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Mientras tantoGrecia pierde y se nos agota la esperanza

Grecia pierde y se nos agota la esperanza


 

Si Grecia, Syriza y Varoufakis le iban a poner el techo a la izquierda, éste ha quedado muy bajo y el espacio que nos deja es asfixiante. La esperanza que habíamos depositado en el nuevo Gobierno griego ha quedado frustrada menos de un mes después de que ganara las elecciones. Ayer nos dimos un baño de realidad: quienes tienen el poder, quienes han gobernado los designios de toda Europa desde que en 2010 estalló la crisis de deuda en Grecia, no lo van a dejar fácilmente. Lo quieren conservar. Quizás sólo por el mero hecho de mantenerlo. Porque la lógica económica existente detrás de las decisiones que ayer se tomaron, de existir, se nos escapa. Más aún: de haber lógica económica en las recetas impuestas a Grecia y revalidadas de nuevo en la tarde de ayer con la propia aceptación de sus víctimas, y en principio opositores, choca de frente con lo humanitario.

 

 

Grecia obtendrá ayuda comunitaria durante cuatro meses más. Eso, en principio. Porque el país tendrá que presentar las medidas, las reformas, los ajustes, que constituyen el precio a pagar por el apoyo que recibirá, el precio a pagar por su permanencia en este club de ricos y desalmados que llamamos Unión Monetaria. El imperio necesita sacrificios humanos. Las reformas presentadas las tendrá que aprobar la troika (da igual que se ahora se llamen “las instituciones”). La relación de fuerzas se mantiene.

 

 

Si algo llamó poderosamente la atención en la tarde de ayer fue la rueda de prensa del presidente del Eurogrupo (reunión de los ministros de Finanzas de la zona euro), Jeroen Dijsselbloem. De sus palabras emanaba la concepción de la Unión Europea que tienen ciertos líderes del norte: ¿Una estructura colonial?, ¿un club en el que existen países que mandan y otros que obedecen?, ¿una organización en la que sus miembros se dividen en los que tutelan y en los que son tutelados? De otra manera no serían posibles las palabras que se escucharon de su boca y que días antes él mismo impusiera un ultimátum a uno de los socios: o tragas o tú verás.

 

 

¿Una Unión cooperativa o darwinista?

 

Nos vendieron la Unión Europea como una organización supranacional cuya misión era cooperativa, para evitar enfrentamientos tan cruentos como el de la Segunda Guerra Mundial. Si alguna vez fue cierto o, mejor, si alguna vez nos lo creímos, ahora esa idea se ha revelado completamente falsa. La Unión Europea, y muy especialmente la zona euro, son organizaciones competitivas, como todas las humanas del presente, y en ellas se impone siempre la ley del más fuerte.

 

 

Dirán algunos que quien paga manda, que quien financia tiene el derecho de imponer a su deudor las condiciones para asegurarse de que va a cobrar. Puede ser. Pero quien presta tiene responsabilidad, sabe que arriesga, sabe que puede perder y debe asumirlo. Alemania ahorraba y quería sacar rentabilidad de sus ahorros invirtiendo en los países del sur, necesitados, al principio, de inversiones y, después, imbuidos en la ideología del nuevo rico, de bienes suntuarios. Alemania ahorraba y financiaba a otros países la compra, en muchos casos, de sus propios bienes (sabida es la gran inversión militar griega). Alemania, los financieros alemanes, mejor dicho, sabían que algún día todo estallaría porque con su dinero y los tipos de interés que se marcaban en Francfort se estaban gestando burbujas. Pero el castigo para este pecado del que ellos, los financieros alemanes, son también responsables ha caído de un solo lado. A Grecia se la rescató para salvar a los bancos y ahora son los ciudadanos griegos los que están pagando la factura con recortes, paro y sufrimiento.

 

 

La fe frustrada en Varoufakis

 

El que paga manda, pero el que debe puede romper la baraja. Creíamos que era posible. Confiábamos en el ministro griego de Finanzas, Yanis Varoufakis. Lo veíamos audaz, valiente, comprometido con el mandato recibido de su pueblo para acabar con este asfixiante rescate, para negociar una reestructuración de la deuda, para sacar adelante su plan de canje de los bonos actuales por otros cuyo coste para el país iría ligado al crecimiento. Creíamos que no se iba a plegar nunca. Confiábamos en que lograría ese crédito puente que le diera margen para conseguir un nuevo acuerdo con sus acreedores que liberaría a Grecia de muchos de sus males. Confiábamos en que todo le iría bien a Grecia y, así, todos los demás pueblos de Europa volverían a tener esperanza en el cambio. 

 

 

Confiábamos en Varoufakis, pero no nos fiábamos un pelo de ninguna de las personas con quienes habría de negociar. Empezando por el ministro alemán de Finanzas, Wolfgang Schäuble, y terminando por el español, Luis de Guindos. Podríamos llegar a entender la postura del alemán. Pero, ¿la del español?, ¿no veía De Guindos, tan patriota él, como todos sus correligionarios, de que la grieta que estaba abriendo Grecia se iría, con la fuerza de todos los países endeudados de Europa, haciendo cada vez más grande y acabaríamos por caber todos?

 

 

Confiábamos tanto en Varoufakis y desconfiábamos tanto del resto de miembros del Eurogrupo que creíamos que el destino de Grecia estaba fuera del euro. Pese a todos sus costes. Pese al corralito, a la brutal devaluación que tendría que afrontar el país, al empobrecimiento momentáneo… Todos esos costes Varoufakis se los echaría a las espaldas y buscaría nuevos socios en el mundo que le apoyaran para sobrellevar el trago con más dignidad. Esos socios también serían unos indeseables, pero, puede, quizás, que mostraran que hay otra manera de hacer las cosas.

 

 

Posiblemente era demasiado pedirle a Varoufakis. Y a Alexis Tsipras. Quizás sólo han optado por la menos mala de las alternativas. Mejor lo malo conocido que lo bueno por conocer.

 

 

La brutal lección

 

Lo que ocurre es que estos pocos días de negociaciones han supuesto una brutal lección para el resto de europeos: da igual el programa electoral que votemos porque el resultado va a ser el mismo. Las elecciones llevan siendo una ficción desde hace muchos años en toda Europa. Antes podía ser algo más discutible, ahora ya no queda ninguna duda.

 

 

Ni el más fuerte, ni el de convicciones más sólidas, ni el que aglutina el conocimiento técnico más perfecto ha logrado cambiar un ápice la dirección del timón que Alemania no suelta. Nos tememos que tampoco Podemos podría de ganar en España las elecciones. Si apenas nos contentamos con limpiar la política española de ladrones y corruptos, Podemos podría ser una buena opción. Mejor, sin duda, que Ciudadanos, que quiere garantizar a las empresas que sigan pagando sueldos de miseria a sus empleados con la subvención del Estado. No nos termina de convencer Podemos, nos inclinamos por perfiles ideológicos más claros y de mayor tradición, pero entre lo malo y lo peor, solemos inclinarnos por lo primero. Y si el nuevo bipartidismo incipiente está protagonizado por los partidos que mencionamos, no tendríamos dudas.

 

 

Sí, la izquierda tiene poco margen de maniobra, pero conserva algo. No podemos ser tan injustos con el nuevo Gobierno griego y exigirle ganar la guerra en su primera batalla. Pero esperamos que no se desanime y se rinda a la primera de cambio. Tiene que seguir trabajando, aprovechar cada oportunidad para ganar algo más de terreno. Mantenemos un pequeño resquicio de fe en que el “mezclar la ideología con el pragmatismo” de Varoufakis vaya teniendo poco a poco resultados palpables en el pueblo griego. Nosotros seguiremos observando. Aunque, de momento, del estado de moderada esperanza hemos pasado al de moderada decepción.

 

 

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