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Mientras tantoCharla con la reportera polaca Margo Rejmer: "Durante mucho tiempo, escribir fue...

Charla con la reportera polaca Margo Rejmer: «Durante mucho tiempo, escribir fue mi única identidad»


               

Margo Rejmer con la flamante edición en español de su último libro, «El peso de la piel».

La primera cita con Margo Rejmer es en una terraza en la parte trasera del Prado. Es una mañana soleada de un día laborable, y por eso quizás con menos turistas. Miro alrededor con despiste y veo unos ojos grandes y una enorme sonrisa. La reportera y escritora ha venido a Madrid a presentar y firmar su obra.  En unas pocas horas tiene el avión de vuelta, pero se preocupa por buscar un lugar discreto para charlar con más tranquilidad. En cierta forma, la belleza sutil de la lengua polaca, llena de sibilantes, pide esa intimidad. Para una eslavista como yo, es un placer hablar en polaco en mi ciudad: siento que estamos conspirando, sólo que tejemos algo distinto y maravilloso. 

P: Acaba de llegar a las librerías españolas tu último libro. ¿Cómo describirías y presentarías a los lectores españoles El peso de la piel (La Caja Books)? 

MR: El peso de la piel es una colección de relatos que no habrían surgido si no hubiera vivido una década en los Balcanes, principalmente en Albania. Por un lado, los problemas de la sociedad albanesa eran también mis problemas; por otro, no lograba integrarme plenamente en el entorno, sentía que los demás me veían como una extranjera y eso era algo que yo no podía cambiar. 

Los albaneses que ya han leído mis relatos me han dicho que, al ser alguien de fuera, tengo más libertad para hablar de cosas que en su país siguen siendo tabú: la opresión familiar, las disfunciones sexuales o la homosexualidad. El tema de «la familia como una fuente de sufrimiento en Albania» aún no ha sido plenamente abordado por los jóvenes escritores, precisamente porque la presión familiar es fuerte y todos están muy preocupados por la opinión ajena y el qué dirán. Yo soy de fuera, así que no tuve que preocuparme por cómo reaccionaría la bota a mis textos. Es decir, como dicen los albaneses, por el mundo, tus allegados, la gente que observa, te juzga y te controla. Sin duda, los escritores albaneses que viven en el extranjero tienen mucha más libertad interior.

Aunque la literatura polaca lleva años abordando cuestiones como la sexualidad, los traumas y el cuerpo, El peso de la piel se considera en Polonia un libro controvertido, en ocasiones demasiado brutal. Pero surge de mi experiencia y la de mis amigos, de la violencia sistémica a la que tuve que enfrentarme cuando vivía en Albania. A esto se suma la violencia en Polonia: el actual sistema político opresivo, que priva a las mujeres de su libertad reproductiva, y el recuerdo de la brutalidad que sufrió mi generación durante la transición de los noventa. Era una época en la que casi todos los polacos huían hacia adelante sin fijarse en los demás, y los niños solían ser el eslabón más débil de la cadena de violencia.

Además, después de escribir mi libro Barro más dulce que la miel (La Caja Books, 2020), no dejaba de pensar en los conceptos de trauma y autonomía en nuestras vidas: ¿cómo se las arreglan las personas en una realidad en la que tienen muy poco margen de maniobra? ¿Y cómo luego construyen el relato de su vida? De hecho, El peso de la piel viene a ser un importante epílogo de Barro. No existiría sin mi experiencia recopilando historias sobre qué traumático era vivir en la Albania comunista.

P: ¿Qué aporta El peso de la piel a tu obra?

MR: Por primera vez tuve que reflexionar en profundidad sobre el relato como una forma en la que todos los hilos deben encajar con precisión, donde el final debe enlazar con el principio, donde no hay lugar para lo superfluo. Un buen relato tiene una forma circular, porque cada nuevo hilo tiene su justificación. Así concibo, por ejemplo, los relatos de Flannery O’Connor o Sarah Hall. 

Simultáneamente, me gustan mucho los silencios en los relatos, todos esos momentos en los que tan solo se insinúa un problema y el lector tiene que trabajar por sí mismo para completar la historia con su propia experiencia, como ocurre con Raymond Carver. En mis relatos también dejo mucho espacio para el lector: muchas cuestiones quedan en segundo plano, pero están lo suficientemente visibles como para provocar inquietud. 

En El peso de la piel abundo en la idea que me acompañó al escribir Barro más dulce que la miel: cada uno de nosotros negocia su propio espacio de libertad. Creo personajes frágiles e indefensos y cuento su transformación, cómo finalmente comienzan a adquirir poder, aunque no sea un proceso fácil ni visible a primera vista. A veces mis personajes fracasan, porque el cambio por el que se deciden es simplemente una venganza estéril, otro acto de violencia. Pero en la vida también sucede que a veces sufrimos fracasos espectaculares y terribles.

P: En tus relatos abordas el tema de la homosexualidad. ¿Crees que hemos avanzado o más bien retrocedido en lo que respecta a los derechos de la comunidad LGBT?

MR: El hecho de que no hayamos avanzado en materia de derechos de las personas LGBT significa que hemos retrocedido. Hace diez años, cuando una amiga albanesa salió del armario en un programa de entrevistas, un político invitado dijo que si su hijo fuera gay, lo mataría. A pesar de todos los años que han pasado, aún hay niños que les tiran piedras a ella y a su pareja en la calle. Hace poco, un hombre le rompió la mandíbula a un amigo mío en la calle solo porque pensó que era gay.

Siempre he formado parte de los círculos feministas y LGBT. Tanto en Polonia como en Albania. Mi círculo más próximo en Tirana son activistas que forman parte del colectivo LGBT. Una de mis amigas me dijo recientemente: «Hace quince años pensaba que bastaba con educar. Que el odio hacia nosotros provenía de la ignorancia. Ahora sé que la gente simplemente necesita odiar a alguien. Siempre seremos el eslabón más débil. La educación no es suficiente cuando la sociedad necesita un chivos expiatorio». 

Además de la violencia física, también existe una violencia psicológica. Al colectivo LGBT se les niega el derecho a una normalidad, a poder formar familias. Parece enteramente que carecen de los derechos que el resto de la sociedad tiene en virtud del contrato social. Y eso genera un sentimiento de rechazo, de fracaso vital. Recuerdo una ocasión en Tirana, cuando fui a ver un monodrama sobre Charlotte von Mahsldorf con una amiga, y ella me comentó luego: «¿Por qué las personas LGBT siempre son vistas como parias que no tienen la oportunidad de ser felices ni de amar, y que al final morirán solas? ¿Conoces alguna historia gay que termine bien?». Entonces se me encendió la bombilla. Le dije: «Te voy a escribir una historia de amor gay con final feliz». Así surgió el relato El peso de la piel, que ya se ha publicado en inglés y acaba de aparecer también en albanés en la revista «Fora». 

P: (Margo Rejmer mira el reloj con pesar). ¡Qué rápido se me ha hecho! —Pido la cuenta con la sensación de tener muchas preguntas en el tintero)—.

MR: Me voy al hotel a por la maleta. Pero seguimos en contacto. Si quieres, retomamos la entrevista cuando El peso de la piel llegue a las librerías españolas. 

P: ¡Genial, eso nos da pie para hablar de la actualidad política! ¡Buen viaje, Margo! Hablamos y nos vemos en noviembre, en tu próxima gira española (del 23 al 29.11.26).

                                                II

Retrato felino de Margo. Imagen: Davide Tricoli

P: Nos escribimos por diferentes canales. Hay una pregunta que no puede faltar. ¿Ves cerca el final de la guerra de Ucrania, o al menos del conflicto a gran escala? ¿Cómo se vive este drama en Polonia, donde recientemente se han producido pequeñas y ambiguas agresiones por parte de Rusia?

MR: El año 2022 fue un shock para los polacos y les trajo muchos recuerdos traumáticos, pero ya han pasado tres años desde que Polonia vive a la sombra de la guerra de Ucrania. Y aunque compartimos intereses y un destino común con Ucrania, los sentimientos de los polacos hacia los ucranianos son cada vez más ambivalentes. La propaganda rusa funciona a pleno rendimiento, creando en cientos de miles de comentarios falsos en Internet una imagen del ucraniano como una amenaza, cuando la única amenaza para la razón de Estado polaca es Rusia.

Veo que Ucrania está perdiendo a sus mejores hombres y leo informes de que Rusia se tambalea económicamente, pero eso no significa en absoluto que la guerra vaya a terminar pronto. Rusia es un estado mental de otra época, de un orden completamente diferente al nuestro. Putin tiene su propia lógica imperial, que escapa a nuestro sentido común europeo. Parece un hombre impredecible, pero sus acciones se caracterizan por la lógica oscura y despiadada de alguien que comenzó su carrera política en el KGB y luego logró controlar el pensamiento de los rusos. Está intentando apropiarse de Ucrania con métodos típicamente rusos, sacrificando a sus ciudadanos como carne de cañón.

Los últimos meses no han sido fáciles en las relaciones entre Polonia y Ucrania. Muchos polacos se comportan como si Polonia fuera muy fuerte y segura, pero la guerra más allá de nuestra frontera oriental es también nuestra guerra. Lo sentimos cuando una docena de drones rusos invadieron el territorio polaco. 

Sabemos que Putin es capaz de todo, por lo que Polonia destina cada vez más fondos al ejército, este año más del 4,7 % del presupuesto estatal. Si Putin ataca Polonia, se enfrentará al ejército más grande de Europa. Y no olvidemos que, hasta ahora, Rusia ni siquiera ha conseguido ocupar todo el Donbás.

P: Tu estilo literario se caracteriza por un fuerte lirismo, con influencias de la reportera bielorrusa y premio Nobel Svetlana Alexiévich. ¿Quiénes son tus ídolos y dónde está la frontera entre el periodismo y la ficción? 

MR: Debido a que Barro más dulce que la miel es mi libro más conocido y está inspirado por el método de Alexiévich, los críticos tienden a comparar nuestros libros. Sin embargo, se trata de una interpretación errónea. Mi primera novela, Toxicidad, bebía de la obra de Mijaíl Zoshchenko, Camilo José Cela y el poeta polaco Stanisław Grochowiak, uno de los exponentes del “turpismo” o feísmo literario. Posteriormente, cuando escribí el reportaje Bucarest: polvo y sangre, me fascinaba la escritura de Herta Müller. Especialmente su colección de ensayos Hambre y seda.

Pero también analicé cómo construyen sus relatos los célebres reporteros polacos Ryszard Kapuściński y Mariusz Szczygieł. Si bien Barro más dulce que la miel surgió de mi fascinación por los libros de Alexiévich, hay muchos capítulos en los que se percibe todo lo que aprendí de Kapuściński. Basta con leer Historias de zapatos: este capítulo no habría existido si no me hubiera inspirado en la anécdota de cómo Kapuściński, de niño, consiguió dinero para comprarse su primer par de zapatos. Cuando leí su relato autobiográfico Ejercicios de la memoria, comprendí que un buen calzado da libertad y dignidad. Por eso, al escribir Barro, siempre preguntaba a mis protagonistas por sus historias y emociones asociadas al calzado. ¿Qué suponían unos buenos zapatos en la Albania comunista, donde escaseaban los productos básicos?

Margo Rejmer en 2025. Foto: Chris Hassler

P: Sin duda, Albania es una de tus especialidades. Como país, es una gran incógnita, incluso entre sus vecinos europeos. Este verano apoyaste una campaña en favor de la libertad de expresión en Albania. ¿A qué problemas se enfrentan los albaneses bajo el gobierno de Edi Rama?

MR: Actualmente, el mayor problema de Albania es el crimen organizado y cómo el dinero procedente del tráfico de cocaína influye en el desarrollo del país y en la dinámica del crecimiento económico. En los últimos años, Albania se ha visto inundada de dinero negro, ya que los mafiosos albaneses se han apoderado del mercado europeo de la cocaína, se han enriquecido de forma inimaginable y las autoridades albanesas les dan luz verde para invertir en su país natal. Esto ha convertido a Tirana y a la costa del país en una gigantesca obra que está permanentemente en construcción, pero también ha provocado el debilitamiento del euro, la subida del coste de los alimentos y el aumento del precio de la vivienda. La mafia construye con dinero en efectivo, paga sobornos y no siente ninguna presión para abaratar las viviendas, que están fuera del alcance del albanés medio. 

El primer ministro Edi Rama, que es pintor de formación, promociona brillantemente en el extranjero la imagen de Albania como un país moderno y en transformación, un destino turístico ideal. Y, de hecho, Albania está cambiando mucho, pero este modelo de desarrollo no es saludable. Se trata de una economía dopada, en la que están en crisis tanto la agricultura como la industria. Además, Rama controla la mayoría de los medios de comunicación albaneses y, en el marco de las modificaciones del Código Penal, se están promulgando leyes que limitan considerablemente la libertad de expresión en el país. Otro gran problema es la compra de votos antes de las elecciones, así como el clientelismo tanto entre los funcionarios de una administración monstruosamente inflada, como entre sus amigos y familiares. Todos deben votar al Partido Socialista o, de lo contrario, perderán su trabajo. 

Albania es un país muy pequeño, con una población actual de 2,4 millones de habitantes. Aquí no se aplica la regla de los seis grados de separación, sino la de los dos apretones de manos, porque todos se conocen. Es un país donde es posible cambiar las cosas rápidamente, pero también es muy fácil controlar a los ciudadanos. Rama ha creado un sistema de patrocinios, funcionarios de la administración que recopilan información sobre las preferencias electorales de cada ciudadano, así como información sensible para poder presionar o corromper a cada individuo para que vote al Partido Socialista. ¿Dar una licencia a una vivienda a cambio de 15 votos? ¡Por supuesto! Es un sistema infernal en el que es difícil hablar de verdadera libertad. En teoría, Albania es una democracia, pero todo el mundo dice que, de facto, en ella rige un sistema autoritario. 

P: Los títulos son muy importantes en tu obra. Barro más dulce que la miel lleva el significativo subtítulo Voces de la Albania comunista. ¿Cómo trabajas para que un desconocido te confíe su historia y así conseguir un buen testimonio?

MR: Ante todo, la fuente debe confiar en mí. Yo le comunico claramente lo que necesito de ella y con qué objetivo se escribe su historia. Busco narradores, es decir, personas que quieran contar su experiencia, porque su historia ya ha madurado y simplemente esperan a alguien que la escuche. Si veo que alguno se resiste mucho, no confía en mí o en sí mismo, lo dejo estar. El mundo es una infinidad de historias, siempre habrá otra, y no me gusta trabajar bajo presión ni presionar a nadie. La conversación es un proceso fascinante, paso a paso se va profundizando más y más, se entrecruzan los hilos para crear un retrato psicológico, comprender qué ha moldeado al protagonista y cuáles han sido sus motivaciones. Siempre hablo de manera en que yo sienta haber comprendido en profundidad quién es mi protagonista. 

He estado trabajando en Albania recientemente, recopilando historias entre traficantes de cocaína, tanto los que lo dejaron como quienes siguen en activo. Fue una experiencia fascinante. No pensé que aprendería tantas cosas nuevas sobre mí misma. Para conseguir una historia de personas que viven al margen de la ley, en un entorno criminal, hay que establecer un vínculo especial con cada protagonista. De alguna manera hay que conmoverlos. Son personas que arriesgan mucho contándome sus historias. Y yo también arriesgo. Pero también he aprendido cosas nuevas: lo difícil que es resistirse a la corrupción y lo adictiva que es la adrenalina. Creo que gracias a ello ha mejorado considerablemente mi comprensión sobre ciertos aspectos de la sociedad albanesa.

P: Sin embargo, muchos lectores recuerdan el impacto de tu primer libro traducido al español, Bucarest. Polvo y sangre (2013). ¿De dónde surgió tu interés por la Rumanía de Nicolae Ceauşescu? ¿Tenías alguna conexión previa con ese país?

MR: Recuerdo la sensación que tuve cuando llegué a Rumanía por primera vez, en 2009. Tenía la impresión de que nadie tenía que explicarme nada, porque entendía instintivamente todo lo que sucedía a mi alrededor. Me resultaba muy fácil establecer vínculos profundos con los rumanos. Quizás sea porque me encanta el folklore y me gusta el ambiente rural, que incluso podía sentir en Bucarest, me gusta charlar en el tren o en una tienda, compartir comida… En Rumanía nunca me sentí sola. Allí conocí a mucha gente extraordinaria que me acogió de forma natural en su mundo. La gente quería hablar conmigo, algo que es una bendición para un reportero. Tenía la impresión de que las historias venían a mí, bastaba con sentarse en un lugar y esperar a que alguien quisiera contarlas. 

Curiosamente, cuando ya había escrito Bucarest, mi madre me contó que mi abuelo había nacido en Suceava, cerca de la antigua frontera entre Polonia y Rumanía, pero en el lado rumano, donde había una pequeña comunidad polaca. «Siempre maldecía en rumano», recordaba mi madre. «Decía, por ejemplo: înțeles!». Yo le dije a mi madre que înțeles significa «entendido». 

Mi abuelo era una figura muy autoritaria y mi madre rara vez lo mencionaba. Su vida es la historia de cómo intentó oponerse a su padre, pero luego eligió un marido que era exactamente igual. La historia se repite, así que ahora era yo quien tenía que rebelarme contra mi padre, lo que en cierta medida determinó mi vida. Para alcanzar la libertad interior, de joven tuve que romper el contacto con mi padre. Y creo que eso es lo que más me une a Rumanía: la historia de los hijos del dictador que se rebelaron contra el padre de la nación y lo mataron. 

P: Rumanía, Albania, Polonia, son todo países excomunistas. ¿El comunismo y sus heridas son el tema principal de tu obra? 

MR: No, el comunismo en sí mismo no me interesa especialmente, rara vez leo ensayos de historia en sentido estricto. Sin embargo, me interesa la cuestión de la libertad interior del ser humano y el gran poder que tienen sobre nosotros la familia, la sociedad, las autoridades y los sistemas políticos. Me interesa la fuerza interior del ser humano, relatos sobre cuánto es capaz de soportar el ser humano y por qué. Cuándo se somete y cuándo se resiste al sistema de represión. Todos mis libros tratan, en realidad, sobre la búsqueda de la libertad, el poder y la rebelión, sobre aquellos que intentan dominar a los demás y aquellos que luchan por el derecho a decidir sobre sí mismos. Mi primera novela, Toxicidad, describía la violencia en las relaciones, y la última, El peso de la piel, es una colección de relatos sobre el cuerpo y el trauma: individual, social e histórico. 

P: El periodismo es una profesión muy necesaria, pero peligrosa. ¿Es más difícil para una mujer ser reportera?

MR: A mi parecer, es un problema ante todo económico: según un estudio de la Unión Literaria Polaca, los reporteros reciben anticipos más elevados y regalías más altas que las reporteras. Ser reportero es una profesión que requiere grandes inversiones, porque hay que viajar y reunirse con otras personas. No se puede escribir un buen reportaje sentado en casa. 

Además, está la cuestión de si la sociedad está dispuesta a escuchar la voz de las mujeres. Creo que las mujeres aún tienen que trabajar mucho más para ser tratadas como autoridades del mismo nivel que los hombres. Recuerdo las palabras de un amigo transexual albanés: «Cuando cambié de sexo, la gente empezó a escucharme, solo porque veían en mí a un hombre. Desde pequeños se nos enseña que la voz de los hombres vale más que la de las mujeres, y yo lo he sentido en mi propia piel». 

P: ¿Qué es para ti la Escuela Polaca de Reportaje?

MR: Para mí, ante todo es un estado mental: sentir curiosidad por el mundo y probar diferentes enfoques y tácticas para describirlo. Pero también es la búsqueda de algo universal, un lenguaje sobre la cultura y la naturaleza humana que nos una a todos. Es tanto el interés por el detalle como por una visión panorámica. Generalmente, todo ello se expresa experimentando con el lenguaje. En mi opinión, los mejores reportajes polacos son los que experimentan con la forma. 

P: ¿Tienes facilidad para aprender idiomas, como muchos polacos? El albanés y el rumano no son lenguas eslavas ni muy populares. 

MR: No, no se me dan bien los idiomas; me cuesta mucho, sobre todo hablarlos. Para colmo, olvido rápidamente lenguas que antes dominaba: mi alemán y mi rumano son ahora vestigios, aunque aún puedo leer en rumano. A veces soy muy terca, lo que me ayuda mucho a aprender idiomas; pero también me cuesta ser constante, lo que dificulta mucho el aprendizaje.

Margo Rejmer, retrato reciente de Katarzyna Lasoń

P: Ya has visitado España varias veces. ¿Cómo percibes nuestro país y qué estereotipos sobre Polonia crees que existen en España?

MR: Me gusta venir a España, me encanta el ambiente de los bares de tapas y lo fácil que es entablar conversación con la gente. Me gusta la franqueza española, la alegría de vivir y la literatura contemporánea, especialmente la que aborda tanto el cuerpo como los traumas colectivos, vinculándolos al folklore

Conozco tan poco vuestro país que solo veo sus aspectos positivos. Sé de los negativos porque me los han contado amigos hispanohablantes, pero nunca he vivido aquí el tiempo suficiente como para experimentarlos de primera mano. 

Me gustaría que Polonia fuera percibida en España como un país que ha sufrido un cambio radical, y que siempre ha valorado mucho la libertad. Me alegro de que Polonia siga siendo percibida en Europa a través del prisma del movimiento Solidaridad y de nuestra lucha por la libertad, aunque ahora tengamos grandes problemas con la conciencia social. Además, Polonia ha dado un giro conservador y, al igual que en el resto del mundo, el centro de la política polaca se ha desplazado a la derecha. También hemos desperdiciado el gran capital social e intelectual que nos proporcionaron las protestas feministas en el país durante el gobierno del PiS.

Ahora observo un alejamiento del movimiento #Metoo y de la narrativa de que es nuestro deber proteger a los más débiles. A esto se suma el aumento del sentimiento antiucraniano. No sé si este retroceso social es algo permanente o solo un desvío temporal, pero en este momento los intelectuales carecen de la rebeldía y del sentido de propósito que tenían hace unos años. 

P: Si pudieras describirte brevemente, ¿quién es Margo Rejmer? ¿En qué estás trabajando actualmente y cuáles son tus sueños?

MR: He dedicado toda mi vida a escribir historias y recopilarlas. Ahora mismo, no estoy segura de si la literatura merecía tantos sacrificios. Pero escribir también me ha aportado mucho, y mi estilo de vida ha moldeado en gran medida quién soy ahora. Con el tiempo, me ha dado una especie de perspicacia e intuición que me resulta muy útil en la vida y me permite construir relaciones profundas con las personas. 

Tengo la impresión de que dentro de mí viven varias personas que hablan y piensan en diferentes idiomas. Cuando entrevisto a un criminal no soy la misma persona que cuando charlo con un diplomático. Me meto bien en diferentes papeles, aunque a veces me cueste.

Además, tengo a mi niña interior a flor de piel. Me da la impresión de que cuanto más años cumplo, más cerca estoy de mi infancia y más bebo de ella, porque cada vez trabajo más la imaginación. Ahora estoy escribiendo una novela coral en la que uno de los personajes es un río. Mis personajes no paran de contar historias que evocan leyendas y cuentos. Simultáneamente, estoy trabajando en un reportaje sobre la Albania contemporánea. Son dos cosas completamente diferentes que muestran distintas facetas de quién soy como persona y como escritora. 

Escribir siempre ha sido mi gran pasión, porque entronca con mi curiosidad por el mundo, y a la vez me da libertad. Ahora sueño con que también me dé seguridad financiera, pero  a medida que pasan los años esa estabilidad es más difícil. Durante mucho tiempo, ser escritora fue mi única identidad. Pero por suerte, la vida me ha enseñado a ser flexible, así que puedo imaginarme a mí misma sin escribir. Para mí, esa es otra dimensión de la libertad. 

P: Muchas gracias por dedicar tu tiempo a los inquietos lectores de FronteraD. Nos vemos en las librerías, Margo. ¡Hasta tu próxima visita (recordemos, 23-29 de noviembre, Madrid, Barcelona y Valencia)!

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