Roberto, el crítico de teatro, estaba refunfuñando por la calle a la salida de una función.
ROBERTO.- Esto es un truño. Qué rollo. Me aburro con tanta obra de mierda…
Los demás espectadores en la puerta del teatro le contestaban…
ESPECTADOR 1.- Anda, Roberto, que nunca te gusta nada.
ESPECTADOR 2.- Eres un gruñón.
ESPECTADOR 3.- Todo el día protestando…
ROBERTO.- ¡A ver cuándo se hace algo bueno en esta ciudad! ¡Todos los días salgo del teatro con ganas de vomitar!
ESPECTADOR 4.- Pues quédate en casa con una manzanilla, no vengas a aguarnos la fiesta…
Roberto se fue a su casa refunfuñando. Por el camino apartó a patadas a un par de teatreros que le miraron. A otros, que le saludaron, les insultó. Roberto era siempre así. Pero los teatros y las compañías le seguían invitando para que escribiera sobre ellos… Para que escribiera mal sobre ellos.
Ya en el portal de su casa le pareció ver la cara de un antiguo amigo en el pomo de la puerta, Jacinto, un crítico de teatro que había muerto 7 años atrás; justo escribía en el periódico en el que escribe Roberto ahora. Cerró los ojos, los volvió a abrir y no vio más que un pomo viejo y desgastado. Así que abrió y entró. Se puso el pijama y las pantuflas. Escribió la crítica de lo que acababa de ver. La aderezó de adjetivos no muy elegantes, por cierto. Se preparó algo de cenar, una sopita, y comenzó a sorberla. Cada vez que sorbía la sopa se acordaba de su abuela, que cuando era niño le decía que eso era muy feo. “¿Muy Feo? ¡Pues mira!”, contestaba él sorbiendo aún más ruidosamente. De repente, un ruido como de campanas le interrumpió la cena entre el tercer y cuarto sorbo.
ROBERTO.- ¿Y esas campanas? ¡Si yo no tengo campanas! ¡Silencio! Esto es una mierda. ¡Todo es una mierrrrda!
Entonces sí que se le apareció Jacinto, el espíritu de Jacinto, pero esta vez de pies a cabeza, y no solo su cara. Llevaba unas cadenas al cuello, unas cadenas muy largas, llenas de eslabones y que hacían bastante ruido… Quizá esas eran las campanas que Roberto había oído. Era un poco duro de oído, la verdad, mira que confundir cadenas con campanas.
JACINTO.- ¿Así que todo es una mierrrrda?
ROBERTO.- Sí. Y déjame en paz, que no creo en fantasmas.
JACINTO.- ¿No me reconoces?
ROBERTO.- ¡Que me dejes!
JACINTO.- Soy Jacinto, tu amigo Jacinto, el crítico. ¿No me recuerdas?
ROBERTO.- Que sí, pesado, que ya te he reconocido, aquí y en la puerta hace un rato… Pero te moriste hace ya 7 años, tal día como hoy, y…
JACINTO.- Y desde entonces estoy vagando por los teatros, porque…
ROBERTO.- Pues esta casa no es un teatro, así que ya te estás marchando…
JACINTO.- Resulta que he venido a avisarte de que tengo unas cadenas muy largas, y…
ROBERTO.- ¿Y eso a mí qué me importa? Yo tengo otra cosa muy larga y no me presento en las casas de la gente a presumir de ello…
JACINTO.-… unas cadenas que yo solo me fui labrando…
ROBERTO.- Pero si eras crítico de teatro, no sabías hacer cadenas, no digas chorradas.
JACINTO.- Precisamente por eso, porque era crítico de teatro…
ROBERTO.- Anda, no hay quien te entienda, déjame en paz.
JACINTO.- Con cada crítica mala que hacía a algún espectáculo, o con cada vez que al salir del teatro decía que tal función o tal otra era una mierda, iba sumando un eslabón a mi cadena, y…
ROBERTO.- Mira, estoy cenando y luego me voy a poner a ver la tele, así que no me vengas ahora con gilipolleces.
JACINTO.- ¿No te doy ni un poco de miedo?
ROBERTO.- Vete al carajo, anda…
JACINTO.- ¿Has escrito ya la crítica?
ROBERTO.- Pues claro. Como tú me enseñaste, en caliente, nada más verla, que así los insultos son más intensos…
JACINTO.- Mira, como te aprecio, y no quiero que te pase lo mismo que a mí, que estoy vagando sin rumbo de teatro en teatro arrastrando mis cadenas oxidadas, lo he organizado todo para que esta noche te vengan a visitar tres fantasmas…
ROBERTO.- Sí, claro, justo lo que necesitaba esta noche, que vengan tres fantasmas a tocarme los huevos…
JACINTO.-… el del teatro pasado, que vendrá a la una, el del teatro presente, que vendrá a las dos, y el del teatro futuro, que vendrá a las tres…
ROBERTO.- Pues les daré con la puerta en las narices.
JACINTO.- No lo harás.
ROBERTO.- Claro que lo haré.
JACINTO.- No…
ROBERTO.- ¿Y encima van a venir a tres horas distintas? ¿Me van a molestar tres veces? Diles que vengan ahora todos juntos para que les dé con la puerta en las narices a los tres a la vez y luego me ponga a ver la tele.
JACINTO.- Les vas a escuchar, ya verás.
ROBERTO.- Qué cansino eres, Jacinto…
JACINTO.- Te van a enseñar cosas que nunca…
ROBERTO.- Venga ya, que este cuento me lo sé… Seguro que os habéis puesto de acuerdo los de teatro para asustarme, porque lo que queréis es que me vuelva un ñoño y que hable bien de todos los montajes, como hacen algunos, que todo lo que ven es maravilloso, todo lo que ven es una “puta maravilla”. ¡Una “puta maravilla”! ¡Una “puta maravilla”! Ven tantas “putas maravillas” a lo largo de la semana que no sé a qué teatros van…
Entonces Roberto miró hacia Jacinto, pero este ya no estaba.
ROBERTO.- ¿Y ahora se marcha? Lo que hay que ver, qué pesada es la gente, ni cenar a uno le dejan…
Roberto acabó la cena, dejó el plato y la cuchara en la pila con el montón de cacharros que llevaban sin fregar ya casi tres meses. Se puso la tele y vio un poco de algún programa de mierda. Después, con su gorro de dormir, se metió en la cama bajo sus diecisiete mantas. Eran diecisiete porque Roberto no ponía nunca la calefacción para ahorrar.
Dormitó un poco, pero, de repente, estaba develado, y escucho al reloj de la torre dar los cuatro cuartos, y entonces esperó a ver cuántas campanadas sonaban, es decir, qué hora era… Una campanada. Era la una de la noche.
Continuará…
@nico_guau