
Salvo por el fondo verde de los montes de Elgoibar, o incluso con él, la primera imagen de la entrevista a Otegui me recordó a un cuadro de Hopper, una escena de cotidianeidad española y un terrorista blanqueado mostrado en horario de máxima audiencia en televisión. En estas privilegiadas condiciones a Otegui le consta que al Estado le conviene que vuelvan los atentados, pero no le constó que aquel día, aquel día precisamente, que él pasaba con su familia en la playa de Zarauz, los suyos (nosotros, decía todo el tiempo, como los de Podemos) fueran a asesinar a Miguel Ángel Blanco. También le consta que la intención del atentado de Hipercor no era matar, «si no, no avisas», escupió. Dijo que condenar los asesinatos de ETA es humillarse; que «la paz» se debe a la izquierda abertzale, a gente como Eguiguren y a ZP; que no iba a uitilizar el término «exijo» (eso sí, pronunciándolo) para pedir reciprocidad al Estado con la excarcelación de los presos o su acercamiento a las cárceles del País Vasco. A Otegui los asesinatos le parecen algo «conmovedor», algo por lo que se siente «abrumado», palabras robóticas, maquinales, insuficientes, insultantes. Otegui ha salido de la cárcel «para jugar a la política y seguir como antes, para vivir como Dios», decía el asesino arrepentido Recarte. La reflexión, la profunda reflexión, le llevó a iniciar la entrevista (una entrevista esclarecedora, cumplidora de su objetivo periodístico, y sin embargo inevitablemente sucia: esos títulos de crédito, ese nombre destacado en letras grandes, la banda sonora, el prime time, la justificación en prensa hoy del entrevistador…) comparando el dolor, el miedo que sintió cuando en la cárcel le llamaron para comunicarle que su madre había muerto, con el dolor, con el miedo de las víctimas cuando les llamaban para comunicarles que a su pariente le habían disparado un tiro en la nuca por existir. Todas las sangrientas sociedades offshore de este «hombre de paz» salieron ayer a la luz contadas por él mismo. Otegui ha reflexionado tanto que no ha tenido más remedio que darse la razón, como si hubiera dado la vuelta al mundo de sus principios para acabar en el punto de partida. Ya lo sabe todo el mundo porque casi nos han obligado a verlo.