
El otro día un compañero de prensa me indicó que casi superaba sus niveles de adicción a los de Liverpool. No mentía: he escrito mucho, quizá demasiado, sobre John, Paul, George y Ringo. Esto no es debido tanto a mi entusiasmo por los “Fab Four”, como que estos textos siempre tienen visitas ya que existe un público Beatle (“Fab Listeners” los llamaba Lennon).
Lo interesante es que desde hace años los Beatles son un enigma histórico casi comparable a las Pirámides o el ascenso de Hitler. Su repentina ruptura en la cumbre, lo excepcional de su triunfo y música, han creado un volumen de publicaciones inacabable a través de memorias, estudios sonoros o biografías juiciosas. Los recovecos de una historia de más de una década, 1958 – 1970, son un puzle sin final y con insondables misterios.
La etapa colegio del Opus de los Beatles
Con jornadas en universidades o blogs dedicados a las mayores nimiedades del periodo, esa incógnita que fueron los Beatles sigue y seguirá interesándonos siempre: los entuertos de cada miembro con el otro, su personalidad extravagante (John Lennon llegó a tener un traje de gorila) y toda su corte bohemia de “mad doctor” griegos o artistas conceptuales obsesionadas con el color blanco.
Es difícil defender a los “Fab Four” como los mejores músicos del periodo, la comparación del siempre torpe Lennon con los virtuosos de Cream es muy ofensiva, pero sí fueron los más versátiles. Visitantes de todo género musical, los Beatles confiaban en el esquivo azar para dar nuevos giros a su música. Contrarios, en perspectiva, a cualquier idea de lo indie -ese concepto de “tipo auténtico” que riega su propio huerto tocando el mismo blues años- son el mayor alegato de la música comercial como referente cultural.
McCartney, su reciente Lyrics, recordaba que es imposible para él no creer en “la magia” al recordar su pasado. El propio Lennon, de hecho, llegó a mandar a su amante May Pang a comprar discos piratas a una de las primeras convenciones de los Beatles en los 70. Más cínico, George Harrison decía que todo el mundo vivía “a costa” de la producción del grupo dada la desproporción que ha alcanzado su mitología luego del asesinato de John.
Cuando el grupo de Liverpool descubrió los porros en la universidad
En la excelente pieza reciente de David Remnick en New Yorker se desarrollaba con minuciosidad como McCartney ya no podía despegarse de su pasado, el cual le devora como si fuera el libreto de una obra de teatro sin final. Al reportaje solo le faltó una cita precisa para acabar: