A the fake president un tuitero alemán lo ha bautizado como “Espasti”, lo cual me parece un insulto gratuito e imperdonable a los espásticos.
De mi diario : Semana 15 / 2018
Weiß/Colonia, 8.4.
Montse & Frank pasan a buscar a Henri, pero antes de marcharse ya ha reparado Frank la falla que nos impedía ver la tele. Como yo me imaginaba, y así se lo dije ayer, la falla no me parecía que fuese del televisor mismo, sino del Receiver (¿cómo se llamará este cacharro en español?, “Receptor”, me sopla Miss Hortensia Google), así es que Frank vino hoy con un receptor viejo que tenía en casa y que todavía funciona. Pero ni siquiera tuvo necesidad de conectarlo, se dio cuenta de que en el receptor nuestro se había desprogramado algo, lo reprogramó… et voilá! Fiat televisionum! Me alegro por Diny, a quien iban a terminar por achicársele los ojos de tanto tener que ver sus programas favoritos en la pantallita de su compu portátil.
La entrevista del fin de semana, en el diario, es con Scott Eastwood, hijo del gran Clint. Cuenta lo siguiente: «De mis padres he aprendido a tratar con respeto a los demás. […] Mi padre me ha contado mucho de su infancia. Nació en 1930 y creció durante la Gran Depresión. Su familia tuvo que luchar a diario para sobrevivir. Aún recuerdo cómo me contó que un día llamó a la puerta de la casa un hombre vestido con harapos y le mendigó trabajo a mi abuela. Como pago por un día entero de trabajo sólo quería un panecillo con algo de embutido. Tan desesperado estaba. Esa miseria le dejó una gran impresión a mi padre, y también a mí». Al leerlo pienso que nunca les he contado a mis hijos de las gitanas (eran sobre todo mujeres) que llamaban a la puerta de nuestra casa, en los terribles años del hambre, para pedir una limosna o al menos algo que comer. Siempre era yo quien acudía a abrir la puerta, bien para darles algo (si podíamos) o para decirles que lo sentía, pero que tampoco nosotros teníamos nada (era la pura verdad). Pensándolo bien, ni siquiera mi propio hermano supo de eso, era un bebé todavía por aquellos años. Y entiendo que unas vivencias así marcaran a Clint Eastwood, vaya si lo entiendo. Sólo que ahora, después de leer esta entrevista, me resulta mucho más difícil que antes pensar que Clint Eastwood fue una de las pocas estrellas de Hollywood que apoyó la campaña del hoy fake president. A quien, por cierto, algún que otro tuitero alemán ha bautizado como “Espasti”, lo cual me parece un insulto gratuito e imperdonable a los espásticos.
Repiten a partir de hoy la primera temporada del joven Morse (¡sensacional, me perdí en su día el primer episodio!) y hora y ½ después comienzan a transmitir la sexta del viejo Beck («Beck is back!») Ahora Beck ya no es el jefe de una brigada de homicidios sino tan sólo un jubilado que actúa como consejero, igual que Lewis en Oxford con Hathaway. Pero el artificio les salió “más mijor” (© by Cantinflas) a los ingleses que a los suecos. A los ingleses les quedó perfecta la asesoría de Lewis jubilado, pero a los suecos, no, la meten con calzador en la trama y además se les nota enseguida la falta del mordiente que era la presencia de Gunvald Larsson. Y además les sobra el vecino imbécil de Beck, que Gunvald hubiera debido cargarse antes de crepar él.
Weiß/Colonia, 9.4.
1:30 am : Acabo de ver la 9.ª de Beethoven en la coreografía de Maurice Bejart, retransmitida por Arte. Una maravilla, pero sin perder nunca de vista que al mismo tiempo es un ejercicio de gimnasia sincrónica entre la partitura y la coreografía como tal, amén de que muchos de los aciertos no pueden verlos los espectadores en el teatro sino tan sólo los telespectadores gracias a la multitud de cámaras usadas para la filmación.
La dermatóloga me vaticina dos sesiones más (con suerte quizá sólo una) para dar por acabado su trabajo con la planta de mi pie izquierdo. Estoy seguro de que ni Miguel Ángel tardó tanto en tallar la pierna izquierda completa de su Moisés.
Nuestro sobrino Dirk y su compañera Nanet ya son padres de una niña a la que llaman Lise–Sophie, y en la tarjeta ad hoc comunicándonos el natalicio encuentro esta sentencia neerlandesa que traduzo a mano alzada: «La dicha se encuentra a menudo en lo pequeño, pero que algo tan pequeño pudiera ser algo tan grande es una cosa que jamás habíamos imaginado».
Martha le pidió a Esther que participase en la sesión del viernes, en la Uni de Florencia, con un texto bajo el rótulo “Ricardo Bada releído” y mi deuda estherna me manda el borrador, para que lo revise por si las que ni labráis como abejas ni brilláis cual mariposas. Es un texto que lo leo y me parece que está hablándome de alguien a quien conozco pero que en mi percepción no es así. Lo leo casi como un texto pirandelliano, me siento un personaje que busca su autor y se encuentra consigo mismo pero en una versión tan mejorada que le resulta increíble. Sea como fuere, y en todo caso, es un texto que destila amistad y un hondo afecto, es un texto entrañable. No sé cómo agradecérselo. A no ser condonándole la deuda. Veremos, como decía Homero.
La semana pasada, en este diario, cuando reseñé la conversación con Jens, el fisioterapeuta, acerca de mis actores preferidos, me dejé en el tintero a Errol Flynn, Spencer Tracy, Clark Gable, Lee J. Cobb, Sidney Poitier, Richard Widmark, Burt Lancaster y, por Dios, Humphrey Bogart, ¡cómo me pude olvidar de él! Me he dado cuenta recién hoy, repasando páginas de mi diario a la búsqueda de un dato que finalmente no encontré. Buenas tardes, Dr. Alzheimer.
Weiß/Colonia, 10.4.
En La Modicana, hoy, nos acompañan Claudia & Javier, que en un par de días regresará a Inglaterra, a su nuevo laburo en Bath. Entre los muchos temas que tocamos uno de los ellos fue el hablar al revés, “al vesre”, tan cultivado en el Río de la Plata, y creo que se asombraron un poco cuando les revelé que esa era una moda en la parla madrileña del siglo XVIII, según dejó constancia de ello el viejo Moratín en su Arte de las putas: «Ni tampoco tu boca obscena diga, / si no es en muy precisa coyuntura, / jocara, derjo, nesjoco ni ñoco / (trasposición se llama esta figura». Y es que no hay nada nuevo bajo el sol. Ni bajo la luna. ¿Quién podría asegurarnos que Aristóteles no escribiese al vesre y por eso hay pasajes en sus tratados que desafìan cualquier exégesis? A mí no me extrañaría nada, como tantas otras cosas en este mundo.
Weiß/Colonia, 11.4.
En el foro de mi columna de EE un lector me dejó el día 9 este comentario: «Es cierto que el padre Las Casas recomendó traer esclavos africanos para reemplazar a los indígenas en las pesadas labores en los socavones de las minas de oro y plata de las colonias españolas en América, pero también es cierto que se arrepintió de ello y no pongo en duda su contrición, me parece que dijo algo así como que el remedio fue tan malo o peor que la enfermedad». Le he contestado apenas visto: «Gracias por leerme, y le contesto tarde porque no contaba ya con más participación en el foro. De acuerdo en que el Padre Las Casas terminó arrepintiéndose de su funesta recomendación, pero a mí lo que me asombra es que la hubiese formulado cuando lo hizo. Se trataba de un hombre ilustrado pero que, al parecer, tenía prejuicios raciales y para quien los negros no eran cabalmente seres humanos». Al pulsar para enviar el comentario a la página apareció en pantalla una advertencia: «Este mensaje no podrá ser publicado debido a incumplimientos en la política de Términos y condiciones de El Espectador». Como no soy consciente de haber incumplido tal política ni tales condiciones, insisto hasta conseguir que el maldito sistema me acepte el texto. Faltaría más, que una máquina me dé órdenes.
Allá en sus Asturias patria querida, mi querido Juan Carlos leyó en mi diario que yo estaba orgulloso de haber hecho la carrera de Leyes en la ex fábrica de tabacos de Sevilla, y me dice que a él le dieron el premio extraordinario de doctorado en otro edificio histórico, el de la Universidad de Oviedo, que mantiene en sus paredes las señales de los balazos recibidos en la revolución de 1934, sofocada a sangre y a fuego por el inferiocre. Le respondo que «la fábrica de tabacos de Sevilla no es el único edificio histórico y con solera que hay en mi vida. Ocurre que no quise hacer las milicias universitarias, para no encajarle a mi padre un oficial franquista (aunque fuese de complemento), y me tocó, pues, hacer el servicio militar común y silvestre. Tuve suerte de que en el sorteo me tocó la I.ª Región y en ella, Madrid. Mi padre movió algunas de sus influencias para que no fuese a dar en un cuartel sino en alguna institución no cuartelaria y así fue que me destinaron al batallón de infantería del ministerio del Ejército, que era una unidad de élite con sede en el palacio de Buenavista, nada menos que en la Cibeles. Pero, eso sí, el periodo de instrucción no se podía eludir, y aquel año el batallón estrenó campamento, en las afueras de El Escorial, campamento que en gran parte construimos nosotros mismos. Y se conoce que para recompensarnos y porque el batallón era una unidad de élite (con el privilegio de tocar el himno nacional con gaitas) y porque era el 25.º año de la paz franquista (1961, lo recordarás), se nos concedió otro privilegio –nunca repetido con otro cuerpo de ejército–, que fue el de jurar bandera en el patio de Reyes del monasterio. Y luego de la instrucción y la jura de bandera, ya en Madrid me destinaron al Tribunal Supremo de Justicia Militar, departamento de Pensiones, ubicado en un precioso palacio con jardín, en plena Castellana, entre Colón y Castelar, donde pasé un año escribiendo dos novelas. Ninguna de las cuales, gracias sean dadas a los dioses, se publicó (ni se publicará) nunca. Ya ves todo lo que me has hecho recordar».
Termino la lectura del tercer episodio de la saga de Gereon Rath. Encontré en él una frase muy gráfica, hablando de los tranvías eléctricos que circulaban por los años 30 en Berlín. Dice así: «El resto del trayecto tuvo que hacerlo con el eléctrico y el [de la línea] 90 traqueteaba más bien cansinamente por el asfalto, pero sobre todo se detenía delante de todos los buzones de correos». Es la versión berlinesa del “tren lechero [o botijo]” en nuestro idioma. En Holanda, de los trenes lecheros o botijos suele decirse que «se detienen cada vez que llegan a un árbol corpulento».
Weiß/Colonia, 12.4.
En una carta a su madre, el 3.2.1850, desde El Cairo, le escribe Flaubert: «Lo único que les pido a mis congéneres es que me dejen en paz, como yo a ellos». Y a su amigo Louis Bouilhet, cuatro meses después, el 4.6., desde el Alto Egipto: «En Karnak tuvimos una impresión de [lo que debe ser] la vida de un gigante. Una noche, devorado por los mosquitos, dormí al pìe del coloso de Memnón. A este viejo tunante lo siente uno como algo magnífico, cubierto de inscripciones. Inscripciones y mierda de pájaros son el único adorno de estas ruinas. A veces se ve un obelisco grande, derecho como una vela, con una larga franja blanca que lo cubre como un tapiz en toda su dimensión, más ancho cerca de la cúspide y estrechándose conforme desciende. Los buitres cagan ahí desde hace siglos. Produce un efecto muy lindo y es de un extraordinario “simbolismo”. La Naturaleza les ha dicho a los monumentos egipcios: “¿No queréis saber nada de mí, las semillas de los líquenes no germinan en vosotros? De acuerdo, entonces me voy a cagar en vosotros”». Y que don Gustavo no tenía pelos en la lengua puede leerse también en otra carta a su madre, el 20.8., siempre del mismo año, desde Jerusalén: «Con este mismo correo le mando una carta a Bouilhet. Le he contado acerca de la impresión religiosa que me han hecho los lugares sagrados, o sea, que no me han dicho nada en absoluto. El refrán árabe “Desconfía del peregrino” tiene razón. Realmente, de un peregrinaje sólo se puede regresar menos piadoso de lo que se era antes de emprenderlo. Lo que aquí se ve de vergonzoso, de granujerías, de simonía y de cosas sucias de cualquier especie, sobrepasa la medida habitual. Estos santos lugares no impresionan en lo más mínimo. La mentira es harto evidente en todas partes. [Y] por lo que respecta al lado artístico, las iglesias de Bretaña son museos rafaelistas en la comparación».
Weiß/Colonia, 13.4.
2:45 pm : A estas horas ya habrá terminado en Florencia, en su Universidad, la sesión dedicada a mi cuento “La oración fúnebre”. Yo tendría que haber estado allá y haber contestado todas las preguntas que quisieran hacerme los estudiantes. No pudo ser. More melancólico, esta noche me serviré un Single Malt de 12 años a la eterna salud del Dante y su Beatrice.
Hace unos días le pedí a TD que me devolviese mi ejemplar de Katrina, la singular novela de Sally Salminen que le presté hace un par de años y que quiero releer antes de mandarme mudar al valle de Josafat. Hoy, el cartero me trae hasta la puerta un paquete voluminoso y que no cabe por la hendidura del buzón. Me extraña lo grande del paquete, pero cuando lo abro sé a qué se debe tanto volumen. Siempre fiel a mis costumbres, también a TD le acuso recibo del envío: «Gracias por la devolución de Katrina. En cuanto a los ejemplares de los dos libros de Susana Sisman dedicados personalmente a vos, ignoro por qué me los mandás en el mismo paquete, pero en todo caso yo no cometería nunca la grosería de desprenderme de dos libros dedicados personalmente a mí, enviándoselos a un tercero». De este email le pasé copia a mi Susanita del alma, en mi Güeno Saire querido que yyya no volveré a ver, y ella me contesta: «¿Sabés qué hago cuando viajo? Siempre llevo algún ejemplar por si me encuentro con alguien interesado. Si al final del viaje no apareció nadie, me meto en un hotel bueno, y lo dejo en un sillón o una mesita. Ellos siempre tienen una biblioteca de lo que dejan sus huéspedes. Eso sí, por favor, arrancales la página con la dedicatoria».
Weiß/Colonia, 14.4.
El diario al que estamos suscritos, el Köner Stadt Anzeiger, llevó a cabo una encuesta bastante peluda (Cortázar dixit!) para establecer en cuál de los 86 barrios de Colonia se vive mejor. Y lo que es en Weiß no nos podemos quejar. Quedamos en la posición 8 entre los barrios mejor calificados por sus propios habitantes; en la posición 4 de superficies verdes; en la posición 3 como barrio especialmente limpio; y en la posición 2 en tres rubros de los más importantes: la seguridad, el sentimiento comunitario y la amabilidad con los niños. Sería cosa de gritar alguna paráfrasis del “¡Viva Alcorcón, que es mi pueblo!”, pero no se me ocurre ninguna en alemán.
En el cuadernillo de esquelas fúnebres del diario, una esquela fúnebre recordatoria. Se cuentan ya tres años de la muerte de Miriam Scheidel, una estudiante de 19 años recién cumplidos que fue víctima de un acto tan salvaje como casi impune hasta la fecha. Es un “deporte” que se ha puesto de moda entre homínidos descerebrados que conciertan carreras à lo Fórmula 1, con sus autos con motores trucados para velocidades inusuales, en calles de la ciudad, donde aceleran sus bólidos haciendo caso omiso de semáforos, pasos de cebra, preferencias de paso, y last but not least, de vidas humanas, de las que ya se han cobrado varias. La de Miriam Scheidel fue en Colonia, casi a la orilla del Rhin. Dice el texto en que la recuerda su familia: «Tus planes y los nuestros terminaron en una mata de zarzamoras en el Camino de la Pradera, de un segundo para el otro». Lo que siempre me pregunto en estos casos es cómo es posible que haya abogados que se presten a defender a esas malas bestias que lo menos que se merecen es una jaula en el Zoo. En la de los cocodrilos los encerraría yo.
Se me ha ocurrido un tuit nuevo: «Un homosexual andaluz me dijo un día que yo tenía una cabeza de emperador romano. Desde entonces, cada vez que me miro al espejo, más me convenzo de que fue una declaración de amor. De un amor ciego».
***************THE END***************
¡Ay amigo, si te dejaste a
¡Ay amigo, si te dejaste a medio «Jolibú» en el tintero…!
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