Anguita, el profeta anti-euro

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Julio Anguita acaba de publicar un libro junto al periodista Julio Flor. Se llama Contra la ceguera. Cuarenta años luchando por la utopía. Cuenta la historia de Izquierda Unida y su vida en paralelo a los grandes acontecimientos históricos de las cuatro últimas décadas. Pero nos vamos a detener en un aspecto. O en unos cuantos relacionados con uno solo: Anguita fue quien predijo la crisis económica que todavía sufrimos, no los grandes gurús que se atribuyen ese mérito. Anguita lo hizo hace algo más de dos décadas, a principios de los noventa, justo cuando se preparaba y luego se aprobó el Tratado de Maastricht. Inmediatamente después de caer el Muro de Berlín y coincidiendo con los últimos estertores de la Unión Soviética.

 

Julio Anguita introduce así el tema en su libro: “¿Dónde queda el sistema de libertades? Están acabando con él, poquito a poco. Soy de los que opinan que estamos en un golpe de Estado incruento y a cámara lenta, pero inexorable. Inexorable”. A continuación, el periodista le pregunta: “¿Cuáles son los hitos de ese golpe de Estado?” Y Anguita responde: “Para empezar, Maastricht supuso la segunda constitución española”. Justo ahí está el origen de todos nuestros males actuales. Maastricht se terminó de aplicar en el verano de 2011, cuando se cambió el artículo 135 de la Constitución para decirles a los acreedores de España que pagarles era la prioridad, por encima del mantenimiento de los sistemas públicos de educación, sanidad y consumo. 

 

Una Unión Europea competitiva

 

Fue con el Tratado de Maastricht con el que se decidió la creación de una moneda única, el euro. Y se fundó el Banco Central Europeo. Esto no tenía por qué ser necesariamente malo. No lo hubiera sido si la Unión Europea hubiera cumplido con varias condiciones para convertirse en una unión monetaria de verdad: un presupuesto comunitario potente y no la farsa con la que cuenta ahora; una fiscalidad común; un mercado laboral con las mismas reglas en todos los países…

 

En lugar de eso, se impusieron los deseos de los empresarios: preferían tener una Unión Europea en la que los países compitieran entre sí en cuanto a costes fiscales (así se explicaron los primeros éxitos económicos de Irlanda) y también respecto a los costes laborales (ahora mismo España, por ejemplo, está usando la rebaja de los salarios como primer arma para ganar competitividad exterior). De esta manera, se profundizaron los desequilibrios económicos entre los países de la Unión. El norte fabricaba, el sur compraba. El norte ahorraba y el sur invertía, malgastaba y creaba burbujas justo con esos ahorros. A todos nos iba bien, en realidad. La “utopía de 1989”, la feliz ilusión que circuló nada más caído el Muro de Berlín según la que el capitalismo iba a ser capaz de cumplir con todas las promesas frustradas por el comunismo parecía estar cobrando forma. Tan bonito como falso.

 

Maastricht fue el tratado que impuso los criterios que debían cumplir los países para incorporarse al club de los ricos que tendrían euros en sus bolsillos y no pobres pesetas, liras italianas, escudos portugueses o dracmas griegos. Esas exigencias, recordemos, eran mantener a raya la inflación, la deuda y el déficit. Crear puestos de trabajo daba igual. O que los seres humanos, por el hecho de serlo, tuvieran garantizados una serie de derechos. Eso nunca ha sido prioritario. Tener un ejército laboral en la reserva y con miserables condiciones de vida viene muy bien porque ayuda a contener los salarios y a engordar los beneficios. Y a que acepten minijobs como si les hubiera tocado el euromillón. 

 

Hablando de salarios, hagamos un inciso: esta semana se celebraba en Madrid el Foro Latibex, que reúne a analistas financieros, economistas y empresas de América Latina. Uno de los ponentes, chileno, explicó que la Bolsa de su país no está yendo muy bien porque los beneficios de las compañías se están resintiendo por el aumento de los costes energéticos y laborales. Pero añadió que estos últimos no le preocupaban: las subidas salariales siempre se traducen en consumo y, por tanto, en más ganancias para las empresas en el futuro. En definitiva, al capital le merece la pena el esfuerzo del aumento salarial. Ya lo decía Ford: sus empleados debían cobrar una cantidad suficiente para poder comprar ellos mismos los coches que fabricaban. Es de cajón. Pero las lumbreras que nos gobiernan tienen más avaricia que memoria.

 

Volvamos a Maastricht. Ahí se sentaron las bases del desastre. Lo hemos dicho. Ése fue el programa electoral del euro. Y votamos “sí”. Ésa es la tragedia. No le hicimos caso a Julio Anguita que ya en el año noventa denunciaba la deriva europea.

 

Él ya aconsejó en los noventa la unión de los países de la periferia

 

En diciembre de 1990, el dirigente comunista ya denunció en el Congreso de los Diputados la deriva de la Unión Europea. Respecto a sus últimas políticas, que preparaban el camino a Maastricht, explicó: “Esto conlleva, no nos engañemos, procesos de ajuste que, con la experiencia habida, recaerán sobre trabajadores y capas populares. Dicho de otra manera, las consecuencias más inmediatas son: bloqueo de un papel activo del presupuesto comunitario; aumento de los desequilibrios territoriales y sociales al limitar la financiación de los fondos presupuestarios y de los estados miembros; impedimento a nivel comunitario y de los estados miembros de una política fiscal progresiva y, sobre todo, armonizada a nivel comunitario”. Era el año 1990, insistimos. Han transcurrido 23 años.

 

En 1995, en una entrevista que le hizo Manuel Campo Vidal, su capacidad de predicción llegó mucho más allá si cabe: “Todos los países van a revisar si se están cumpliendo las condiciones de Maastricht. Es el momento en que España, si tiene valentía y explica a su pueblo las cosas, junto con otros astados de la periferia, planteen la alternativa a Maastricht”. Pero hay que ver este fragmento en vídeo. Hay que verlo. Y hay que leerlo escrito negro sobre blanco en el libro. Porque Anguita, en 1995, llegó a decir que Alemania estaba buscando la creación del IV Reich económico, que terminaría por ser político. ¿No estamos en ésas ya?

 

Anguita estuvo contra Maastricht pero, como él dice, no gratuitamente, sino fruto de la reflexión. Construyó su posición a base de muchas horas de estudio. Y da nombres de los economistas en los que se apoyó: Miren Etxezarreta, catedrática de la Universidad de Barcelona, Joaquín Arriola, Martín Seco, Salvador Jové… Así recogió “El País” su postura: “Anguita da un rotundo ‘no’ a Maastricht por ser la coartada de la ‘política antisocial’ de González”.

 

No estaba solo. Mucha gente le daba la razón. Pero, a la hora de la verdad, lo que suele suceder: el miedo ganó la batalla. El líder comunista cuenta de nuevo la anécdota de que el entonces ministro José Borrell le dijo al que en esa época era jefe de coordinación de áreas de Izquierda Unida, Salvador Jové: “Lleváis razón con lo de Maastricht. Pero no hay más remedio que aceptarlo”.

 

Pero es que ni siquiera toda Izquierda Unida votó contra Maastricht: la mitad de los 18 diputados del grupo parlamentario estuvieron de acuerdo con Maastricht. Los otros nueve se abstuvieron. Así de presionado estaba el país. Porque, como en otros momentos de nuestra historia nos presentaban el dilema: o Maastricht o el caos. O Maastricht o España en la cuneta, en el club de los perdedores. Y por eso incluso los sindicatos tragaron. No parecía posible tirar por el camino del medio. La política es el arte de lo posible, pero nos disfrazan de ciencia lo que sólo es ideología. Pero bien podíamos haber hecho como el Reino Unido, haber mantenido un banco central soberano. Igual esta crisis que sufrimos hubiera durado menos y se hubiera saldado con menos sufrimiento.

 

Hacemos otro inciso para destacar lo que Anguita dice de las pensiones, tema sobre el que hay más mito que realidad y tantas ganas de destruir el sistema público como de sacar beneficios del árbol caído: “La opinión pública, poco preparada para el fraude revestido de ‘ciencia económica’, se deja arrastrar por la ‘lógica impecable’ y no repara en que si el paro desapareciese, las cotizaciones serían de tal magnitud que no habría problema. De la misma manera, si el futuro de los empleos no fuera el de los minijobs precarios que no cotizan, la cosa cambiaría. Pero los sabios obvian esta cuestión porque saben que el modelo que ellos no cuestionan se basa en el paro y la precariedad”. Esto también lo decía Marx: «La ideología dominante en cada época es la ideología de la clase dominante». 

 

Esas ideas sobre las pensiones se transmitían en los años noventa y ahora, otra vez, y con más probabilidades de ganar. La doctrina del shock funciona a pleno rendimiento. 

 

Pero volvemos a desviarnos. Regresemos al tema que nos ocupaba. La postura de Anguita no era sólo la crítica, el anti-Maastricht, el «no» a todo. También era la construcción de la alternativa. Y eso no lo voy a contar, porque lo tienen en su libro y este artículo se haría demasiado largo. Sólo adelanto que no es antieuropeísta. Todo lo contrario. 

 

El PCE ahora se plantea la salida del euro

 

También queremos contar que el fin de semana pasado tuvo lugar el XIX Congreso del Partido Comunista de España y que, en él, se debatió la conveniencia de que España siga en el euro. En el documento de trabajo, se explica: “Es fundamental en nuestra estrategia de lucha contra los planes de ajuste articular posiciones de fuerza frente al problema de la deuda soberana, donde el planteamiento de la salida del euro será un elemento central de amenaza y negociación frente a los acreedores financieros”. Pero también advierte de los riesgos de esta posición: “La defensa de posturas de salida unilateral del euro, dentro del actual marco de relaciones sociales de producción, sería dirigida y gestionada por el bloque de poder de la oligarquía española, que continuaría con las mismas políticas de ajustes, haciendo recaer el peso de la crisis en la clase trabajadora”. Y no se obvia la fuerte devaluación y el gran aumento de la inflación que provocaría la salida del euro.

 

Y esto nos lleva al libro de Costas Lapavitsas “Crisis en la eurozona”, del que Fronterad adelantó un fragmento hace unas semanas. Este economista griego habla de las varias opciones que tienen los países con problemas. Una de ellas, claro está, es la salida de la eurozona.

 

Ésta podría articularse de varias maneras. Habría, dice Lapavitsas, una salida conservadora, cuyo objetivo sería la devaluación. Y coincide con el diagnóstico del PCE: “Iría acompañada de austeridad y liberalización, agravando la presión sobre los trabajadores”.

 

Pero también hay una salida progresista, que requeriría un desplazamiento del poder económico y social hacia el trabajo en los países de la periferia europea. Porque habría una devaluación, claro está, pero, a la vez, un cese de los pagos y una reestructuración de la deuda pública. Tampoco hay que olvidar que implicaría un corralito, es decir, barreras a la salida de capitales. Y, para proteger la producción y el empleo, sería necesario ampliar la titularidad pública a ciertas áreas clave de la economía. ¿Una economía socialista? ¿Capitalismo de Estado? ¿Sería esa la vía al socialismo del siglo XXI en Europa, en el Sur de Europa? Lo que sí está claro es que, quizás, el Estado que se saliera del euro se convertiría en una economía autárquica. Y ésa sería la principal dificultad a la que se enfrentaría, puesto que todos los países de la periferia necesitan inversión extranjera, captar ahorro internacional.

 

Lo peor de todo, en cualquier caso, es que, como a casi todo, llegamos tarde.