El cambio, la regeneración, deben de pasar inevitablemente por el contubernio y cuando salen de él son como los vaqueros cuando llegaban a Abilene y salían de la barbería dispuestos a resarcirse de las penurias del camino...
Cuatro décadas de milagros
La democracia funcionando le recuerda a uno a la sala, o el salón, de máquinas del Titanic. Mientras en los camarotes y en la cubierta la vida sigue su curso, allí abajo los políticos se afanan empapados en grasa y sudor. Luego suben al puente, duchados, vestidos y peinados, para contarle al pasaje cómo marchan las calderas y los engranajes de esos pactos que hoy ya no se rigen por condiciones sino por facturas pagaderas a cuatro años. Albert Rivera lo justifica: “No hay regeneración si se bloquean las instituciones”. El cambio, la regeneración, deben de pasar inevitablemente por el contubernio y cuando salen de él les pasa como a los vaqueros cuando llegaban a Abilene y salían de la barbería dispuestos a resarcirse de las penurias del camino: que nadie les reconoce. Hay un antes y un después en el ciudadanismo, que también es de esperar en el podemismo, cuya barbería son las elecciones, al que uno todavía ve como una canción del verano que sin embargo le va a tocar oír durante unas cuantas estaciones. Es el mismo antes y después del bipartidismo. Cuatro décadas escuchando, cada legislatura, los milagros que iban a sucederse sin que se produjeran, han provocado la reacción última del pueblo de no hacerles caso, como al pastor del cuento, para sí hacérselo a otros que aprovecharon el momento a lo Bill Gates: “El negocio consiste en saber hacia dónde va el mundo y llegar antes que nadie”. Existe el peligro, nada nuevo, de que los clientes descubran, sin dientes en la boca, sin pelo en la cabeza, que allí no había nadie más que el charlatán y falso doctor Hyeronimus, quien iba por los pueblos de Méjico vendiendo su “Elixir de los dioses” hecho con pimienta salvaje, extracto de serpiente y una pizca de nitroglicerina. Todo está inventado y si no que se lo digan a Rosa Díez, desaparecido su magenta bajo el naranja como si fueran los dos una matrioska de colores chillones y alegres motivos.