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Mientras tantoCartas de amor del subsuelo

Cartas de amor del subsuelo


Pequeños papeles desdibujados, corroídos, en un mezcla de tinta roja y azul: detrás, márgenes azules que guían emociones y deseo. Mi primer recuerdo de una relación rota, no mía, y que fueron las cartas de amor de un conocido. Sus amigos las habían descubierto y tirado en una boca de alcantarilla, creando así una imagen como de poemita de Luna Miguel. Lírica urbana de la realidad, vaya, aunque debo de decir que el hormigón franquista que encuadraba la escena no tenía el lujo estético de unos bosques bretones.

El “bromazo”-tan propio de mis tiempos bakalas– era reírse del pobre chaval, el cual poco después sollozó ante nosotros. Pronto nos contó una historia de amores y desamores, la primera que escuché, y que se ha repetido tantas veces a lo largo de mi larga vida como oyente y participante. Fue esta, también, la aparición inaugural de ese sempiterno choque entre grupos de amigos y parejas; esa incapacidad de integrarse unos con otros y ese abochornante “malestar” entre ellos y la supuesta “perfidia” de ella.

«El Pirri», en la edad perfecta para no tener novia y ser el colega perfecto

La dificultad de que existan grupos mixtos, lo difícil que es hablar de manera colectiva en grupos con pareja, es siempre un gran detector de inmadurez. Las estructuras aprehendidas, propias de la selva (lean vds. a Marvin Harris), se repiten en chavales adolescentes incapaces de aceptar el cambio de estatus por las parejas. Se prueba la verdadera amistad -la confianza- y también cómo se ven unos y otros.

A propósito de esto el otro día alguien me preguntó con toda la inocencia: “¿no te importará que sea la novia de tu amigo?” A esto respondí un tanto extrañado que “aquello que le hace feliz para mí está bien”. Este diálogo tan banal como tonto, tan Eric Rohmer, podría salvar decenas de peleas y conflictos.

Pero para responder así hay que tener ego. ¿Quién lo tiene con 17 años?

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