
El consenso en apuntar al menos la inoportunidad del nombramiento del exministro Soria como consejero del Banco Mundial ha alcanzado niveles de otros tiempos. Leyendo los periódicos y escuchando los informativos yo creí por un momento estar viviendo la Transición. Pero pensándolo un poco más, en realidad la Transición la hemos seguido viviendo desde entonces.
Todo son Transiciones, incluso con mayúsculas. Quizá la mayor, por fantasmagórica, podría ser la que está en el germen de Podemos, antes de que ésta apareciera con coleta, que es la de reescribir la historia. Precisamente para ello han utilizado hasta el hartazgo el término «puertas giratorias», que no es más que denunciar la Transición para hacer la propia; darle la vuelta a todo hasta desde los principios, los cuales se han ido metiendo en los programas, en los mítines y en la vida misma como se metían poemas de puño y letra o flores secas en los libros de la amada. Ya sabemos que lo que querían parecer los reescribidores era el mismo amor.
Ahora deben de andar reescribiéndose a ellos mismos mientras afloran por ejemplo, aunque nunca dejaron de hacerlo, aquellos trabalenguas de Errejón en los que bajo esa promocionada pátina falsamente socialdemócrata, uno podía descubrir soplando, como Indiana Jones las junturas de las losas, el féretro de Chávez, del que afirman que vive como Zapata o lo que es peor: como Elvis.
Unos ponen de modelo universal, como Errejón, a Chávez, otros se ponen sin tapujos a sí mismos para entorpecerlo todo, como Snchz, y otros ponen en el Banco Mundial (el caso es ponerse uno de un modo u otro, ya sea a través de los muertos, de los no muertos o de los espectros) a un exministro manchado por el que, al menos, aunque sea en la reprobación (¿en qué si no?) se recupera el hermoso espíritu de la Transición.
Yo no sé qué significa todo esto.Yo lo único que he sacado en claro es que a mí lo de las «puertas giratorias» no me gusta.Yo prefiero llamarlo desde hoy «Camino Soria», un término menos técnico y más poético para ese dudoso ejercicio, algo más musical e íntimo y discreto. Como si no fuera el mero e impersonal gesto de empujar sino el hecho de caminar como Thoreau o cabalgar como Lucky Luke al final de cada aventura hacia el ocaso.