De mi Diario: Semana 11 / 2013

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Weiß/Colonia, 10.3.

He dedicado parte del día a repasar mi Galsworthy, la peli de ayer tarde, That Forsyte Woman [La dinastía de los Forsyte], me ha movido a hacerlo. Es uno de esos autores que quedan como en la penumbra de la historia de la literatura, y sin embargo es uno de los Nobel más acertados y menos evidentes. Por lo demás, me da pena retrospectiva pensar que estaba tan enfermo cuando debía recibir el Premio que la Academia Sueca mandó una delegación a Londres para podérselo entregar personalmente. Fue el 10.12.32, y él fallecería el 31.1.33, es el autor que menos tiempo ha disfrutado del Premio, sólo 53 días para saberse Nobel, suponiendo que eso le importase ya mucho, poco o nada. Este Nobel estoy tentado a considerarlo, positivamente, poco menos que un caso de eutanasia Made in Scandinavia.

 

Acabo de oír el CD que me regaló Indira (su primer CD) y me ha gustado mucho, muchísimo, porque ya la primera canción agarra de tal manera que pasa como con los buenos libros cuya primera frase te obliga a leerlos hasta el final. Además, he estado pensando todo el tiempo cómo es que Indira y yo nos conocemos ya desde hace ocho años –y seis días– pero recién ahora me vengo a enterar de cuán buena artista es. Desde hace muchísimo tiempo sé que soy un pelotudo, pero nunca creí serlo tanto.

 

Cenando, le pregunto a Diny si Henri irá mañana al Kindergarten y me dice que así lo dispone el cronograma. Porque ya va siendo hora de que se regularice su contacto con el Mundo Exterior, luego de las pausas impuestas por enfermedades suyas y de la mamá y en virtud de las cuales, desde el 2 de enero acá, no ha llegado a sumar ni siquiera dos semanas de “socialización”. Sólo que el cronograma incluye una variante apocalíptica, y es que el miércoles, cuando Diny estuvo en lo de Montse para ayudarla en las faenas de la casa, le oyó proclamar a Henri que si el lunes lo llevaban al Kinder se pasaría todo el tiempo gritando hasta que Montse regresara a buscarlo. Esperemos que la sangre no llegue al Rhin, pero joder, el río está tan cerca

 

Weiß/Colonia, 11.3.

Mientras leo el Borges de Bioy, espigo en él varias afirmaciones viperinas de JLB que les regalo a otros tantos amigos tuiteros. Ayer, @josetenene sacó una de ellas, la que se mandó tras leer muchos sonetos de Lope: «Son una musiquita. Después de los primeros versos podría escribir “etcétera”». Hoy, NCh desde Italia y KC desde Huelva me escriben indignados que no solamente le atribuyen a Borges estúpidos poemas sentimentales que nunca escribió, donde se lamenta por no haber sido un “niño desobediente” y otros lugares comunes, sino que ahora lo quieren hacer pasar por uno que no sabía nada de literatura, ¿por qué no se dedican a leerlo y a aprender algo, en vez de perder tiempo y hacérselo perder a los demás? Y yo les contesto que se trata de una cita extraida del Borges, de Bioy, un libro ciertamente divino si encubriera más lo humano; en él se documenta un Borges viperino del que no teníamos ni idea. Y que, por otra parte, esa frase de Borges sobre Lope demuestra que sí sabía, y mucho, de literatura: «Si uno analiza a fondo la poesía española del Siglo de Oro, fatalmente termina descubriendo que es mucho más el ruido que las nueces, y a eso se refiere Borges. Por lo demás, y aunque sé que es una dura prueba, les recomendaría la lectura de este libro a todos quienes escriben; son casi 1.600 páginas, pero lo que en él se aprende es invalorable: me estoy acercando a la # 900 y ya estoy en deuda eterna (bueno, durante lo que me reste de vida) con este Borges. Y en cuanto a los apócrifos, me precio de haber sido uno de los primeros en condenarlos a la picota, en fecha tan lejana como agosto 2000, con un artículo en la revista Bilbao».

[Busco en el archivo de la revista, pero sólo alcanza hasta el 2003. Lo busco después en el de ‘Áncora’, el suplemento literario de La Nación, de Costa Rica, y ahí sí lo encuentro, publicado en junio 2001, sólo que los duendes de la red lo han titulado “Los apócritos de Borge”, sic].

 

Todo el día nevando, una nevada tan tenue que a no ser por el viento no la veríamos caer, y a no ser por el suelo y los tejados no sabríamos que cayó. Una nevada con el don de la discreción.

 

Weiß/Colonia, 12.3.

Nieva y nieva sin parar. Tanto que Carlitos me llama para decirme que no se anima a salir con el auto a buscarme para ir a La Modicana. Se lo cuento a Diny, que está como todos los martes en casa de Chico, y me asegura que el tráfico es normal, con las calles principales despejadas de nieve. Llamo a Carlitos y le informo, así es que se decide a venir. No se arrepintió, los linguinis con almejas, rape y salmón estaban hasta casi más sabrosos que la semana pasada. Lo curioso es que en la pizarra aparecían anunciados con Kabeljau [=bacalao], pero Gina, la camarera hermosa como pocas, nos avisó que se les había acabado el bacalao. Y Carlitos me pregunta muy en serio si el Kabeljau es en verdad el bacalao, le contesto que sí y que el bacalao que él conoce con otro nombre es el balacao seco, que en alemán es Stockfisch. A veces me asombro del alemán que sé (¡hasta más que Carlitos en este caso!), pero también sé que en este caso es fruto de mi pasión por el pescado. Sólo que, ¿cómo puede ser alguna cosa “fruto” tratándose de un pescado?

 

Entrada la tarde, mientras continúa la nevada, regresa Diny con los primeros tulipanes del año: «Ya que la primavera se niega a aparecer ahí fuera, la instalaremos aquí dentro».

 

Más sobre la lectura del Borges : Llego al 10.6.63 y recupero ese día con una precisión nítida porque fue la primera vez que celebré mi cumpleaños (hasta entonces, en España, sólo había celebrado mi onomástica, el 7 de febrero, san Ricardo rey, según decía el almanaque, aunque nunca supe cuál reino era el suyo). Pero no recuerdo ese 10.6. sólo por ello. Y menos ahora cuando registro que Bioy anota cómo Borges le cuenta que ese día, en la Universidad, leyeron «The Facts in the Case of M. Valdemar», de Poe, y cómo, «aunque este cuento tiene un final bastante repugnante, Borges no lo evita. Es curioso: las osadías en circunstancias físicas del amor lo ofenden; las más repugnantes circunstancias macabras, no». Gracias a lo cual se me impone el recuerdo de que ese día intenté llevarme al huerto a la chica con quien mantenía entonces algo así como un noviazgo, una española de Ávila, que vivía en Erpel, al otro lado del Rhin, frente a Remagen. Y estábamos a punto de iniciar el himeneo cuando me dijo, haciendo tal vez un último intento por conservar intacto su himen, algo así como «Si fuese verdad que me  quieres» Sólo que con esa frase me estaba invitando a engañarla, a decirle que sí la quería de verdad, y eso no hubiera sido verdad, yo sólo quería echar un polvo para celebrar mis 24 años. De manera que me levanté de donde estábamos tendidos, me arreglé la ropa y no pasó nada. Casi 34 años después, el 4.6.97, la volví a encontrar sin reconocerla, fue ella quien se me acercó y se dio a conocer: estaba casada con un militar alemán y era feliz madre de un par de hijos. Y yo me pregunto ahora qué hubiera dicho Borges de nuestros escarceos campestres en Alemania, aquel 10.6.63. Qué ofensa para sus castos oídos, por todos los dioses.

 

Weiß/Colonia, 13.3.

Qué linda la glosa de hoy en el diario. Por ella me entero de que han cambiado la megafonía en el Metro de Londres, y una voz robot sustituyó en la estación Embankment a la de Oswald Laurence, que se oía allí desde hace 40 años, advirtiendo cada tres minutos «Mind the Gap!», para que los viajeros se fijasen en el hueco entre el borde del andén y los trenes. Y ocurre que Margaret McCollum, la viuda de Laurence, desde que él murió en el 2007, transbordaba cada vez que podía en esa estación, incluso teniendo que hacer largos rodeos, tan sólo para oír la voz de su difunto esposo, sentadita en un banco del andén. Así es que al cambiar la megafonía, Mrs. McCollum hizo lo posible y lo imposible por rescatar la grabación de la voz, que le dieran al menos una copia, y ahora que se celebran los 150 años del primer Metro del mundo, la dirección del “tube” (como lo llaman los londinenses), conmovida, le ha prometido a Mrs. McCollum que la voz de su esposo volverá a ser oída en esa estación. Para que luego digan que los ingleses son fríos y secos. Amos, anda. El caso de Mrs. McCollum me recuerda un fandango del Alosno: «Hasta después de la muerte / te tengo que estar queriendo, / que muerto también se quiere; / yo te quiero con el alma, / y el alma nunca se muere». Ecco!

 

Leo, también en el diario, acerca de una curiosa iniciativa: 18 alemanas famosas (una diputada socialdemócrata, una jugadora de la selección nacional de fútbol, una estrella porno, etc.) han regalado sostenes suyos para que nueve pintoras, escultoras, diseñadoras, los convirtieran en obras de arte, y estas, a su vez, acaban de exponerse en la diputación provincial con motivo de una campaña destinada a promover la detección regular y prematura del cáncer de mama. A fin de desalentar al voyeurismo profesional, los sostenes fueron entregados de manera anónima y ni las propias artistas supieron a quiénes pertenecían los que transformaron en esos objetos expuestos. Pero me pregunto: si una de las donantes hubiera sido Marianne Sägebrecht, ¿cómo diablos disimularlo?

 

Weiß/Colonia, 14.3.

Y nieva y nieva y nieva. Diny se fue de nuevo a Holanda, a ver a Annie, y esta vez acompañada de Rebeca, a quien no quise disuadir, como hace dos semanas, cuando Annie todavía estaba en la clínica. Entonces convencí a Rebeca de que era mejor que conservase en el recuerdo la Annie con quien pasó en agosto unas vacaciones tan lindas. Pero ahora Annie está en su casa, son otras las circunstancias, el ambiente, y además han hablado mucho estos últimos días por teléfono. Y en fin, Annie es para Rebeca la mejor amiga que tiene en la familia, porque cuando niña, en casa de los abuelos, Annie –la hermana menor de su madre– fue como su hermana mayor, y las dos han mantenido una relación íntima todo el tiempo, yo creo que la más estrecha entre miembros de nuestra familia, si exceptúo la que mantienen Diny y Willy. Pensándolo a fondo, Rebeca es la más Bada y la más Hansen de nuestros hijos: los dioses la bendigan.

 

Hablando a calzón quitado, todo lo que tenga que ver con el Vaticano es para mí material reciclable como papel higiénico. Por lo tanto no soy un buen interlocutor en la materia, pero los amigos me asedian con sus comentarios. Leo la columna de Diego en El Colombiano, y le comento: «Comprenderás que la palomita que llaman Espíritu Santo no iba a dejar pasar la ocasión de inspirar la elección de alguien especializado en eludir responsabilidades, como el tal Bergoglio, que además comete de entrada la hipocresía bien tartufa (perdón por la redundancia) de adoptar el nombre del poverello de Asís, siendo un jesuita de los de la cáscara amarga (los hay de la cáscara dulce, sólo que a esos suelen matarlos los escuadrones de la muerte, como en El Salvador). Pero que conste que lo de Hans Küng (o Leonardo Boff) como papa no es mala idea». José Luis, a quien le paso mi comentario, me responde desde Marburgo que no coincide ni nosotros: «Los intelectuales son malísimos para gobernar gente y administrar, salvo rarísimas excepciones. Suelen tener el vicio de tener demasiado claro el deber ser, y eso es fatal para manejar volubles, cobardes, perezosos, ambiciosos: seres humanos. Al menos Ratzinger fue un intelectual que reconoció su ineptitud para el cargo, lucidez que no borra otras mil razones subterráneas». Le respondo: «Posiblemente tenés razón, pero esas rarísimas excepciones de que hablás me importan mucho. Y en este caso más, porque a mi entender el Papado sigue manejándose en los parámetros políticos que deberían haberse extinguido con el Tratado de Letrán. Pero no, ellos siguen creyendo que son los Estados Pontificios, y es por eso que se necesita gente como la que vos decís, que sepa gobernar. Es decir, por si me entendés mejor así: cuando se elige Papa no se elige la cabeza de una Iglesia, sino de un Estado, más aún, de una multinacional, y eso es lo jodido y de eso aún no se han dado cuenta; que lo que está en juego es la Iglesia, y no el Vaticano. Acabarán con ella sin percibir donde está el fallo. Por mí no hay problema, eso sí, que se acabe de una puta vez ese cáncer de la Historia». A un gran amigo muy querido le escribo: «Debo confesarte que al enterarme de que el nuevo jefe de la mafia vaticana es Bergoglio se me cayeron los palos del sombrajo. Y créeme que “la consternación del Opus Dei, de la extrema derecha colombiana, de los lefevrianos, de la misma señora Kirchner”, me trae sin cuidado; la que me afecta en el alma es la consternación de la gente limpia de corazón, como Osvaldo Bayer, Esther Andradi. A ti debería darte que pensar ese gesto tan tartufo de adoptar el nombre del poverello: la soberbia de autoidentificarse como humilde. En cualquier caso, una cosa es segura: ahora goza de inmunidad perpetua, la Justicia argentina no podrá reclamarlo más». Y a una gran amiga muy querida le digo que me parece como si los argentinos fueran a convertir al payaso vaticano en algo homologable a lo que es la guadalupana para los cantinflos: «Joder, ya no es sólo que Dios sea argentino (cosa que sabíamos desde el primer meo de Solís donde ahora está la Casa Rosada, che), es que además quedó demostrado ahora y nada menos que por inspiración del Espíritu Santo. Ay qué país el tuyo. Si hasta a su mano saludando la destacan en una primera plana con el titular «La mano de Dios», es decir, la consagración de la falta de fair play nada menos que en el balcón principal del Vaticano».

 

Se me ocurre un tuit doble que ya veremos a quien se lo afrijolo:

¿Bergoglio? Supongo que si no se quiso llamar Pío XIII es porque, como todo buen católico, debe ser supersticioso. [Sigue:]

Pero también porque el silencio de Pacelli ante Hitler le recordaría a todo el mundo el suyo ante Videla & Co.

 

Leo El señor Byculla, de Eric Linklater. No comparto la opinión de Raúl, que me envió el libro desde Madrid diciéndome que no es para tanto; pienso que sí lo es. Se trata de una narración medular, narración pura, una trama tan sencilla y al mismo tiempo tan sutil como una variante insólita en una apertura súper trillada de ajedrez. Me he leído de una sentada sus 170 páginas. Y sí comparto la opinión de Borges y de Bioy; claro que sí, Mr. Eric Linklater es un autor de lo mejor que hubo en la primera mitá del siglo XX en las letras inglesas. Escocesas, diría él.

 

Weiß/Colonia, 15.3.

Me escribe Susana desde Buenos Aires: «Eso del «fruto de mar» también a mí me hizo ruido toda la vida. Cosas del idioma. Y no te sorprendas de tus sapiencias germanas, a mí me pasaba algo parecido cuando vivía en Londres, a veces sorprendía a mis amigos con palabras que no todos conocían, y eso porque en Buenos Aires nos quedó un idioma victoriano con términos que ya no se usan. ¿Sabés con qué palabra los maravillé un día como el encantador de serpientes? ¡Con «impertinent»! Es fácil, a veces, sentirse importante, ¿no? Pero efímero, che, «aquel minuto de gloria» que le dicen». Le contesto que, «pensándolo bien, “fruto” posee una constelación semántica mayor que la de “fruta”, de modo y manera que si a un hijo se le puede llamar “fruto de tu vientre” (bendito en el caso de la joven esposa de José el carpintero), ¿por qué no llamar frutos a los hijos de la mar?  Pero lo que decís del habla de los aborígenes es muy cierto: tengo hecha la experiencia de que alemanes que no me conocen (qué te digo, en una oficina postal, en el tranvía, en un restaurante, siempre en ocasiones donde me preguntan algo) me miran con curiosidá cuando les respondo, sólo que no por el acento, que se me nota claramente que es el de un extranjero, sino por el léxico: hay palabras que esta pobre gente nada más conoce de haberlas visto impresas, de haberlas leído, nunca las emplean en su expresión oral».

 

Hoy ha terminado en el canal Arte la serie sobre el Rhin a vista de pájaro. En el capítulo de ayer, que Diny se perdió por su viaje a Holanda, apareció Weiß, es decir, el ferry de Weiß a Zündorf: no sabría explicar el porqué, pero me sentí orgulloso de que mi pueblito estuviese siendo visto en ese momento por miles y miles de personas. Qué bicho raro es el ser humano. En fin De los mil y un datos documentados en la serie, el que más me impresionó es esteen Duisburgo, el mayor puerto fluvial de Europa, hay 650 puentes, o sea, más que en Venecia. Ya es decir.

 

Weiß/Colonia, 16.3.

Inesperada visita de Paul mientras Diny duerme su siesta. Arguye que le había prometido venir a revisar su compu portátil. Dicho de otro modo: necesita financiarse el güíquén. Converso con él sobre sus estudios, sus planes de futuro; es resbaladizo como una anguila, me preocupa mucho este niño este niño gigante a quien tengo que mirar alzando la cabeza.

 

Durante una semana larga Colonia volvió a ser la ciudad librera por antonomasia del país. En esta edición de lit.Cologne han pasado por acá, entre muchos otros, P.D. James, Herta Müller, Amos Oz, Martin Walser, Eva Menasse, Almudena Grandes, Julian Barnes, y dos políticos con sus memorias, Gorbachov y Kofi Annan. Este, en una entrevista, refiere que lo suelen confundir con Morgan Freeman y le piden autógrafos, y él los firma sin problema como Morgan Freeman y luego se lo cuenta a él y se ríen mucho. ¡Qué pena!, pienso, a mí me han confundido a lo largo de mi vida con Carlos Saura, con Mauricio Kagel, con Arthur Miller, ¡lo que habría disfrutado yo firmando un autógrafo como cualquiera de ellos, en especial don Arturo, o mi buen Mauro!

 

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