En este último año he asistido atónito a las iniciativas llevadas a cabo por el Gobierno de España para luchar contra la crisis fomentando el gasto público a través de partidas extra gestionadas por los Ayuntamientos para ‘mejorar’ sus municipios.
Supuestas mejoras que en lo que he visto en Madrid, cuando he ido, consistían en levantar aceras y calles en perfecto estado para volverlas a asfaltar y solar. Cambiar plazas que funcionaban estupendamente como la Plaza de Colón para volver a colocar la estatua de don Cristóbal en medio de la calle, dificultando, entorpeciendo, la circulación. Y así un montón de obras con la misma lógica (aunque no todas, espero). Gastar por gastar.
Ya sé que ahora con la crisis desbocada ha llegado la reducción de gastos, y el crujir de dientes, pero no puedo olvidar lo que sentía cada vez que pasaba por la Plaza de Atocha, al lado de mi casa en Madrid, y veía esas obras sin sentido.
Pensaba en mi pueblo en Burkina, Ouahigouya, y lo que se podría haber hecho allí con ese despilfarro. Porque, puestos a gastar, ¿por qué no haberlo hecho como contribución al desarrollo de otros pueblos y seres humanos que lo necesitan de verdad?
Imaginaba cómo conciliar los beneficios que pretendían para España: trabajo para los desempleados y actividad para las empresas que ‘moviera’ la economía, con beneficios para el tercer mundo y sus seres humanos.
¿Por qué no podíamos pagar el viaje y el transporte de los materiales hasta allí y haber matado dos pájaros de un tiro?
Incluso se podía activar cuestiones relacionadas con viajes y turismo.
Si se pretendía dar trabajo a la gente en España es posible que a muchos, solteros sobre todo, sin cargas familiares, no les hubiera importado unir el estar trabajando con hacer un servicio solidario en África. Los empresarios de la construcción podrían enviar materiales o surtirse de los propios del país y no dejar de ganar dinero. Y aunque en Burkina no supusiera mucho trabajo directo en la construcción para la gente, sólo con las mejoras producidas en instalaciones o infraestructuras más lo que se gastara la gente en la estancia y alimentación ya sería algo más que importante.
Una de las ventajas de hacerlo en Burkina es que la gente es muy amable y tranquila y no es como otros países más problemáticos. Nuestros ‘chicos’ se encontrarían a gusto. Y podrían aprender francés, siempre está bien saber idiomas. Y estoy seguro que más de uno acabaría quedándose a vivir al calor de la gente (del otro calor mejor no hablar).
En mi pueblo, además, hay infraestructuras residenciales para atender una brigada de 100-300 personas trabajando allí: para la Fiesta Nacional del 11 de diciembre se construyó una ciudad con más de 100 casas que están prácticamente deshabitadas… Aquí los gobernantes también derrochan de manera absurda o pensando sólo en su beneficio, pero se supone que los nuestros no son iguales y que el beneficio lo recibiría, de una manera u otra, el pueblo burkinés…
Ya sé que esto no es más que una idea loca y peregrina, pero viviendo rodeado de miseria por todas partes me duelen tanto esos derroches…
No sé, quizás alguno que sepáis de economía o de macroeconomía pudierais encontrar la viabilidad para algo así, pero no pierdo la esperanza, se admiten sugerencias o propuestas.
El principal problema, no obstante, es el calor, quizás lo más insalvable…
GALERÍA DE RETRATOS DE JAVIER NAVAS
Me achacaban mis amigos
Me achacaban mis amigos mientras arreglábamos el mundo, nuestra empresa (pública, por ahora) y la industria de la construcción de paso, a golpe de café con churros y charla, que soy la roja más de derechas del mundo. Todo porque proponía que los trabajadores de la construcción se dedicaran a otro trabajo; y ahora veo que lo acertado era esto: no otra cosa sino en otro sitio. Tu utopía es mejor que la mía. Y tu columna lo mejor del lunes por la mañana. Gracias
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