Las tetas de Amanda

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Lo primero que hice a las 5:30 de la mañana, cuando me despertó la alarma del celular, fue mirar el rostro dormido de Amanda. Por la ventana entraba una primera capa de luz matutina. Observé su perfil, sus pómulos, su nariz, sus labios entre abiertos. No vivimos juntos, pero estamos tan encoñados que los fines de semana no nos bastan para el sexo.

 

Para que Amanda se despierte se necesita mucho más que los primeros compases de That´s life. Ahora que lo pienso voy a tener que cambiar esa canción de alarma en el celular, porque de lo contrario terminaré odiando a Frank Sinatra, o como mínimo, achacándole un mal recuerdo, asociando su canción con el tortuoso momento de la madrugada.

 

Está mañana me incorporé y pude verla mejor. Amanda estaba boca arriba, sin cobijarse, completamente desnuda. Seguí el pulso de su respiración. Era profunda, reparadora. Su sueño era de paz. Contemplé por un momento su cuerpo, su piel blanca, su cabello largo debajo de los hombros, sus brazos sin fuerza, sus pezones subiendo y bajando con la lenta frecuencia de su respiración.

 

Acerqué mi boca al pezón que estaba a mi lado y lo besé. Amanda no se inmutó. Entonces me incorporé más alto y ahora alcancé a besar el otro pezón y me sentí feliz. No todos los días tiene uno la fortuna de comenzar el día besando los senos de la novia. Tenía que ser un muy buen día, sin duda, un día luminoso con esperanzas y buenas noticias.

 

Los primeros rayos de sol comenzaban a despuntar por las montañas de Medellín, filtrándose a través del vidrio de la ventana, iluminando con precariedad la alcoba.

 

Fue esta mañana cuando me di cuenta que las tetas de Amanda tienen mejor sabor en la madrugada. Se las he chupado en las noches, acostados y tranquilos en pijama, o borrachos y calientes luego de una noche de tragos. Noches en las que hacemos el amor mordiéndonos como tigres en celo. También las he chupado en las tardes de domingos, con la tardecita libre para hacer el amor todo el tiempo; las he besado en la sala de la casa, en el baño y en su alcoba, en la cocina, en un bar oscuro del centro de la ciudad, en un ascensor, en un bosque, en una piscina, en la biblioteca de la universidad, y en todas estas veces sus tetas tienen un sabor diferente. No es lo mismo en la mañana, que en la tarde; en la noche o un lunes. Los viernes tienen un húmedo especial, tal vez más libre, más coqueto. Los sábados, las tetas de Amanda son indiferentes y esa indiferencia les da un sabor metálico. En noches de semana corriente están cansadas, con ganas de dormir. En lugares públicos son briosas, más puntudas, alertas y se ponen más duras. Cuando vamos al campo o en un bosque, sus tetas son frescas, como las manzanas. Cuando están mojadas son frías, y tienen ese sabor a plástico, a bomba de cumpleaños.

 

Pero en la madrugada, el alivio del sueño y las caricias que dejamos acostadas, negocian entre el carácter y el sabor. Tal vez sus sueños relajan su piel, relajan el instinto competitivo de sus tetas. Y dejan de celarme. Porque las tetas de Amanda son tremendamente celosas. No quieren que yo chupe otras tetas. Y eso está bien. A mí me gusta que mi boca solo sea de esas tetas. Me gusta que mi lengua solo pase por esos pezones. Lo cierto es que no sé qué pasa en las madrugadas. Pero tienen un sabor diferente. Tienen más amor, más cariño, más dedicación.

 

Esta mañana descubrí que las tetas de Amanda tienen mejor sabor en la madrugada.

 

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