsuku
yūbe kana

campana muda
el eco de un perfume
qué atardecer

 

 

 

 

haikus de De cobijo y campanas

 

 

 

 

chichi ha ha no
shikiri ni koishi
kiji no koe

mamá y papá
siempre pensando en ellos
un faisán canta

 

 

 

 

okiyo okiyo
waga tomo ni sen
neru kochō

oye, despiértate!
mariposa que duermes
ven y acompáñame

 

 

 

 

sama-zama no
koto omoi dasu
sakura kana

son tantas cosas
las que ahora me embargan
flor de cerezo

 

 

 

 

yuku haru ya
tori naki uo no
me wa namida

termina junio
llanto de aves y peces
para mí, lágrimas

 

 

 

 

suzushisa o
waga yado ni shite
nemaru nari

qué frescor
hago de él mi morada
y me adormezco

 

 

 

 

inazuma ni
satoranu hito no
tattosa yo

ante un relámpago
quien no comprende nada
es de admirar

 

 

 

 

yama mo niwa mo
ugoki-iruru ya
natsu zashiki

jardín y montes
tan vitales penetran
salón de estío

 

 

 

 

 

hototogisu
naku naku tobu zo
isogashiki

el cuco canta
y canta y luego vuela
siempre ocupado

 

 

_________________________________________________

 

Mucho antes de que Freud y Lacan hablaran del subconsciente y de la falta en ser, Japón había puesto dichas cuestiones ante los ojos de los espectadores del Teatro No —cuyo fundador, Zeami, nació en el siglo XIV—, cuando a mitad de la obra irrumpía en escena el fantasma, haciendo posible, con su mera presencia, llegar a una solución del problema planteado. Ya se tratara de un espectro femenino —así una mujer no amada que anhelara saciarse en sangre—, o masculino —un guerrero que necesitara reproducir su última derrota o victoria—, al permitir, el desarrollo de los sucesos escénicos, que estos actos se cumplieran de forma fantasmal, el protagonista podía rehacer su propia identidad.

Si en el Japón antiguo latía semejante conciencia, no es de sorprender que surgiera también la pregunta por la esencia y la existencia, pregunta que sutilmente se enlazaba con la que atañe al yo con su intimidad subjetiva respecto al objeto, es decir, el entorno, y el hilo que traspasa a ambos, sutil como un alfiler que detiene el vuelo de una mariposa. Ser y existir, he aquí dos cuestiones íntimamente relacionadas con el hombre y la vida, cruzadas por un instante abierto. También para este tema, el japonés dio con la solución expresiva, y lo hizo a conciencia: una forma poética llamada haiku.

El mayor maestro en este tipo de creación, Matsuo Bashō —del que en el presente libro ofrecemos noventa y nueve haikus—, en su obra Sendas de Oku, expone que dicha forma se distingue por ofrecer a la vez variedad y unidad. Para él, la variedad se basa en lo temporal, el elemento cambiante (ryūkō), que se halla en la misma sustancia de la obra. Por otra parte, lo permanente, lo que no cambia, se da en su esencia (kyo). La unidad, invisible a simple vista, era la fuerza oculta y que da sentido al todo. Como consecuencia, poéticamente, el espacio y los nombres de los lugares, parecen hallarse dentro de una espiral; y los sucesos acontecer en una unidad circular con un centro que es, sin duda, la conciencia del poeta, a la vez dinámica y totalizadora.

La vida de Bashō nos parece actualmente muy distante, no solo por las fechas sino por la sucesión de los acontecimientos, ya positivos, ya negativos, a los que su personalidad se adaptaba como si de la evidencia se tratara. Así, por ejemplo, cambia sin ambages de ciudad y sus casas arden o se derrumban en oleadas sucesivas, sin que esto parezca inmutarlo.

Por otra parte, siendo muy pronto conocido y admirado como poeta, se diría que por ese mero hecho todo llega a solucionarse.

Bashō nació en Ueno, provincia de Iga, en 1644, fue el cuarto hijo, tras dos hermanos y una hermana, y lo siguieron aún otras tres hermanas más jóvenes. Su padre, Yozaemon, que era un samurai al servicio de los Tōdo, se ganaba la vida enseñando a escribir a niños del vecindario. Y siendo aún niño, cuando contaba solo nueve años (1653), Bashō entró a su vez de paje al servicio de la familia Tōdo; de hecho, como compañero de estudios del joven heredero Yoshitada, dos años mayor que él, con el que entabló una intensa amistad. Y, aunque en ese mismo año, 1653, murió su padre, Bashō y Yoshitada siguieron inseparables, lanzados pronto a escribir poesía en el estilo del maestro Teitoku.

El primer poema que se publicó de Bashō, lo que aconteció en 1664, concluye así:

El cerezo sin hojas,

viejo tal mujer desdentada,

recuerda con flores su juventud.

 

Sin poder encontrarse en su cita anual

las dos estrellas se inquietan

en el inquieto cielo de julio.

 

Coquetas las lespedezas

se elevan del suelo tan malhumoradas

como hermosas.

 

Se diría que el grito agudo del cuco

con la sangre de su boca ha teñido

esa azalea sobre las rocas.

 

 

Fragmento inicial del texto Preliminar, escrito por Clara Janés, con el que se abre el libro del que hemos extraído estos haikus para la nube habitada:

Matsuo Bashō. A la luz del relámpago.
Ediciones del Oriente y del Mediterráneo.

Edición bilingüe de Kayoko Takagi y Jenaro Talens
Preliminar: Clara Janés
Caligrafías: Eiko Kishi
Fotografías: Adriana Veyrat

 

 

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