Como si en vez de un registrador pedalease un político

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Por qué Rajoy (se comprende a sus acompañantes pues son locales y en las localidades se hacen esas cosas) se ha puesto a montar en bicicleta con corbata es un misterio, como el de por qué las funciones, decía el Hemsworth de la película de Shakespeare, siempre salen bien. Al presidente no se le acaba de conocer. Uno le ve andando por ahí acharlotado y luego le escucha en el Congreso como si hubiera nacido allí, con esa suficiencia tan abrumadora, tiranizando los escaños de galleguismo. Pero España y los españoles no caben en una Cámara. Fuera de su hábitat se sirve del escamoteo manifestándose a través de los monitores y escabulléndose por puertas falsas. A veces le dan (o le aconsejan) repentes y se pone, como hoy, a montar en bici como si en vez de un registrador pedalease un político. Rajoy lleva toda la vida en política a pesar de que es una actividad que no le pertenece. Como un hombre antiguo dentro de un cuerpo de mujer moderna. Mariano nunca se ha desnudado como Rivera, quién jamás gestionó nada público. El presidente nació gestionando las cosas de todos pero se le echa en falta que nadie le haya visto en cueros, como si esto fuese ya un requisito. Para paliar esa falta debe de haber salido con la bici, que parece tan extraño como si Pablo Iglesias se pusiese a presidir un consejo de ministros. A Rajoy casi que habría que confinarle en el Parlamento, como se repetía Umbral, donde adquiere, presurizado, su máxima dimensión a salvo de la calle y de, por ejemplo, los tesoreros, y donde uno le imagina al entrar henchido de poder como el elegido: Neo sintiendo bullir en su interior la mayoría absoluta que le predijo el oráculo para repartir tortas dialécticas y salvar a la humanidad. Luego pasa que lo sacan de su Matrix y tiene que hacerse el sueco, el sello que, parece que no, pero en realidad pone con el brío del funcionario. A uno le gustaría preguntarle qué opina de esto, pero se piensa que sería como pedirle explicaciones a un árbol (un árbol que monta en bicicleta), que es a lo que se va pareciendo; o mejor al Bárbol de ‘El señor de los anillos’ (con Soraya subida a la copa como un hobbit), al que no se le mueven las hojas ni aunque le sople (y cómo le ha soplado) todos estos años Aznar, que desde que se fue siempre pareció permanecer como para ocupar la cuota antipática (de la que quiso zafarse sin éxito el presidente) que necesita esta España tan simpática donde, con la crisis, tantos aprovechan para intentar hacer sus sueños realidad.