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Mientras tantoDe bolas de fraile y moros en camisa

De bolas de fraile y moros en camisa


 

Si seguimos al ritmo desenfrenado que llevamos por la senda de las prohibiciones vendrá pronto alguien a pedir que se cambien de nombre las bolas de fraile y los suspiros de monja que se venden en las panaderías uruguayas, reminiscencia de los panaderos anarquistas anticlericales que llegaron huyendo de la persecución en España. Nos quitarían anécdotas e historia de nuestros platos. Ahora les explico por qué se me ocurren estas cosas.

 

Un moro en camisa es una delicia dulce en Austria. Con chocolate, pan rallado, azúcar, yema de huevos, almendras y ron se hace un pudding con un baño de chocolate para servirlo caliente, cubierto de crema blanca y fría. Es un placer para el paladar por el que vale la pena olvidar las calorías. Mohr im Hemd hace referencia al “moro” en su acepción austriaca, que no se refiere a magrebíes o árabes, sino a cualquier persona de piel negra. Mohr es un término histórico que ha caído en desuso y muchos hoy ya no saben ni lo que significa. Pero este postre típico ahora está cambiando de nombre por causa de una campaña contra el racismo en el lenguaje. Después de mucha discusión, va desapareciendo el moro en camisa del menú, aunque sigue ofreciéndose, camuflado en simple “pudding de chocolate con crema”.

 

Este tema es universal. Veo que en Uruguay se ha abierto un debate para pedir al Diccionario de la Real Academia que elimine la expresión trabajar como un negro, que viene de la época de la esclavitud y todos sabemos lo que significa, desafortunadamente. Imagino que siguiendo en esta línea un español ya no podrá hacerse el sueco cuando no quiera darse por aludido, ni despedirse a la francesa cuando escape del restaurante sin pagar, ni disfrutar como un enano, ni tampoco tener paciencia china. Pero seguirá existiendo la paciencia, esperemos que se pueda disfrutar enormemente en ciertos momentos, y sabemos que no desaparecerá el delito de irse sin pagar la cuenta. De la misma forma pongo en duda que disminuya el racismo si pedimos de postre un pudding en lugar de un moro en camisa. 

 

En alemán ya no es correcto hablar de esquimales, hay que decir inuit. Tampoco es civilizado referirse a sordomudos, y queda muy mal eso de ayuda al desarrollo. Ahora se trata de cooperación para el desarrollo, como si de esta forma estuvieran ya acabando con el paternalismo ancestral y la consiguiente explotación de recursos en las relaciones norte-sur. Ojalá fuera así. Pero no lo es.

 

El gitano afortunadamente no ha desaparecido del vocabulario políticamente correcto en España, pero en las regiones germanoparlantes Zigeuner es hoy únicamente un insulto. Hay que decir Rom, o sea romaní. Lo mismo ocurre en la República Checa, pero en Hungría defienden los propios gitanos su calificativo Zigan. No creo que sea esta la razón por la cual están sufriendo cada vez más devastadoras persecuciones racistas. 

 

Me preocupa esta manía de recortar expresiones para reformar pensamientos como se recorta el presupuesto y el personal con la supuesta intención de sanear la economía. No creo que aniquilando palabras de connotación negativa vayamos por buen camino. En este campo de batalla de la semántica yo me inclino a oponerme a las prohibiciones. Digo “creo” y “me inclino” porque sí me parece fructífero debatir sobre el tema. Pero yo prefiero la estrategia radicalmente contraria: la de agarrar el toro por los cuernos y recuperar la palabra ensuciada dándole otro significado. (Los defensores de los animales pronto pondrán en tela de juicio si agarrar así al toro no es maltrato de animales).

 

Me gusta que en España, en lugar de condenar el uso de “no tiene cojones” las feministas hayan respondido introduciendo  a la par “no tiene ovarios”. El experimento tuvo buen resultado. Funciona.

 

Un grupo de música fue pionero en Viena al dar dignidad a un apelativo que nació como insulto. Los músicos oriundos de los Balcanes se autodenominan “Tschuschenkappelle”, la capilla de los Tschusch, descalificativo utilizado para inmigrantes balcánicos o de otros sures, de la misma forma que los españoles se inventaron el sudaca.  


Ya he tenido el descaro de decir en España que soy sudaca. Les invito a hacer el mismo experimento. Verán cómo se sonroja el interlocutor. ¿No significa acaso latinoamericano? ¿Sudamericano? No le veo entonces nada de malo. Aprovechemos que nos han regalado un sinónimo más. ¡Transformémonos en okupas de las malas palabras! 

 

Al ritmo acelerado que vamos las palabras se ensucian cada vez más rápido. En Italia se inventaron el extracomunitario como un término casi clínico para que dejaran de decir vucomprá al referirse a los inmigrantes magrebíes y subsaharianos, que en un principio asociaban al vendedor ambulante africano. El vucomprá nace de la burla a la forma de hablar del extranjero que consigue hacerse entender con su desvalido acento de recién llegado. Naturalmente el intento de borrar un estigma cambiando de palabra fue un tiro que salió por la culata. Extracomunitario es hoy un insulto más.


A ver cómo se resuelven estos líos entre la denotación y la connotación de las palabras. La denotación es el significado en limpio; imaginémoslo como un recipiente de cristal. La connotación sería el contenido adicional con el que se llena esa copa: atributos que se derivan de asociación de pensamientos. Si el contenido se pudre, en lugar de buscar una copa nueva, se podría lavar.

 

Ahora que he estado trabajando en un documental sobre las nuevas olas migratorias de europeos que, huyendo de la crisis, se van a África o América Latina a buscar trabajo, me he encontrado con muchos de ellos a quienes no les hace mucha gracia que los llamen inmigrantes o emigrantes, porque se sienten equiparados a los desesperados que arriesgan sus vidas en pateras para llegar a Europa. No tiene nada de malo arriesgarse en busca de una perspectiva mejor. Y aparte de esto, inmigrante es una palabra de denotación muy precisa y por lo tanto muy útil para entendernos. No la eliminemos, por favor. Puede llegar el día en que a alguien se le ocurra que ya está muy sucia por todos los prejuicios asociados.  

 

Imagínense que en alemán ya casi no se usa el término extranjero. Ni siquiera se atreven a decir de origen extranjero. Ahora se habla de personas con trasfondo migratorio. ¿Pero esto qué es? ¿Significa que tengo nacionalidad austriaca pero soy oriunda de otro lugar? ¿O que mis padres vinieron de otro país y se nota en mi apellido, en mi color de piel o en mi forma de ser? Resulta que es políticamente correcto decir Migrationshintergrund, lo que no aporta gran información, sino todo lo contrario: profundiza en los prejuicios.

 

Ahora tengo que cortar el rollo. Porque el tema es infinito. Nos vamos a eufemismos como personas de color. ¿Y qué es eso de afroamericano? Con ese calificativo parecen menos americanos que los demás. ¿Por qué no hablamos entonces de euroamericanos? En fin… Si en una de esas tienen la suerte de venir a Viena, pidan de postre un Mohr im Hemd. Aunque no aparezca moro en camisa con ese calificativo en la carta seguro que se lo pueden servir, calentito y delicioso.

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