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Crónica del combate del siglo: Mayweather vs. Pacquiao. Madrugada del dos al tres de mayo

 

I

 

“Mayweather podrá ser admirado pero nunca será querido”, publicó un medio británico minutos después del combate. Pacquiao ganó en Twitter y algunos de los más entendidos, como Jero García de La escuela de boxeo, afirmaban que a ellos les salía nulo y desconfiaban de las puntuaciones exageradas de los jueces. E. J. Rodríguez, en Jot Down, escribió la mejor crónica, recordó cómo se puntúa, para los neófitos, y que a él le cuadraban las cuentas. Su corazón estaba con Manny, pero de tongo nada. Los ciudadanos estadounidenses Stephan Vanel y Kami Rahbaran han demandado a Manny Pacquiao, y a la plana mayor de la promotora Top Rank, al sentirse estafados. El motivo: Manny PacMan Pacquiao combatió con el hombro lesionado. Yo sí que me sentí estafado, al haber pagado para ver el combate en la plataforma Total Channel (propiedad de Mediapro) y obtener una web en blanco con servidores colapsados. El hombro de Pacquiao era un gran handicap, habrá cirugía muy pronto, aún así, volvería a apostar por él, y a perder, aunque hubiese peleado con un solo brazo y el corazón palpitándole en la garganta.

 

     Mayweather: Los campeones ganan y los perdedores buscan excusas.

     Pacquiao: Siento que gané la pelea.   

 

     Mayweather: No habrá revancha, es un cobarde.

     Pacquiao: Espero estar al cien por cien en unos meses.

 

 

II

 

Bélgica, a según qué horas y en según qué sitios, huele igual que Gibraltar. El aceite de girasol hirviendo termina flotando sobre cada poro del asfalto que se pisa. La diferencia entre Gibraltar y Bélgica es que es en Gibraltar donde muchas de las grandes casas de apuestas que operan en España tienen su sede fiscal y Bélgica por el contrario restringe y ejerce algo más de control sobre el juego online. No es que eso esté mal tampoco, ni mucho menos.

 

Mi relación con la memoria siempre ha sido tremendamente complicada. Estoy rodeado de tótems, absurdos pero imprescindibles, que me permiten establecer una conexión coherente con el objeto en sí y las circunstancias del momento pasado que me permiten enlazar con los recuerdos. Perder alguno de ellos equivale a desintegrar cuarenta neuronas. La imagen que tengo de mí mismo, viciada y contaminada por unas gafas de sol, un mechero de gasolina, algunas piezas de lego, un tacón roto, un patito de goma rosa, bolígrafos secos de todas las formas y colores imaginables, algunas fotos, CD recopilatorios, tickets de supermercado y notas desordenadas como coordenadas en cuadernos repartidos, sin ningún sentido más que el de la intuición, entre cajas de cartón, estanterías y la minúscula mesa en la que escribo. Me levanto tarde, quiero descansar para aguantar toda la noche del combate. “Descansa, que después no puedes contra el sueño”, me digo.

 

Ha sido en Bélgica donde he probado la mejor cerveza –por zapatear un poco los tópicos– y el peor café del mundo. Asqueroso. La diferencia entre un expresso y un Koffie es el tamaño de la taza. Es difícil exigir, en cualquier otro lugar que no sea Italia, el pequeño vaso de agua con gas que te ponen sí o sí para limpiar toda la mierda de la boca: tabaco, aire de ciudad, estupidez humana, y disfrutar del aroma y la textura del café solo.

 

“Dubois abrió la cafetera, la llenó de agua por encima del tornillo, introdujo el filtro metálico y añadió un par de cucharadas, luego lo dejó, efectivamente, en el fuego el tiempo suficiente para que se quemara lo justo para provocar seis úlceras con cada gota ingerida. Carlos Dubois era el ejemplo perfecto de cómo no se debe hacer café, debería escribir unas instrucciones sobre cómo no hacer café”.

 

Coro de Viudas, 2014.

 

Presiono el botón de la cafetera, introduzco la cápsula azul, Azzurro Lungo, Lidl, poco dinero. Dos pasos al norte, la mesa baja con dos sillones aún más bajos, otro dos pasos al oeste, la mesa de un metro de ancho con las patas rojas y una silla de escritorio encontrada en la calle, restregada y desinfectada con amoníaco. Estudios europeos para inmigrantes primerizos. Espacio diminuto. Nadie dijo que iba a ser fácil, aún así vale la pena. Vaya si lo vale. La IP Belga no permite entrar en las casas de apuestas españolas ni conectarme con la plataforma para comprar el combate. Primer asalto. Consigo descargar un programa VPN y obtener una IP patria. “Escoja ciudad: Madrid, Barcelona o Valencia”. Lavapiés, El Raval o Ramón de Castro. Cualquiera me sirve. La bandera rojigualda aparece en una esquina de mi portátil y pago los 15€ en Total Channel, miro a la derecha, la tricolor está en la ventana, regalo de un amigo catalán. No quiero arriesgarme a verlo con lag en alguna página pirata o, peor aún, que no pueda ni llegar a conectarme por las peticiones al servidor. Precisamente eso es lo que le ocurrió al servicio por el había pagado. Son las doce de la mañana y faltan más de quince horas para el combate.

 

 

III

 

Mi primer contacto con el boxeo fue a través de Julio Cortázar y de Hemingway y de Arthur Cravan, pero sobre todo de Cortázar. ‘Torito’, Final del juego, 1956:

 

“Qué le vas a hacer, ñato, cuando estás abajo todos te fajan. Todos, che, hasta el más maula. Te sacuden contra las sogas, te encajan la biaba. Andá, andá, qué venís con consuelos vos. Te conozco, mascarita. Cada vez que pienso en eso, salí de ahí, salí. Vos te creés que yo me desespero, lo que pasa es que no doy más aquí tumbado todo el día. Pucha que son largas las noches de invierno, te acordás del pibe del almacén cómo lo cantaba. Pucha que son largas…”.

 

Mira siempre a los ojos, golpea siempre mirando a los ojos. En noviembre de dos mil diez vi el Margarito vs. Pacquiao. Vivía en Córdoba, y animaba a ambos sin decidirme por ninguno, repitiendo algún comentario, como si entendiera –la presión del grupo, ya se sabe– mientras reía con algunos amigos y tomábamos ginebra. Nos creíamos artistas aunque sólo fuéramos niñatos con pretensiones. Los artistas eran los que se daban de hostias en el estadio de los Cowboys, Arlington, Texas. Parecía todo más fácil. Yo, al menos, no tomaba en cuenta las cosas importantes y sufría como tragedias verdaderas estupideces. No hay nada como ser adolescente a los veintitrés. Pacquiao venció a Margarito y para la cruda de la mañana siguiente, michelada.

 

Entre el Coupure Links, Bijlokekaai y Lindenlei perdí mis gafas de sol. Me encantaban, llevaba poco con ellas y eran bastante caras, un regalo que no me hubiera podido permitir con mis recursos actuales. El objeto que se esfuma, el tótem desvanecido que permite que con él desaparezcan los recuerdos de algunos meses: Sol de invierno en la playa con María, cervezas en el canal con Gloria. Momentos importantes, el resto nada reseñable, quizás mejor así, todo ataque a la vanidad de uno es un golpe aceptable e incluso necesario. Me veía bien con ellas. Vuelvo a tener veintitrés años, aunque sean veintiocho, aunque tenga otras gafas. No son esas gafas, no podría permitírmelas. Son veintiocho. Parece que va a volver a salir el sol después de varias semanas, los del sur del sur hemos sido siempre ébano, aunque en estos lares tengamos que disfrazarnos de marfil, jugar a ser marfil, aunque no nos haga ni puta gracia, aunque no tengamos remedio, aunque no nos lo merezcamos.

 

 

 

“Alguien barría furiosamente, y se oía la escoba seca contra las piedras y una voz que llamaba:

—María… Marieta…”.

 

Ramón J. Sender, Réquiem por un campesino español. México, 1953.

 

María… Marieta…, Teresa. Je me souviens. Recuerdo a Teresa fumando en el patio de la facultad, vibrando sobre sus zapatillas rojas. Nos conocíamos poco, lo suficiente como para adivinarnos, o al menos jugar a. Recuerdo hacerme el distraído y verla acercarse divertida para darme un beso. Recuerdo enseñarla a liar cigarros, aunque aún siga sin hacerlo bien. Recuerdo cómo me hablaba del vestido azul de Micaela Aramburu. Normal, las buenas familias pueden permitirse todo salvo los escándalos. Recuerdo su voz pronunciando Cernuda, “Te sientas como Cernuda”, decía, decías, gracias, respondí. Realidad y deseo. Vibrando sobre sus zapatillas rojas. Faltan diez horas para el combate, dentro de dos días será su cumpleaños. Tengo una hora para ir al Rabot –el barrio turco–, visitar alguna tienda moderna del centro y pasar por algunas cosas al supermercado. A las seis cierra todo. A veces odio Europa. La rueda de atrás de mi bicicleta casi está desinflada. Cuando eso sucede suele atascárseme entre las vías del tranvía. Camino al Rabot compro picadura de Gaulois a seis euros los cincuenta gramos y lío un cigarrillo. En la casa hay varias chivatas anti incendios que hacen que se enciendan luces rojas, y suene una alarma ante la primera presencia de humo. No, no puedes fumar ni en tu puta casa. No puedo fumar ni en mi puta casa. Civilización contra barbarie. Ato la bicicleta frente a un Money Transfer que regenta un búlgaro bastante gilipollas y voy a la primera casa de apuestas de la calle. Hay tres. Casi treinta hombres beben cerveza con sus resguardos en la mano y ven varios partidos de fútbol al mismo tiempo en diversos televisores. Hallo. Ik wil een weddenschap voor het boksen vanavond. En mi precario neerlandés le digo al tipo que quiero hacer una apuesta para el combate de la noche. Sin mirarme me responde en, aún un peor, inglés: No boxing. Just soccer. El resultado en las siguientes dos casas fue idéntico. Just soccer. Nunca me ha gustado el soccer, que se vaya a la mierda el soccer.

 

Segunda parada: Footlocker, American Taste y Sport World. Dos franquicias sobrevaloradas y una tienda de deportes enormes con algunos pocos modelos clásicos de calzado, entre los que se encontraban las zapatillas rojas, y cientos de polos y suéteres Pierre Cardin de los años noventa. Estoy convencido de que las existencias de la tienda fueron conseguidas en la subasta de los contenedores de un mercante, procedente de Bangladesh, en el puerto de Amberes hace al menos veinte años. El olor a Gibraltar, con las zapatillas en la bolsa, cambia por una sensación a mayo, a sudor, arena y salitre. Risas. Huele a treinta mil pesetas. Hace veinte años era mil novecientos noventa y cinco. García Lorca: El almizcle es la esencia de la mujer. Acerca de eso él lo sabía absolutamente todo. El supermercado tranquilo, demasiado tranquilo.

 

“El boxeador es un ‘engranaje’ vivo del cuerpo y del espíritu, que desdeña la frontera entre razón y pasión, que hace estallar la oposición entre la acción y la representación y, al hacerlo, constituye la superación fáctica de la antinomia entre lo individual y lo colectivo”.

 

Loïc Waquant, Entre las cuerdas: Diario de un boxeador, 2004: 

 

 

IV

 

 

Wassalon, Molenaarstraat esquina con Tarwestraat. Teresa reparte nuestra ropa entre tres lavadoras: Dos de color y una de blanco. En la lavandería es el turno de tarde. Hay un escorpión sobre la lavadora número cinco, solo que no le prestamos atención. Abre a las siete y media de la mañana y a esa hora es cuando los abuelos lavan su ropa, tan temprano que incluso es tarde, y temprano de nuevo. No somos pobres, pero no tenemos lavadora. Casualmente ni nosotros ni muchas personas mayores, estudiantes, inmigrantes y hombres solteros. En Bélgica estatus significa que tu vecino no pueda recitar de memoria toda tu ropa interior o la de tu novia. Jetones, moneda única para hacer funcionar el invento: cuatro con cincuenta al cambio. Carmen es una señora gallega que llegó al país con catorce años, habla neerlandés y francés con un delicioso acento de las Rías Baixas. Casada dos veces, con un turco y un croata. Carmen abre y cierra Wassalon cada día y controla un poco el asunto, a pesar de las cámaras y de que el dueño vive justo arriba.

 

Wasbar, Nederkouter 109: “Cuando pensamos abrir el negocio, pensamos en darle un nuevo sentido a la idea de la colada. Las lavadoras están repartidas por todo el espacio y hay Wifi gratuito y ofrecemos conciertos para que la gente se divierta mientras está lista su ropa. Además disponemos de una sala un poco más privada por si hay alguien tímido o que quiera intimidad para con su colada”.

 

Siento náuseas. Veo dos amplificadores: Vox AC30 y una torre Ampeg y un Musicman y una Gibson Les Paul Standard, y a dos universitarios de veinte años y no suenan del todo mal, con ese equipo sería un delito. Hasta de algo tan mundano como que cada quien se limpie la mierda de su ropa, existe distinción de clases. Segregación en lo económico, que se note que somos europeos y no racistas. Metemos la ropa en las secadoras y esperamos en la puerta fumando otro cigarrillo: Roken is dodelijk. Fumer tue. Rauchen ist tödlich. Unas mujeres con velo entran y vacían varios cubos llenos de ropa mojada en dos secadoras. Sacan unas monedas de los bolsillos de sus vestidos y presionan el tercer botón: Very Hot. +++ Veinte minutos. Monedas de céntimos, de veinte y de cincuenta.

 

         ¿Por qué hacen eso?

         ¿El qué?

         ¿Por qué traen la ropa mojada en cubos?

         Las lavadoras son caras, las lavarán en casa.

         ¿A mano?

         Creo que sí.

         Pues vaya…

         Sí, pues vaya…

         Quizás lo que no tengan sea secadora.

         Puede ser…

 

Las mujeres esperan charlando divertidas y yo pienso que no solo las estructuras sociales no desaparecen en el nuevo mundo sino que la relación de poder y dominación patriarcal sobre esas mujeres se reproduce a la perfección ya estén en Bélgica, en Marruecos o en Macondo. Teresa piensa que a los hombres que perpetúan eso habría que darles una paliza. Razón no le falta. Sería más interesante un Pacquiao vs. Caballeros que imponen a sus mujeres e hijas la sumisión de una estructura patriarcal, que el Money Mayweather – Manny Pacman Pacquiao de los cojones. Ahí el filipino tendría que esforzarse, no valdrían las molestias en el hombro y el KO debería llegar antes del tercer asalto, no sea que perdamos otra vez a puntos. Son las nueve y cuarto. Carmen apaga las luces. Doblamos lo que queda de ropa casi a oscuras. Hoy querrá irse pronto, aún quedan quince minutos. ¿Verá también el combate?

 

 

V

 

Alejandro Zambra escribe: “A pesar de las migrañas, me sentía un hombre fuerte” y yo pienso: A pesar de ser un hombre fuerte, las migrañas me hacen sentir como un pedazo de plomo oxidado, mohoso y putrefacto. Alejandro Zambra escribe: “Camina alejándose del centro, pero de forma instintiva entra a una lavandería y decide pasar un tiempo ahí, o ni siquiera lo decide pero ahí se queda, junto a dos tipos que leen mientras esperan su ropa” y yo pienso que cuando voy a Wassalon solo, leo mientras espero a mi ropa. Alejandro Zambra escribe: “Soy alguien que se ha fumado una casa” y yo pienso en casas, palacios, fincas, cortijos, falansterios, universidades, catedrales, casas de putas, de las más finas soleras, y ayuntamientos. Pienso que soy alguien que se ha fumado catedrales y falansterios. Fumer tue. Ceno un broodje, Teresa sigue escribiendo hasta que le entra sueño y se despide con una sonrisa, como cada noche, y cierta sorna: “Disfruta del combate. ¡No te vayas a dormir!”. Cómo me voy a dormir si he pagado quince euros y acabo de apostar otros tantos. Leo a Alejandro Zambra. Literatura postdictatorial chilena, tengo una tesis magnífica, de una amiga, al respecto sobre mi mesa de un metro. En España pasamos de la democracia a la guerra civil a la posguerra-dictadura a la dictadura-dictadura a la transición a la democracia. No sería justo llamarla, llamarnos de otra forma, pero tampoco es que la transición y la nueva democracia tengan demasiado de justicia. No existe en España la “literatura postdictatorial”. El país se acostó fascista y se levantó demócrata y hasta hace no hace mucho, la gente corriente no se preocupó por lo que pasó esa noche. Los que ganaron la guerra mandaron al exilio a miles de nuestros bisabuelos a América Latina y Europa, los que ganaron la guerra mandaron a las fábricas de Francia, Bélgica, Alemania y Holanda a miles de nuestros abuelos a trabajar como obreros y ahora, los que ganaron la guerra nos echan a nosotros, con carrera o sin carrera, con máster o sin máster, con idiomas o sin idiomas. Los que ganaron la guerra nos obligan a ver el Mayweather – Pacquiao a través de internet a miles de kilómetros de casa y a comer broodjes y tomar un café terrible. No existe en España literatura postdictatorial. Gracias al VPN logro entrar en la página: Mayweather 1.55 – Pacquiao 2.85. Introduzco la cantidad y hago clic en Pacquiao.

 

 

VI

 

Total Channel se fue a blanco, como las televisiones estatales cuando dan un golpe de Estado. La compañía se excusaba y Twitter sacaba lo mejor de cada quien. Nunca me han gustado los insultos, por eso me gusta el boxeo. O somos caballeros o bestias, pero las dos cosas, no. Bueno, a veces sí, pero sólo a veces. Pongo la previa en Marca TV y veo, comentando el combate, a Ramoncín. El rey del puto pollo frito, el defensor de los derechos de autor, de los derechos de los artistas que ni siguiera deberían tener derecho a llamarse artistas. Pienso que no puedo hacer otra cosa que cagarme en sus muertos y en los de mi mala suerte pero me recuerdo que los caballeros no insultamos, los caballeros somos educados, necesito un objeto que me recuerde eso. Sólo faltaba que perdiera Pacquiao, sé que va a perder Paquiao, pero en esos momentos aún espero que enganche un uppercut que rompa la defensa del fanfarrón yankee y le haga caer inconsciente. Me voy a perder el combate y en la previa tengo que aguantar la estupidez humana. La edad, por suerte, me hace menos tolerante.

 

Abro la pequeña ventana del abuhardillado salón-estudio-cocina y enciendo un cigarrillo mirando de reojo al detector de incendios. Tengo medio cuerpo fuera y expulso el humo hacia la calle. Me quejo en Facebook, me quejo en Twitter. Alguien me copia un link y un paisano de Cádiz que vive en el DF me dice que no le gusta el boxeo, pero que allí dan la pelea en abierto. Encuentro un canal venezolano y me alegro de verlo allí, los comentaristas son mucho mejores y la idea de tener que escuchar la voz de Ramoncín en el combate me parecía terrible. Imagino a Julio Cortázar comentando el combate. Su primer trabajo, luego de emigrar a París, fue radiar combates de boxeo para un medio mexicano. Lo despidieron después del primer día, a pesar de que a él le encantaba. Sus jefes dijeron que “no se le entendió una palabra”.

 

 

VII

 

Comienza a hacerse de día. Robert Toro Salvaje de Niro, Michael Jordan, Paris Hilton, Mark Wahlberg, Clint Eastwood y el comentarista de Colombia enloquece: ¡Es mi actor favorito de todos los tiempos! Mayweather y Pacquiao se vendan, un arbitro arruga el gesto ante las vendas de Mayweather, son el doble de anchas de las que usamos. Mayweather se ríe: ¿Vamos a cancelar el combate por las vendas? Combate a doce asaltos. Mayweather aguanta, frío, y Manny trata de conectar una serie de golpes. Mayweather controló el ring aunque Manny estuviera más agresivo y lanzara más golpes. Mayweather a la contra y Pacuiao agresivo, no sorprendieron a nadie. El fanfarrón de Michigan supo mantener las distancias. Manny lanzó más golpes, pero acertó menos. No hubo espectáculo, pero disfruté viendo la pelea; aunque hace cinco años, cuando ambos estaban en su cénit hubiera sido más espectacular. Mayweather fue a por lo seguro y cobró por ello algo más de doscientos millones de dólares. Al terminar el round número doce Mayweather se subió desde su esquina con los brazos alzados hacia el público. El último comercial de cerveza, Sol o Corona, no recuerdo y los árbitros daban sus puntuaciones: Dave Moretti: 116-112; Glenn Feldman: 116-112, y Burt Clemens: 118-110. Mayweather había ganado, el público abucheaba @MikeTyson escribía: We waited 5 years for that… #underwhelmed #MayPac. Carlos Herrera, sin embargo anotaba: Se lo han robado a Pacquiao. Diferencia injusta. Y yo, me sorprendo de estar de acuerdo con él. Aunque le respete bastante, nuestra forma de entender la vida no coincide, pero estamos de acuerdo en lo importante, en el box. Por algo se empieza.

 

     Mayweather: Los campeones ganan y los perdedores buscan excusas.

 

     Pacquiao: Siento que gané la pelea.

 

Zambra: “Somos la única minoría que nadie defiende, me dijo Jovana riendo e impostando esa voz cálida y gruesa que tiene, esa voz de fumadora”. Son las nueve de la mañana, Teresa se despierta y yo estoy a punto de meterme en la cama. 

 

 

 

 

Salvador J. Tamayo (San Fernando, Cádiz, 1986) es Licenciado en Historia. Máster en Estudios Hispánicos, fue director de la revista GRUNDmagazine. Es autor del libro de relatos Salitre (Alumbre, 2013). Ha escrito en medios como Granite & Rainbow, Panfleto Calidoscopio, eldiario.es Periódico Diagonal. Ha ejercido como docente, articulista, crítico musical y literario. Ha estudiado en Cádiz y en Florencia. Fue becario de la IX promoción de la Fundación Antonio Gala para Jóvenes Creadores el año 2010/2011. Habla inglés e italiano. Es adicto a los Beatles y le encantaría ser zurdo. Vive en Bélgica y escribe aquí. En Twitter: @salvadorjtamayo.

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