De dioses, hombres y fetiches… en Senegal

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Sacerdote y chamán se sientan e intercambian unas palabras en la lengua local hasta que la llegada de De Gaulle les interrumpe. Resulta difícil no esbozar una sonrisa al oír el nombre del general francés con el que se conoce al imán de la localidad

 

Arona Manga se acerca con andar pausado por el camino de barro rojizo de Enampore, en el sur de Senegal. Es el primero en acudir a la cita a la que le hemos convocado. La primera sensación al verle aparecer con túnica, barba y gorro de lana a rayas en agosto es la de estar ante un cantante de reggae. Pero Arona es un marabú, el líder espiritual del animismo, la religión tradicional de Senegal.

 

En el país subsahariano hay un 90% de musulmanes, entre un 5% y un 10% de cristianos… ¡y un 100% de animistas! La convivencia de las tres confesiones no sólo es inédita, sino ejemplar. Todos respetan de manera reverencial el culto a las fuerzas de la naturaleza y a los ancestros que en ella habitan. Es la “religión madre”. Fetiches en forma de troncos de madera clavados en la tierra pueblan los bosques sagrados, donde los hombres y mujeres de la comunidad acuden para resolver asuntos trascendentales como la falta de lluvias. Y, por lo que cuentan, los dioses suelen escucharles. Aquí, en el reino de Bandial, en la Baja Casamance, casi la mitad de sus habitantes –los diola- profesa el animismo como primera confesión y convive en paz con musulmanes y cristianos.

 

“Kassoumay!”, “Kassoumay kep!”. Arona Manga da la bienvenida al sacerdote de Enampore y de otras tres parroquias cercanas. Jean Baptiste Prospère Couray-Coly no es un diola corriente: desafía a la estatura media de su etnia desde su 1,85 metros de estatura. El cura sin alzacuellos aparca su motocicleta frente a un exuberante flamboyán de flores rojas y traspasa, sin descalzarse, el umbral del campamento rural. Construido según la arquitectura tradicional de las casas impluvium, está hecho de adobe en planta circular con varias habitaciones repartidas simétricamente; un techo de paja y madera procedente de los manglares se abre en un gran círculo de unos 20 metros de diámetro para permitir el paso de luz, aire y agua. Dentro de estas casas se tejen intensos lazos familiares, réplica de la vida en comunidad que se desarrolla en su exterior.

 

Sacerdote y chamán se sientan e intercambian unas palabras en la lengua local hasta que la llegada de De Gaulle les interrumpe. Resulta difícil no esbozar una sonrisa al oír el nombre del general francés con el que se conoce al imán de la localidad. Profundas arrugas surcan el rostro y las manos del hombre que se suma a compartir un café con los líderes de las otras dos religiones y esta cronista. Dice Jean-Baptiste:

 

Lo que vivimos aquí es algo más que un mero diálogo entre religiones, es una relación fraternal que hace que podamos vivir juntos en armonía. No es la religión la que nos une o nos separa, sino nosotros mismos como individuos. Senegal es un Estado laico donde prevalecen la libertad para elegir religión, el respeto hacia todas ellas y la solidaridad de la comunidad. Es lo que conocemos como sincretismo: independientemente de la religión de cada uno, todos respetamos los fetiches o colaboramos en la búsqueda del cordero para la fiesta de los musulmanes.

 

 

El cura refrenda estas palabras con un asentimiento de cabeza del imán que parece frágil, encogido en la silla de madera. Hace apenas una semana toda la comunidad celebró unida la fiesta de la Korité que conmemora el fin del Ramadán. A la entrada de las casas, sentadas en pequeños bancos de madera, las familias de Enampore compartieron fuentes de fideos secos, arroz y pollo con todos, incluidos los visitantes de paso por el poblado. Aquel día las niñas lucieron trenzas nuevas y todos, sin importar la religión, su traje de las grandes ocasiones. El almuerzo terminó regado con bissap, la bebida nacional de Senegal hecha a base de flores de hibisco y menta.

 

Esta escena es válida tanto para las celebraciones como para los sucesos tristes, como añade el sacerdote mientras rellena con parsimonia un vaso de agua. Ya se trate de bodas o entierros, ningún miembro de la comunidad es ajeno a lo que allí sucede ni a los ritos que se practican. Además, según continúa Arona, conocer la religión del otro no es solamente un gesto de respeto, sino que ayuda a ser mejor practicante de la de uno mismo. Únicamente el hecho de asistir a misa o las cinco oraciones diarias de los musulmanes permiten distinguir a unos de otros, puntualiza De Gaulle. En Enampore, la muerte también los iguala porque todos descansarán para siempre en un único cementerio en el bosque sagrado.

 

Rezamos cada día para que las guerras y los problemas que afligen a países de nuestro entorno nunca sucedan aquí.

 

El chamán de ojos transparentes apunta, tal vez, una de las claves de la insólita estabilidad del país en medio de una geografía política convulsa (Malí, Mauritania o Costa de Marfil). En Senegal, los matrimonios entre personas de distinta religión son relativamente frecuentes. Hay incluso casos destacados: el anterior presidente, Abdoulaye Wade, musulmán, contrajo matrimonio hace medio siglo con una francesa cristiana. Aunque muchas mujeres se acaben convirtiendo a la religión del esposo (especialmente si éste es musulmán practicante) y los hijos adopten al nacer la religión del padre, miembros de una misma familia pueden seguir religiones distintas con absoluta normalidad. La tolerancia religiosa habita en cada casa, convirtiéndose en lazo de unión de todo un país.

 

Ante este sorprendente equilibrio de fuerzas, natural para sus habitantes pero que no deja indiferente al extranjero, Arona, Jean-Baptiste y De Gaulle afirman al unísono que el ateísmo no ha llegado hasta la Casamance. Lo niegan rotundamente como quien rechaza un temido mal. Nadie queda al margen de la religión. Así, en el caso del culto cristiano, las mujeres ocupan puestos de responsabilidad en cada parroquia. Su participación en la religión animista, sin embargo, es y ha sido trascendental, como explica Arona:

 

Desde que el hombre y la mujer existen ha habido lugares reservados para hombres y mujeres. Cuando las mujeres se encuentran en esos sitios pueden hacer aquello para lo que están destinadas, siguiendo las instrucciones de la mujer que ejerce de administradora moral del fetiche. Los responsables del fetiche (hombres y mujeres) están al mismo nivel.

 

Aunque el rey diola, la figura máxima del animismo, sólo puede ser hombre. Desde la muerte en 1968 del último rey de Enampore, sucesivos hombres elegidos por la comunidad han ejercido sus funciones en una suerte de ínterin. Pero nadie ha vuelto a reunir las condiciones para ocupar el puesto: casado, de edad igual o superior a los 40 años, perteneciente a una familia determinada y portador de signos particulares que lo distingan (según cuentan los lugareños, el anterior rey no se mojaba cuando llovía). Su condición de rey le obliga a abandonar a su propia familia para convivir con la mujer y los hijos de su predecesor en el interior del bosque sagrado, de donde sólo saldrá atravesando los caminos reales. A los  habitantes de las inmediaciones les está prohibido verle, por lo que serán advertidos de estos esporádicos paseos para que entren en sus casas.

 

El bosque sagrado es también el escenario donde se saldan los agravios, incluidos los delitos de sangre. Sin embargo, el conflicto más acuciante que sacude a la Casamance y que no han conseguido resolver aún es el de la guerrilla separatista, que convierte la región en un destino desaconsejable a los ojos de la mayor parte de los ministerios de Asuntos Exteriores occidentales. Aunque se trata de un tema incómodo para los diola, la religión ha jugado un rol innegable en las negociaciones con los separatistas. Aun con algunas reservas, Jean-Baptiste explica que el sentido de la convivencia y el papel conciliador de las mujeres han sido fundamentales para que el conflicto no haya llegado hasta las puertas de su reino. De hecho, estos tres líderes religiosos forman parte de un comité que trabaja desde hace más de 30 años para conseguir llevar la paz (gassoumaye, en diola) a una región que ha hecho de la tolerancia su bandera.

 

Tras el café y en apenas segundos, sacerdote, imán y chamán tomarán caminos opuestos para desaparecer bajo una lluvia torrencial. Estamos en plena época de hibernage, la estación de las lluvias, que comienza en junio y se prolonga hasta octubre. Es el periodo clave para la propagación de la malaria, a pesar de los avances de Senegal para erradicarla. Por este motivo, muchos bebés no tendrán nombre hasta cumplir los dos años. Si uno muere, antes de enterrarle le harán una marca visible en el cuerpo para que, en el otro mundo, ninguna mujer le reconozca como suyo y le dejen partir. La madre volverá a quedarse embarazada inmediatamente para darle a su hijo una segunda oportunidad de nacer y salir adelante. Cuentan que en la Casamance han visto recién nacidos con esa misma marca del bebé muerto. También cuentan que cristianos, musulmanes y animistas celebraron juntos su llegada con arroz y vino de palma.

 

 

 

 

Eva Mateo Asolas es periodista. Durante ocho años ha trabajado en diversos medios de comunicación en Madrid y Bruselas. En 2009 recibió el Premio de la Academia de la Radio como mejor presentadora de informativos. A día de hoy trabaja en comunicación de la Fundación Vicente Ferrer y continúa especializándose en cooperación internacional y comunicación social. Domina cinco idiomas. En Twitter: @evAsolas

Autor: Eva Mateo Asolas. Fotos: David Arribas y E. Mateo Asolas