Nada provoca más vértigo que enamorarse. No aprendemos. Siempre el mismo protocolo, el mismo ritual, la misma liturgia. Empiezas muy sereno. Con los pies en la tierra. Pensando que aquello tú lo controlas. El corazón se va viniendo arriba. Después, un poquito más arriba. Todo se acelera y, de repente, te encuentras suspendido en un abismo a tres mil metros del suelo y sin saber cómo demonios has llegado hasta allí. Porque nos atraen los cambios. Los comienzos. Reconozcámoslo, esa confusión que produce el amor es una de las sacudidas que más buscamos en la vida. Nos atrae cruzar límites.
Otro año sacando el día de San Valentín del baúl de los recuerdos. Mientras, otros siguen limitándose a enamorase de la vida, aunque a veces duela, que cantaba Camarón. Recordemos que ya Ortega y Gasset definía el proceso de enamoramiento, en Estudios sobre el amor, como una patología. Avisados estáis, como patología produce placer, pero también produce dolor. A veces, mucho. El amor es algo vivo: crece, madura, muere. Con fecha de caducidad. Aunque cueste, aunque duela… Y, cuidado, a los que acabáis de entrar en el lío amoroso: habéis penetrado en una tormenta emocional y química perfecta. Esa necesidad de fusionarnos os ha disparado ya las hormonas. Y de nada os valdrá la experiencia. De nada os valdrá ser racionales. Vuestro mérito estribará ahora en lograr templar la cabeza después de ese entusiasmo, cuando logréis poner orden asumiendo que ya habrán pasado los festivales hormonales. Prefiero dejarme llevar por la seducción. Lo propongo. No en vano nos pasamos la vida seduciéndonos: en los trabajos, en la amistad… existe amor, desamor, reproches, traiciones… Otro elemento: la traición. Habitual a lo largo de la humanidad. ¿Quién no ha sido engañado o a quién no le han hecho creer algo para su propio beneficio? Como dijo alguien, en la vida real no caben todos los anhelos de nuestro corazón.
Las cosas del querer
Entonces, cuando ya no puedes más con tu vida, nada más sanador y balsámico que echar mano de los grandes autores y vivir otras vidas. El amor es el motor principal de la literatura. Ahí ya cada uno elige en cuál de esas páginas se queda para vivirlo. Y, de paso, poner en orden cada quebradero de cabeza que nos da el corazón. Ya lo cantaba la copla, «las cosas del querer, que no tienen fin ni principio, ni tienen cómo ni por qué»: ese alguien que se sienta a tu lado y te habla de amor desde la poesía porque no sabía verbalizarlo. O apelando a lo tradicional, con una carta. O directamente con un WhatsApp. Dirigido a los instintos más básicos, «la unión de dos babas», que escribió Cioran, hasta los celos que plasmó magistralmente Shakespeare en Otelo, «el celoso no lo es por un motivo: lo es porque lo es. Son los celos un monstruo engendrado y nacido de sí mismo». Sin olvidar lo platónico representado en aquella anécdota que contó el propio Juan Marsé cuando le presentaron a Yves Montand. Al estrecharle la mano al actor francés, Marsé tuvo una revelación «en ese choque de manos Montand se había convertido en un mensajero de un tiempo-espacio que él adoraba y que le obligó a decirse: «Chaval, es la misma mano afortunada que acarició el cuerpo luminoso de Marilyn Monroe». Y una verdad cruzó su cabeza: «Nunca en la vida, capullo -me dije- volverás a estar tan cerca de Marilyn», contaba el cronista de la época.
Desde Miguel Espinosa a Chillida
Siguiendo a los grandes me quedo con Fellini, que de pasiones sabía algo: «No hay final. No hay principio. Lo único que hay es pasión por la vida. Esa pasión por lo que me rodea me ha hecho crecer, equivocarme, disfrutar, llorar», aseguraba. Más. «Te amo porque no puedo hacer otra cosa que amarte», así concluía la carta que escribió el escritor Miguel Espinosa a Mercedes Rodríguez incluida en el libro Miguel Espinosa. Cartas a Mercedes, editado por Alfaqueque. Y, porque cuando charlas y entrevistas a los grandes siempre te dejan palabras maravillosas dedicadas al que es su gran amor y fuente de inspiración. Antonio Lucas, poeta y periodista de El Mundo, me decía sobre Lara, «es mi pareja. Mi compañera de viaje. Mi brújula. Mi lumbre. Mi sentido común. El buen rayo que nunca cesa». Miguel Ángel Hernández, finalista del premio Herralde de novela, señalaba ese momento, «en el sofá y que mi mujer esté leyendo al lado, cada uno con su libro, uno junto a otro. En esos momentos se para el tiempo, todo tiene sentido». El periodista de TVE Carlos del Amor me describía amar, «como fundamental, entendido como sentimiento universal. Con cariño y respeto funcionarían mejor las cosas. La falta de amor hace que este mundo se pare». Y dejo para el final, por lo especialmente bella que fue, la descripción con su homenaje a Pilar Chillida de la empresaria Edurne Fernández (hija de la galerista Nieves Fernández): «Mi pequeño homenaje a Pilar Chillida. Estuvo en mi boda, cenando en nuestra mesa y nos contó como Eduardo y ella siempre hablaban de que cuando se hiciesen mayores harían cosas de riesgo juntos, para morir juntos, pero Eduardo se fue antes. El tópico ‘detrás de un gran hombre hay una gran mujer’ era en este caso muy cierto. Más que detrás… al lado. No hay Eduardo sin Pili. «Nada en mi vida y en mi obra habría funcionado sin ella», decía Eduardo. Esta es la historia de amor más bella que he conocido, dos personas inmensas», me confesaba Edurne.
Con el recuerdo a Chillida, sobran las palabras. Si aún les queda alguna duda sobre el tema amoroso lean a Stevenson: «Lo que sucede en diez minutos es algo que excede a todo vocabulario de Shakespeare».