Yo espero, como español, que mi gobierno haya preguntado previamente a ¿Monsieur? Trueba si la concesión del premio no le suponía una ofensa. Yo me avergonzaría de mi país si mi gobierno hubiese actuado de una manera tan vulgar...
Cosmopolita, extranjero, parisién
Yo espero, como español, que mi gobierno haya preguntado previamente a ¿Monsieur? Trueba si la concesión del premio no le supone una ofensa. Yo me avergonzaría de mi país si mi gobierno hubiese actuado de una manera tan vulgar y querría, como el reputado cineasta, que la Guerra de la Independencia la hubieran ganado los franceses. Está claro que Trueba tiene su público. Un público exquisito, por otro lado, de veranos en Tánger. Renegar de España tiene su aquel, y, entre otras muchas cosas, como por ejemplo las subvenciones, le da a uno un aire cosmopolita, extranjero, parisién.
Yo no sé si Trueba se siente de algún lugar como Francia atendiendo a sus palabras (entre las que no estaban ni «gracias» ni «por favor») y a su expresión gestual, por la que llegué a pensar que iba a tirar su pliego al público, como las flores los ciclistas, y me acuerdo de Camba cuando decía que él con quince años y un millón de pesetas hacía una nación porque resulta que ¿Fernande? con muchos más años y cuatro millones (de euros) hasta el momento todavía no ha encontrado su lugar. Yo no sé si será la vida, a la que achaca todo este alboroto, pero si uno sabe hacer comedia, le sale comedia como al propio Camba y no drama. Porque renegar de lo español cunde, qué duda cabe, pero tampoco le hace a uno Truffaut.
A mí me gusta tanto que los hombres se sinceren, que en cuanto detecto un ademán de confesión soy capaz de aducir que tengo una cita ineludible en el Ikea, pero en esta ocasión, este hombre cuya patria podría ser el limbo, me ha pillado desprevenido. Si aquí a cualquiera le apetece hacerse un traje de gauche divine, ya se sabe, no tiene más que hacer un chiste, se entienda o no, o tenga o no gracia (bien puede también proferir un insulto: más puntos), sobre España o sobre la Iglesia, sin olvidar a Franco, y sin que trascienda más allá de unas pobres indignaciones o de unos silenciosos aplausos.
Yo he llegado a pensar que todos los miembros de “la cultura” (como se denominan así mismos sin ningún complejo, o con todos, según se mire) han de pasar una prueba (y renovar los votos cada cierto tiempo) como la que exigen las maras para pertenecer a ellas, y no vale con la equidistancia que siempre es sospechosa. Aquí se requiere compromiso y se puede dar una paliza (dialéctica) a alguien o dársela a España o a la Iglesia (y a Franco). Yo no deseo pertenecer a “la cultura” ni tampoco a una mara, pero si tuviera que elegir me decantaría por la primera (sobre todo porque no me gustan los tatuajes), que al final sale mejor y uno además se hace una reputación de haber leído a Maupassant, a Balzac y a Diderot, como Trueba, incluso sin haberlos leído.