Botones y bestias

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Ayer, entre paciente y paciente, me sorprendían las palabras de una diputada de Vox : «Yo pondría como asignatura obligatoria, en vez de feminismo, costura (…) empodera mucho coser un botón.” El primer punto que di fue sobre un cadáver, yo no sé coser botones.

Me transportaron sus palabras a una época en la que los únicos botones preocupantes eran los que encontraba o no el pequeño Martín. Nos ofrecían en el colegio a las niñas, la posibilidad de inscribirnos en la asignatura de “Labores”, para aprender a ser mujeres. Nos explicaban que las mujeres dejábamos de ser niñas cuando aprendíamos a coser botones. Y a fregar, y a cocinar, y a parir, y a callarnos. Muchas niñas, hoy mujeres, optamos entonces por Literatura Universal, Geología o Francés.

Al releer los titulares y noticias con las palabras de la diputada inicialmente me las negué a mí misma, seguidamente despertaron toda mi ira, posteriormente me entristecieron y entonces, sólo entonces, las entendí. Curiosamente estos sentimientos son los mismos que se presentan en la aceptación de una enfermedad crónica. Y no, el feminismo no es cáncer. El cáncer es una enfermedad terrible, que aún con todos los avances y diferentes pronósticos, no deja de arrasar, entre otras cosas,  las emociones de pacientes, familiares y los que día a día nos enfrentamos a él.

Sus palabras matan. Matan esperanzas, matan generaciones que vienen luchando porque las mujeres de hoy seamos más que un costurero y un bacalao al pil pil bien cocinado con un marido agradecido. Matan la democracia.

Charlotte Perkins Gilman escribió, en 1892, un cuento feminista titulado El papel de pared amarillo, cuestionando directa o indirectamente a Darwing, para hacernos entender que la mitad de la humanidad había mantenido a la otra mitad en un nivel inferior de evolución. Se exprimía ya entonces del cuento que llegaría el momento de la igualdad. En este libro se contaba como el médico invitaba a la asustada y deprimida primeriza madre, a hacer una vida “ lo más doméstica posible”. Se domestica lo que se somete y nosotras ya somos bestias, libres, muy libres.

En la asignatura de Labores, este libro no se leería jamás. No se leería.

Estamos en noviembre de 2019, hombres y mujeres de este maravilloso país, libre como las bestias, somos feministas. Hemos crecido en la igualdad de no preguntar quién hilvana el ojal, ¡qué no se nos descosan los botones de la democracia!

Salitre y morriña. Mujer desde 1985, feminista desde que no está penado. Vivo en Madrid, siempre en Galicia. Médica desde que Santiago de Compostela, celebrándolo con lluvia, me invitó a Vigo. Y de Vigo al cielo, o a Madrid. Se aprende a leer cuando duele llorar. Nos vemos en todos los libros, en los teatros, en las pinturas, en el amparo del desasosiego de un folio en blanco. En lo miserable que haya en los párrafos de Loriga, en la prosa de Ferlosio, que lima el ego. En un Servicio de Urgencias de la Sanidad Pública, cómo no. No se necesitan escudos en las guerras de flores, me gustan las margaritas. Sangran sonrisas cuando la primavera llora sus primeros días. Lloran silencios cuando la indiferencia alumbra injusticia. Abrigada por la belleza del arte en la inocencia, en lo imposible.

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