A José Mari Moreno, in memoriam
¿Qué hacía yo en Bulbuente? ¿Qué buscaba? ¿Me esperaba alguien allí? La respuesta a estas preguntas, señoras y señores, es muy sencilla. (En fin, tampoco exageremos). Pero que antes quede claro: yo lo que quiero es hablarles de JMM, el sin par poeta y bibliotecario tímido, tierno y burlón. Ustedes quizá no lo conocieron. Pues por eso.
La cosa fue así, y no de otra manera: llegué a Bulbuente un día de mayo. ¿Por qué fui? Porque JMM decía ser de Bulbuente: venga Bulbuente por aquí y Bulbuente por allá, Bulbuente a todas horas y en todos lados. Incluso dató en ese lugar borjano y borgiano sus exquisitos opúsculos, que sin vergüenza alguna dio a las prensas bajo el marbete editorial de una pomposa e incierta ‘Bibliotheca Bulbuentina’.
Todo ello provocaba la guasa, la zumba, la chifla y rechifla de sus compañeros en menesteres dizque bibliográficos de otra biblioteca con mayúsculas, aunque no por ello a veces menos imaginaria: los licenciados Edoardo dell’Anglada y Félix Muradàs, a quienes, en su Galería de bibliotecarios arrepentidos, JMM señaló, respectivamente, como “vir amplissimus” y “promotor de sediciones”.
«No nos vengas con patrañas», le decían Anglada y Muradàs, «Bulbuente no existe». Y: «No, JMM, no tenemos ninguna explicación satisfactoria de cómo has logrado convencer a los editores de mapas del país para que incluyan en sus publicaciones tan pintoresco topónimo, ni conocemos los medios de que te has valido para alterar el venerable Madoz de forma tal que en las páginas 494-495 de su tomo IV se dedique una generosa entrada repleta de mixtificaciones —“lo combaten con libertad todos los vientos, y disfruta de clima saludable”— a una localidad que solo existe en tu desvergonzada imaginación». (Con su risa queda reía JMM).
La cosa fue así, pero no hay que descartar que hubiera podido ser —o incluso que fuera— de cualquier otro modo: esa mañana de mayo, a la entrada del pueblo, dejé el coche en la cuneta y me saqué una foto junto a la señal. Y no las tenía todas conmigo, pero a la incredulidad se impuso la emoción. ¡Yo, señoras y señores, estaba en Bulbuente! Claro que todo es conforme y según, pero sí, al parecer tenía Bulbuente una existencia distinta de la que yo les conocía a Comala, a Macondo o a la volandera Castroforte de Baralla, la de las legendarias meriendas de empanada de lamprea.
Bibliotheca Bulbuentina, rezaba la placa —en tipos Adobe Garamond Pro, cuerpo 80— fijada al muro de una modesta casita, a espaldas de la iglesia. ¿Lo vi bien? Eso creo. ¿Puedo probarlo? Valga mi palabra.
¡Años queriendo ir a Bulbuente! (O al punto en que JMM decía que estaba Bulbuente). Deseando desenmascarar de una vez por todas al ingenioso bibliotecario, poeta y editor de corazón grandote y sonrisa traviesa. Pero al llegar por fin, y querer enviarle desde allí un saludo derrotado, con copia a los recalcitrantes Anglada y Muradàs, resulta que a él ya le había dado por… desaparecer. ¡Qué poca vergüenza!
NOTA: Para saber más acerca de JMM, o José María Moreno Castro (1954-2011), lean la preciosa semblanza que le dedicó su amigo el escritor César Mallorquí en su blog, «La fraternidad de Babel»: http://fraternidadbabel.blogspot.com/2012/02/jmm-jose-maria-moreno.html.
José Mari, al que yo traté en mi etapa en la Biblioteca Nacional, a finales de los 90, escribía maravillosamente bien, con mucha gracia y sensibilidad. Su poesía es excepcional. La publicó en «plaquettes» de corta tirada, para los amigos, que editaba él mismo: ediciones exquisitas que son una delicia. Dos muestras: sus «50 sonetos ciclistas, de los que solo se publican seis» (Bulbuente: JMM, 1995) y el «Libro de los oficios fallidos» (Bulbuente: Bibliotheca Bulbuentina, 2011).
Compuso también un opúsculo divertidísimo, la «Galería de bibliotecarios arrepentidos: apéndice no autorizado al catálogo de la muestra «Sic vos non vobis. 150 años de archiveros y bibliotecarios» expuesta en la llamada Sala Hipóstila de la Biblioteca Nacional de España del 25 de noviembre de 2008 al 25 de enero de 2009″ (https://bit.ly/3235u1D). Aprovecho la ocasión para anunciar que, como segunda parte de mi homenaje al inolvidable José Mari Moreno, estoy terminando de redactar un suplemento a su «Galería de bibliotecarios arrepentidos» que, una vez completado (cuento para ello con el concurso y alto patrocinio de la Bibliotheca Bulbuentina), daré a la luz en «Gazeta de la melancolía».
OTRA NOTA: Hay quienes sostienen que son la misma persona el Edoardo dell’Anglada al que cito en mi texto y un tal Eduardo Anglada que, habiendo iniciado años ha un prometedor blog en esta misma revista, FronteraD, bajo el título de «La ceniza verde» (https://www.fronterad.com/autor/eduardo-anglada/), asegura desde entonces estar firmemente decidido a retomarlo algún día…
Excelente post, Víctor; a José Mari le habría encantado. Gracias por escribirlo; me has hecho recordar una vez más a mi gran y llorado (pero también reído) amigo. Aprovecho este lugar para confesar algo no poco vergonzoso: nunca he estado en Bulbuente. Tu texto me ha estimulado a corregir ese error y, antes de que acabe el año, visitaré ese mítico pueblo (si es que existe, claro). Gracias y un abrazo.
César Mallorquí
Muchas gracias, César.
Yo tardé muchos años en ir a Bulbuente. Tenía la ilusión de enviarle desde ahí una foto a José Mari y otros excompañeros de la Biblioteca Nacional.
Cuando lo visites, a ver si te animas a hacer una crónica en tu blog.
Gracias de nuevo y un abrazo.
Víctor
Gracias, Víctor, por tu homenaje a Josemari. Me ha pasado el enlace César para leerlo y de paso emocionarme de nuevo con su recuerdo. Yo a mi vez se lo he pasado a otro gran amigo común, Félix Pérez Ruiz de Valbuena, al que a lo mejor conoces pues fue colaborador en Fronterad.
Yo sí visité Bulbuente, un precioso pueblo a las faldas del Moncayo, que tantas veces sacaba nuestro amigo Josemari a relucir en sus historias de verano. Ciclistas muchas de ellas, como sus sonetos.
Un abrazo TiTo
Muchas gracias a ti, Tito.
Imposible no emocionarse al recordar a José Mari, ¿verdad? Qué gran tipo.
Y qué gran privilegio haber conocido a alguien así, con su inteligencia, su bondad ¡y su sentido del humor! (Conservo copia de una carta que escribió de broma, sin intención de enviarla, a un usuario de la biblioteca especialmente pesado. La encabezó así: «Estimado pazguato:» Era hilarante).
Gracias también por pasarle el enlace a Félix. Sí, lo conozco por sus escritos en FronteraD, y también ha dejado un comentario por aquí.
Un abrazo,
V.
Muchas gracias por el post, Victor.
Fui compañero y amigo de José Mari y siempre lamenté haber perdido el contacto cuando la entrada en la Universidad nos separó.
Compartí con él pupitre de colegio, infancia y primeras experiencias pero no llegué a disfrutar de sus escritos.
Querría preguntarte si sabes dónde podría conseguirlos.
Tú y yo somos compañeros de post en Fronterad , aunque ya me cansé de escribir y contar mis penas y lamentos (Negros sobre Blanco) de mis 10 años de andanzas en Burkina Faso.
Supongo que tengo que empezar por ir a Bulbuente, ahora que puedo hacer pocas cosas.
Un saludo
Muchas gracias, Félix.
Se ve que el recuerdo que dejó José Mari en quienes lo conocimos es imborrable. Era, desde luego, una persona muy especial, un tipo genial.
La BNE tiene un ejemplar de la «Galería de bibliotecarios arrepentidos», así que al menos ese podrías leerlo allí.
Y en Iberlibro se encuentran ejemplares del «Libro de los oficios fallidos».
Un placer compartir contigo espacio en FronteraD.
Un abrazo,
V.