Mi hija era calva y no le puse pendientes. El frutero de al lado de mi casa le decía «machote, machote…¿cuándo te vas a venir conmigo a repartir fruta?» Yo sonreía.
Un día se repitió la misma escena pero coincidió que mi madre estaba delante. Le faltó tiempo para contestar: «Oiga, ¡que es una niña como un sol!». El hombre puso cara de circunstancias y con alguna excusa salió del paso.
Cuando volvimos a coincidir, como si el incidente no hubiera existido, se dirigió a mi hija en el tono habitual pero esta vez dijo: «Hola brujita, ¿qué tal brujita?», y claro, de repartir fruta nada de nada.
¿Nene o nena? ¿chico o chica? ¿varón o mujer? ¿Tanto importa el cuerpo? Sí, claro, tenemos que saber como dirigirnos a la persona y como interpretar sus reacciones. Ni los fetos se libran de las proyecciones. Depende de la casilla que marquemos hay toda una serie de artillería (quirúrgica y no quirúrgica) «normalizadora» preparada.
XXY, preciosa historia la de Lucía Puenzo en la que cuenta que es posible no tener que elegir. Que el sexo no es binario. Que nada es tan simple como nos lo muestran, ni la orientación sexual, ni la identidad sexual, ni los propios cuerpos sexuados.
Si buscamos la definición de hombre en el diccionario de la RAE, el cuerpo está ausente, se limita a definirlo como «ser animado racional mujer o varón». Ante la duda, como hizo mi frutero, toda persona es hombre. Sólo si le ponemos pendientes (entre otras marcas) podemos hablar de mujer, que la RAE define como «persona del sexo femenino».
Al final no es tan descabellado pensar que el sexo es tan cultural como el género. La división sexo-género, tan rechazada por los académicos, sirvió para dejar clara conceptualmente la diferencia entre lo biológico y lo cultural. Pero parece que en la determinación de las posibilidades biológicas también andamos interviniendo en la naturaleza, que por otra parte, es el estado del que salimos para convertirnos en especie humana: seres racionales y punto. Porque la razón nos desnaturalizó para siempre, para lo mejor y lo peor, para convivir o enfrentarnos, para cuidarnos o destruirnos, para elegir o no.
Pilar Pardo Rubio. Estudió Derecho en la Carlos III y continuó con la Sociología en la UCM, compaginando en la actualidad su trabajo de asesora jurídica en la Consejería de Educación y la investigación y formación en estudios de Género. Desde el 2006 colabora con el Máster Oficial de Igualdad de Género de la Universidad Complutense de Madrid que dirigen las profesoras Fátima Arranz y Cecilia Castaño. Ha participado en varias investigaciones de género, entre las que destacan la elaboración del Reglamento para la integración de la igualdad de género en el Poder Judicial de República Dominicana (2009), Políticas de Igualdad. Género y Ciencia. Un largo encuentro, publicada por el Instituto de la Mujer (2007), y La igualdad de género en las políticas audiovisuales, dentro del I+D: La Igualdad de Género en la ficción audiovisual: trayectorias y actividad de los/las profesionales de la televisión y el cine español, que ha publicado Cátedra, con el título «Cine y Género». (2009). La publicación ha recibido el Premio Ángeles Durán, por la Universidad Autónoma de Madrid y el Premio Muñoz Suay por la Academia de Cine.
La mirada cotidiana que dirigimos cada día al mundo en que vivimos es ciega a la las desigualdades que, sutiles o explícitas, perpetúan las relaciones entre hombres y mujeres; visibilizar los antiguos y nuevos mecanismos, que siguen haciendo del sexo una cuestión de jerarquía y no de diferencia, es el hilo conductor de «Entre Espejos». En sus líneas, a través del análisis de situaciones y vivencias cotidianas y extraordinarias, se ponen bajo sospecha los mandatos sociales que, directa o indirectamente, siguen subordinando a las mujeres e impidiendo que tomen decisiones, individuales y colectivas, críticas y libres, que siguen autorizando la violencia real y simbólica contra ellas, que siguen excluyendo sus intereses y necesidades de las agendas públicas, que siguen silenciando sus logros pasados y presentes, que, en definitiva, las siguen discriminando por razón de su sexo y hacen nuestra sociedad menos civilizada, a sus habitantes más pobres e infelices, y a nuestros sistemas políticos y sociales menos democráticos y justos.