Burlar a los navajos

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Lo que queda del debate son los rescoldos de una hoguera alrededor de la cual antes de ayer hubo sacrificios y danzas tribales. Uno escarba con un palo entre las brasas y puede ver jirones del vestido de Díez y pedazos del Financial Times de Sánchez...

 

A uno esa tribuna del Congreso siempre le deja pensativo varios días, al contrario que a la mayoría de la gente, que en todo caso prefiere ponerse una tertulia y que le traigan un coco pelado. Una vez, de visita en República Dominicana, paró a las afueras de un pueblo llamado Higüey, pidió uno y al momento un niño salió de debajo de un toldo, subió como un mono a una palmera y luego el dueño del establecimiento, de tres tajos, le sirvió un cóctel con aperitivo. Uno se quedó asombrado igual que cuando acompañaba a su madre a la carnicería del mercado, donde el carnicero le maravillaba con su espada poderosa.

 

Lo que queda del debate son los rescoldos de una hoguera alrededor de la cual antes de ayer hubo sacrificios y danzas tribales. Uno escarba con un palo entre las brasas y puede ver jirones del vestido de Díez y pedazos del Financial Times de Sánchez; hasta puede imaginar en esa incandescencia la Edad Media a la que se refería Garzón e incluso percibir en el ambiente el perfume de Durán. Quizá esta suerte de reflexión provenga de que, observando de frente esa tribuna de la Carrera de San Jerónimo, le recuerde al retablo mayor de la Iglesia de la Asunción en Robledo de Chavela, por el que uno, durante las misas de su niñez, fantaseaba conque sus imágenes saltaban de tabla en tabla incapaces de guardar la quietud.

 

Esta es una virtud de la que puede presumir Gil Lázaro, el Secretario primero de la Mesa, quien, puede que ayudado por poseer una figura susceptible de lienzo dieciochesco, hizo un ejercicio ejemplar de inmovilismo del que ya podrían aprender en los bancos. Uno se llegó a preocupar por su estado y se calmó después al verle salir de la Cámara con una ligera cojera como si se le hubiera quedado una pierna dormida. Lógico. Villalobos, en cambio, es la fiel representación de aquellas ensoñaciones infantiles, donde casi sólo le hace falta subirse a los andamios del escenario como la estrella del rock que es, una Cindy Lauper que se echa unos videojuegos presidiendo el Congreso de España en su día grande y después da plantón a la prensa casi sacando la lengua.

 

Pero para el próximo debate ese ambiente de liturgia y pillería, con la mayor parte del personal pensando en el almuerzo y luego en la comida y luego en ir a recoger a los niños del colegio, pinta diferente con la llegada de Podemos. Lo primero por las audiencias que Pablo se supone que romperá encaramado al retablo con su coleta y su corbata suelta (quien sabe si con sotana) mientras, en vez de los pocos fieles de una parroquia serrana, se podrá ver la actividad y el bullicio de una misa de gospel, todos los diputados muy juntos, bailando y dando palmas y alguien en alguna parte gritando ¡Aleluya!

 

Sigue viva en uno la idea de que no se necesita un gobierno de Podemos pero sí su movimiento, su existencia amenazante que cree el dinamismo necesario para que un debate sobre el estado de la nación lo siga más de un dos por ciento de los televidentes, y para que los grandes partidos corran espoleados como caballos a los que se les hubiese prendido la cola como en aquella estratagema del teniente Blueberry para burlar a los navajos. Que oigan el tic, tac (esa expresión sacada del tuit más antiguo y por lo tanto más real de pablemos) a su alrededor es hasta sano mientras nada explote porque ya se ha perdido mucho empezando por las corbatas. No parece importante pero luego de estás vienen las camisas y así se llega a alguien, como en Cataluña que siempre van adelantados, de la talla de David Fernández ahí presidiendo una comisión en camiseta.