
El escritor alicantino Adrián Fauro recién se acaba de lanzar a la arena literaria (una arena poco playera, dicho sea de paso) con Odio la playa (Cántico, 2021), un poemario donde, entre otras cosas, el poeta aprende a dormir -alerta- con los ojos abiertos. O dicho de otra manera, nos ofrece aquí unos versos escritos en los márgenes del paseo marítimo, en el arcén de la soleada carretera de la costa, a la sombra de las palmeras. Echándose un cigarro, jugando con los versos como quien juega con la ceniza aún caliente que yace agónica sobre el regazo de la memoria, preguntándose si aquello que creía placidez no era, en realidad, una trampa urbanística, una crueldad del recuerdo mentiroso, un espejismo causado por el cansancio. Hablamos con él de todo ello vía notas de voz de wasap. Esto es lo que nos contó.
1. Querría preguntarte, en primer lugar, sobre la construcción del poemario, en tres partes. Saber de dónde (o cómo) surge la idea de la playa como motto central y cómo, a partir de ahí, decides extenderlo a las tres partes mencionadas del poemario
La playa es el origen, no sólo el motor central del libro, sino que la idea del odio a la playa está antes que el libro, es algo sobre lo que siempre he hecho bromas, diciendo “si alguna vez escribo libro…” irá sobre la playa. Así que cuando Rodri [Rodrigo García Marina] me planteó la posibilidad de darle un manuscrito, de escribir un libro y entregárselo, pensé “vale, aquí está la oportunidad y esto es lo que voy a hacer». Así que primero escribí el título y, a partir de ahí, reflexioné sobre todo lo que me lleva a decir siempre que odio la playa: esto es, la lógica que hay detrás de la broma.
Entonces me di cuenta de que ese supuesto odio venía de una disconformidad y una inadaptación a cómo funcionan ciertas cosas en las ciudades turísticas, en este caso concreto de mi libro es Alicante, pero vale para todas. Y me di cuenta también de que siempre hablaba de tres cosas: de la memoria, de las relaciones de las personas con la memoria y, por lógica final, con las demás personas, y de lo estructural y lo económico. Como que partía de la idea de la playa, pero entendida en tanto que un lugar donde la memoria no se configura igual que en otros sitios. Y cuando ya tenía el poemario mucho trabajo detrás, cuando ya había escrito mucho, decidí dividirlo en tres partes, porque vi que trataban los mismos temas. Es una cuestión de orden; podríamos resumirlo así.
2. De alguna forma se podría decir que este poemario es un intento (sin éxito) por darle la espalda el mundo, ¿estarías de acuerdo?
No lo había pensado nunca para el poemario de esa forma, porque en realidad siempre he intentado transmitir la idea de que es el mundo el que le da espalda al sujeto poético. Ese rollo también incluso de adolescente de “soy un incomprendido”, pero sí que es verdad que, pensándolo, es también como la historia de alguien que le da la espalda al mundo. Tienes razón.
3. Sobre lo anterior, también existe todo el rato la dicotomía entre el dejarse llevar / dejarse caer que yo diría culmina con el triunfo más que de la poesía del propio libro: su conclusión y publicidad (su edición pública, pues) es evidencia de este triunfo. Me gustaría que nos dijeras qué opinas sobre esto.
Realmente esa dicotomía es como una manera de dar una imagen fija a algo que es super variable y voluble y muy constante en el día a día. Tú tomas decisiones constantemente, vas a trabajar, o vas a comprar, a comprar el pan, arrancas el coche y no sabes si te estás dejando llevar o si te estás dejando caer y piensas ”ya está, no sé si estoy haciendo las cosas porque quiero o porque he cedido totalmente el espacio a lo que te tengo que hacer y no hay más». Es esa misma dualidad la que sucede en una ciudad de playa, que no sabes si ese estilo de vida de sol, playa y tal es algo que haces porque disfrutas y te dejas llevar o es que te estás dejando literalmente caer, y estás cediendo de forma completa tu posición a este sitio. Y esto está relacionado con un aspecto físico, que digo en el primer poema, aquello de que todo el mundo cae hacia la playa, porque todo está construido hacia abajo para que acabes ahí y pienses que no, que en realidad estás haciendo las cosas porque quieres, o porque disfrutas.
4. Me parece percibir que existe una voluntad táctil en los poemas, pues al preguntarse sobre cómo es (cómo sería) la vida sin nosotros las palabras buscan ese engarce (más allá del grito, el habla, la escritura). Diríamos que las palabras sirven de puente secreto (silencioso e invisible) con el mundo. ¿Es una buena lectura?
Esta pregunta está ligada con las dos anteriores. Es divertido porque a la vez que hablamos de dar la espalda al mundo, de no entender bien, de pensar cuando estamos tomando decisiones o de no saber bien si nos estamos dejando embaucar por cómo funcionan las cosas en ciertos aspectos, a la vez lo único que te conecta a esa realidad y a querer expresarla son las palabras. No suelo darle demasiada importancia a las palabras, ni a los poemas, ni a las imágenes que construyen. Creo que es una forma más, una expresión, un trabajo que te permite entender cómo funcionan las cosas, cómo funcionas tú mismo, pero sin darle esa importancia… pues creo que no tienen tanta. Sí que es verdad, no obstante, que he querido en el libro construir ciertas imágenes que representen una visión de las cosas, y que acaban siendo fotos, imágenes fijas que representan algo que está ahí. Diría que la conexión con el mundo, en mi caso, se produce más bien de una forma visual, a través de las imágenes.
5. Adentro de la seriedad del poemario, también hay un juego detrás. Un juego de escondite. De me escondo y no veo. De lo que no veo no existe. De si tú no me ves no me puedes hacer daño. Esto es: una cierta distancia irónica (como de seguridad). Me gustaría que me contaras un poco cómo ves esto.
Sí, y además está relacionado con lo anterior. Por lo que dices de la unión y la distancia, porque al final todo el mundo busca una manera de evadirse, de distanciarse de las cosas. En mi caso es leyendo y hablando de libros, y en mi trabajo. La suerte que tengo es que no me evado, no pierdo completamente la consciencia de lo que suponen ciertas cosas, pero me sirve para sacarle un poquito de ventaja al cansancio. Y en el caso de la escritura ha sido también eso: hacer algo ligero, divertido, un juego.
Porque la poesía es una forma más de juego, de escritura divertida, más allá de lo que quieras expresar después y demás. Es un trabajo de jugar. Esto lo hace muy bien por cierto Juanpe [Sánchez López] en Desde las gradas [Letra Versal 2021], todo esto de lo que estábamos hablando: esa idea de juego, de distancia con el mundo, pero a la vez esa conexión brutal con la realidad del yo poético que él trabaja y ese juego hace al final más fácil el hecho de querer decir ciertas cosas, de crear cierta construcción de imágenes. Tú te lo tomas un poco como un juego y te das cuenta de que es un trabajo (un libro, un poema) y nada más. Las otras cosas se las incluyen los otros, la gente, cuando te lee, o incluso tú mismo, pero en tu intimidad. Yo creo que hay que divertirse también. Yo le meto mucho dramatismo y mucha exageración y, así, a veces, el yo poético está hundido, por así decirlo, por un contexto concreto o lo que sea, pero al final siempre acabo buscando la diversión.
6. Confiesa: seguro que tienes un bañador de dinosaurios y una toalla de palmeras.
No tengo un bañador de dinosaurios ni una toalla de palmeras, pero sí que tengo una camisa de piñas con la que he ido este verano a la playa bastante y a la zona de la playa a tomar ositas y a que me diera el sol. Sí, soy un mentiroso jaja.