Crónica sexual de la fiesta de fronterad

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Tengo que reconocer para empezar dos cosas: primero, que la fiesta de anteayer me sorprendió muy gratamente y, segundo, que después no pude pegar ojo en toda la noche. Me imaginaba un grupito de amiguetes progres absolutamente imbuidos de un rollete cultureta y exquisito, como la típica reunión de la progresía de salón dispuesta a arreglar el mundo sin mojarse el culo, y unas cuantas feministas agresivas que me olerían a la legua como el putero libidinoso que soy, entrando en la sala con un cartel en la frente que dice «quiero follar» y el rabo encendido. Yo, acostumbrado a mi mesa y mi botellita en la zona vip del Buda Bar en medio de un montón de putas que intentan templarse a los jugadores del Real Madrid, pero que siempre pilla a alguna despistada, pensé que me iba a sentir como pez fuera del agua. Pero he aquí que no. ¡Joder!, un lugar precioso con más de trescientas personas, unos tíos muy interesantes, unas actuaciones muy buenas, para mi sorpresa, y un montón de «arañitas peludas» (así es como llamaba mi padre a las jevas, jacas o simplemente mujeres) más que polveteables; vamos de cero a diez, había unos cuantos sietes y ochos. Lo primero que pensé es que «el Alfonsito Armada» este se lo monta de puta madre, la que ha armado el Armada este. Fíjate que yo no lo conozco mucho, escribo aquí por un amigo común que le mandó la mierda esa de la lagarta lagarta y al muy pillastre le gustó. Lo veo de maestro de ceremonias (en la sombra) con esa carita de niño travieso de colegio de curas y no me encaja: no sé si sólo vive para los libros y estas mariconadas, y el sexo le importa una mierda, o si en el fondo es un cabroncete salido mental, porque también me lo imagino fácilmente follando como el conejito de Duracel triqui, traca, triqui, traca sin parar hasta caer desfallecido.

Pero su cara se me desdibuja rápidamente ante la divinidad que acabo de contemplar. Una niña que parece un ángel, con un chaqueta blanca de lana, bien larga para que nadie le mire el culo. Pero si no hace falta niña, tienes una cara preciosa que te convierte rápidamente a mis ojos en la mujer mamada. Va acompañada de tres tíos que la tratan con educación y estudiada frialdad. A mí no me la pegan, están los tres haciendo números para ver quien se la folla: un cuarentón medio calvorota trajeado (esos son los peores), otro cuarentón un poco más bajo con ropa «casual» (para los horteras), cuerpo de montañero y cara de romántico decepcionado (estos son peligrosos, se vuelven «killers»); y otro más joven, treinta y tantos, de buen ver y con muchas posibilidades. Conclusión: no tengo nada que rascar. Paso a su lado y oigo su voz dulce, noto una vibración tranquila que emana del ángel y me convenzo de que estos tres se van a ir a casa sin mojar, al menos con ella. ¡Mejor, si me jodo yo, que se jodan todos!

¡Que interesante! Ahí está el bloguero Andrés Ibáñez con Manuel Rodríguez Rivero y Juan Ignacio García Garzón. Este último tiene una cráneo perfecto bajo una calva espectacular. Me acerco, le escucho y no me cabe duda. A este le gustan más las tías que a un tonto un lápiz. Muy cerca de allí andan José María Granados, que estuvo genial cantando en castellano «Like a rolling stone», y Ramón Arroyo, el guitarrista de Los Secretos. Sigo adelante y en un corrillo escucho una anécdota divertidísima que ocurrió en un «showplace» de Barcelona. Un negro enorme sale completamente en pelotas al escenario, se para delante del público, se lleva las manos a la cabeza, cierra los ojos y se concentra; tiene un rabo enorme que empieza a levantarse lentamente como si lo alzara una grua, pero lo hace únicamente con la fuerza de su mente. En cuestión de minutos el negro se corre. ¡Hostias, que tío más inteligente, que cerebro privilegiado y que bestia física! De repente Ibáñez sube al escenario, empieza a hablar de los blogs y ¡zas! oigo Meteosex y el Zar de la Noche. Me quedo petrificado entre el público; enrojezco y pienso: «¡Dios me van a echar de aquí a patadas! Que majete este Ibáñez, habla cálidamente del blog (que otra cosa iba a decir el pobre en una presentación de la propia revista) y me tranquilizo. Pero Zar, hombre, que aquí no te conoce ni Dios. Me doy la vuelta y casi choco con El Lobo; no, no es Harvey Keitel, es Ramón, el periodista ese que sigo desde hace años en El País y que tuvo la valentía de colgar un párrafo de la lagarta, lagarta en su blog. ¡Qué animal… periodístico! Te daría un abrazo porque ya casi me siento en familia, pero paso, tengo que conservar el anonimato. http://www.ramonlobo.com/

Ya sabía yo que no tenía que haber venido aquí. Sigue cantando la sudanesa Rasha, atractiva, guapa, grande, sería ideal para mi amigo Félix, yo no puedo ni loco. Ahora llega el no va más, el Gospel de Velma Powell y las hermanas Ayo. No son guapas pero tienen su punto.

Del Chojín no hablo, no hay color. ¿Cómo voy a competir yo con ese cuerpo, con su tenue negrura y con esas cosas tan bonitas que canta? A pagar, chaval, a pagar, es lo que te queda. Ya está bien, me voy, la fiesta es estupenda pero es mucho para mí. Y en la puerta voy y me encuentro con una camarerita carmesí que está allí para decirnos adiós a todos. La arrastraría por los pelos hasta el coche, la secuestraría y la subiría al primer altar que me encontrara. ¡Dios!, ¿cuándo me vas a liberar de la tiranía del sexo?