
No sé cuantos Rajoyes habré encontrado en la vida. Varios de mis compañeros de colegio podrían ser (de hecho puede que ya lo sean), con sus gafas y sus barbas y sus aires opositores, Rajoyes. En la Universidad aumentaron. Yo recuerdo de esa época Rajoyes por todas partes. También Snchzes, quizá los más comunes. Había Gonzaleces y Aznares, y Zapateros, aunque a estos nunca los imaginé como presidentes. Recuerdo que a veces iba a estudiar, es un decir, a la biblioteca de la Facultad de Ciencias Políticas y allí estaban todos los Iglesiases, Errejones y Monederos del mundo. Creo que los he visto a todos bajo una u otra forma menos a los Riveras. Nunca he visto Riveras por la calle. Quizá algo similar pero nunca con posibilidades reales de llegar a serlo, visto lo visto. Los Riveras como género no existen. En todo caso, hasta que se demuestre lo contrario, sólo existe Rivera: Rivera es único. Yo no quisiera ser Rivera porque la presión de no fallar (da la impresión de que nunca ha fallado, ni perdido, como Parker Lewis, como un héroe que en su descanso hiciera gestos lánguidos con la mano a derecha e izquierda) acabaría desinflándome y desenmascarando la poca sustancia que contengo y, sin embargo, él parece agrandarse, afianzarse como una piedra romana igual que si atesorara siglos de historia en el pequeño espacio de sus treinta y tantos años. Rivera tiene el mejor aspecto de joven tribuno romano que yo haya podido pensar nunca. Le pongo una túnica (ya tiene el peinado) y le veo despedazando senadores, conmoviendo al pueblo gota a gota con aquello de Shakespeare: «Bruto es un hombre honorable…». Si imaginan una estatua del Emperador Augusto no podrán afirmar con total seguridad que no sea él. Rivera es un Kárate Kid que nunca cae al agua por mucho que el Sr. Miyagi le mueva la barca. Veo a Rajoy como el viejo comiendo sopa, de Goya, balanceándose, a Snchz con todo su vigor blando socialdemócrata y a Iglesias haciéndole un escrache ahí, en la barca, y en la popa a Rivera en perfecto equilibrio, incluso a una pierna, mostrándoles a todos cómo se ejecuta el salto de la grulla. Yo le conocí, como todos, desnudo, lo mismo que si acabara de nacer en directo delante de España entera, igual que el Truman del Show, y nunca he visto mejor alumbramiento político. Después de eso sólo puede estar la vida misma, el Boyhood tras el que le veamos crecer y enamorarse hasta que Patricia Arquette, kalesi de mi juventud, acabe ganando el Óscar.