Weiß/Colonia, 19.4.
2:10 am : La conjura contra Lincoln, se titula en alemán la peli que en español La conspiración y en inglés El conspirador. Los Estados Unidos son un país donde el crimen político se ha practicado desde la legalidad, al menos desde 1865. Son muy conocidos los casos de Sacco & Vanzetti y de los esposos Rosenberg, menos conocido es el de esta mujer a la que Robert Redford rescata del olvido, Mary Surratt, la primera víctima de un asesinato a nivel federal.
En la edición finisemanal del diario, gran foto en la portada con la flor y nata de la política alemana en la catedral de Colonia, el viernes, para el acto en memoria de los 150 muertos del accidente del avión de Germanwings que su copiloto estrelló en los Alpes franceses. Titular: NO ESTÁIS SOLOS (evidentemente dirigido a los familiares de las víctimas). Luego, toda la página tres dedicada al acto y a los discursos. El cronista dice que este es uno de esos momentos en que cobra valor la expresióm “representante del pueblo” aplicada a los políticos: el presidente federal, Gauck, lo demuestra una vez más, y con creces, al ser el único de los oradores que en sus palabras alude al dolor de los padres del copiloto suicida, quienes también han sufrido la pérdida de un ser querido. A su lado, en las gradas del altar, arden 150 velas, todas iguales, no hay ninguna diferencia entre una de ellas y las 149 restantes. Terminó diciendo: «Acá, en la catedral de Colonia, se venera a los Reyes Magos. Se cuenta que siguieron a una estrella que a través de la oscuridad los condujo a su meta. Eso es lo que les deseo a todos los que hoy se lamentan y se duelen y lloran por sus seres queridos, eso es lo que nos deseo a todos para quienes seguir viviendo a veces lo sentimos como una carga: nos deseo una estrella que nos guíe a través de la oscuridad de nuestras vidas. Que nos acompañe y nos conduzca, y que nos diga “No estás solo”». Así es como debe de hablar un estadista, y Gauck lo es.
Almuerzo en La Modicana con Carlitos y Ulli, y por la tarde, después de la siesta, gran empujón al borrador del texto de la conferencia de Hamburgo. Ya veo el pinche túnel al final de taaaanta luz, alabado sea el santísimo sacramento del altar.
Weiß/Colonia, 20.4.
Yendo de safari en la red, en busca de materiales para The Twitter’s Digest encontré un trino infeliz en @serfelizmicolor: «La ceguera de preguntar cuándo comienza la música celestial si siempre está sonando». ¿Ceguera? ¿No debería haber escrito “sordera”?
Acudo a la oficina postal a despacharle a Maysi el número monográfico de Aurora Boreal dedicado a la literatura ecuatoriana, y como La Modicana está cerrada los lunes al mediodía y no tengo ganas de cocinar, pero tampoco de comida china, acudo al antiguo Biggiani, en Weiß, a la orilla del Rhin, y a sentarme en la terraza abierta, con el río padre a la vista, cosa que nunca puedo hacer cuando voy con Carlitos, quien odia comer al aire libre. Pero, a) no me pude quedar en la terraza porque había una corriente de aire que me hizo temer una nueva recaída en la pulmonía, y b) gran decepción los canelones que encargué. La cocina está en otras manos, evidentemente. Eso me pasa por ponerme a experimentar. En el pecado llevo la penitencia.
Después de la siesta, en la cocina, sentado en el taburete, esperando que termine de hervir el agua para mi café, me recreo mirando el cerezo ornamental japonés en todo el esplendor de su floración y ungido por el sol de las 5:30 de la tarde, y me parece como si estuviera oyendo, él, la voz de Goethe diciéndole: «¡Detente, instante, eres tan bello!» Y que le obedeciera.
Weiß/Colonia, 21.4.
0:10 am : Eastern Promises, no llevo ya la cuenta de las veces que la he visto, pero sé que la voy a seguir viendo cada vez que la pasen. Y que todas y cada una de las veces me voy a acordar de lo que le dije a Chico el día del estreno en Colonia, que lo vimos juntos, en el Off Broadway: «Chico, esto que acabamos de ver es lo que muy pronto van a llamar un clásico, pero es que ya lo es, desde el vamos, antes de que se lo llamen». Como así fue.
Con Carlitos a La Modicana, y con Diny, que se nos añade porque Vincent anda con la fiebre del heno y Angie se ha quedado con él para cuidarlo. Y de La Modicana al endocrinólogo, en un lugar que le pilla de camino a Carlitos yendo a casa, así es que me lleva allá. El Dr. Deuß resulta ser un tipo simpático con un gran bigote rubio no muy poblado pero sí extendido a los costados como si fuesen las alas de una libélula. Descubro detrás de su mesa, en la pared, una foto de un cartel que dice AGUAS DE ALTA MONTAÑA, en castellano, y le pregunto que dónde hizo esa foto, me dice que en una de las veces que ha subido ¡¡al Mulhacén!!, me quedo casi mudo de la sorpresa, pero luego le hablo de Lanjarón, que era la residencia de verano de los reyes nazaríes, y cuyas aguas son tan ricas. En cuanto a mis sudoraciones, toma nota de todo lo que le digo y me emplaza para el jueves próximo a las 9 am, en ayunas, para extracción de sangre. Me da la impresión de que soy un caso sencillo, porque me dice que el resultado del análisis, si es lo que él espera, me lo pasará por teléfono, sin necesidad de acudir de nuevo a la consulta.
Un trino que me encantó traducir y se lo regalé a Favianita, en vísperas de su cumpleaños :
. @Regendelfin (traducción del alemán: Ricardo Bada): ¡A este maldito autocorrector que le den por el colon!
— Faviana García (@soyofav) abril 21, 2015
Weiß/Colonia, 22.4.
Dialogo vía email con Julio acerca de Galeano, me dice: «Sinceramente, no eran de mi agrado sus libros. Si bien ofrecía datos, sus lecturas eran mayormente simplistas. Pero siempre me generó un profundo respeto su integridad». Le contesto: «Una de las cosas que más me jodía de la escritura de Eduardo era su cansino recurrir a los diminutivos. Y él y Helena lo sabían porque teníamos, eso sí, una enorme sinceridad mutua. Y te cuento que una vez, en Fráncfort, allá por 1990, en la feria del libro, hubo una lectura de autores latinoamericanos, entre ellos Eduardo, y me los encontré, a Helena y Eduardo y estuvimos tomando café juntos haciendo tiempo hasta la hora de la lectura, y Eduardo como es lógico se fue entonces al fondo de la sala, donde estaban el estrado con la mesa y los otros autores, y Helena se sentó muy atrás, como era su costumbre, y yo a su lado, y ella se extrañó porque sabía que aborrezco ese tipo de lecturas. Le dije: “No te preocupés que me voy a quedar poco tiempo, sólo hasta el primer diminutivo”. El primer autor que leía era Eduardo, y empezó diciendo: “Buenas tardes, gracias por haber venido. Les voy a leer unos textitos…”, y me volví hacia Helena y le dije “¿Viste que me iba a quedar poco acá?”, y nos reímos sin armar bulla, le di un beso y me fui. Nuestra amistad jamás se resintió de esa divergencia de pareceres». Julio me contesta: «Tu anécdota me recuerda a un profesor que tuve que era especialista en Beethoven y que independiente del tema que tocara, siempre llegaba a su compositor favorito. Nos sorprendimos cuando anunció un seminario sobre canto gregoriano y la apuesta que hicimos yo y unos amigos era cuánto demoraba en llegar desde la monodia medieval europea al titán de Bonn. En la primera sesión, el profesor abrió el seminario diciendo algo más o menos así: ”Queridos alumnos, en este seminario dejo de lado mi especialidad, como ustedes saben, la música de Beethoven, para dedicarme a los cantos unísonos de los monjes católicos”. Te puedes imaginar la cara de desconcierto que puso cuando estallamos en risas».
Weiß/Colonia, 23.4.
En el diario aparece hoy una crónica de Bonn, donde muchas calles están embellecidas por la presencia de cerezos ornamentales japoneses, las fotos son elocuentes. Y gracias a la crónica me vengo a enterar de que el cerezo que tengo a mi izquierda, al otro lado de la ventana del Eßecke [=rincón–comedor] es de la especie prunus serrulata amanogawa. Este contubernio del latín y el japonés es algo así como el esperanto de la Botánica. Rosa rosae jacquesbrelis ikebana!
Estuve pensando en el tema del uso de los diminutivos. Julio Camba tiene un artículo delicioso, en Alemania, comentando sus apuros para aprender el género de los sustantivos en el idioma alemán, donde, por ejemplo, para decirlo en español, los cubiertos se nombran de este modo: el cuchara, la tenedor, lo cuchillo. Pero Camba descubre que en alemán, y sin excepción, todos los diminutivos son neutros, así es que empieza a hablar en diminutivo, hasta un buen día en que se encuentra con lo que yo describí hace tiempo en un trino en Twitter acerca del neerlandés: «En neerlandés es normal hablar usando muchos diminutivos, pero si uno dice “rascacielitos” te van a mirar raro». Y sí, en Holanda el diminutivo también está a la orden del día, no sé si me dará razón la estadística pero tengo la impresión de que en los Países Bajos una de cada tres o cuatro palabras que se usan son diminutivos: un regalo no es un simple kado, sino un kadotje, y hasta la terrina de Danone no es un danone sino un danontje. Alguna vez he pensado que la razón por la cual los uruguayos hablan con tantos diminutivos es el tamaño del país. Y sí, ellos se refieren al suyo llamándolo el paisito, algo que ¡¡nunca!! se le ocurriría a un brasileño, aunque dispusiera de la mayor capacidad de understatement del mundo entero y un par de galaxias aledañas.
Llega Diny para decirme que Goytisolo llegó a la entrega del Cervantes vestido de paisano y pronunció el mejor discurso de la historia de los premios, y el más breve. Pues claro que sí, le digo, porque Juan sabe de sobra que menos siempre es más. Luego busco el texto íntegro del discurso y me saco el sombrero una vez más ante alguien como Juan, que es una de las personas más íntegras, sencillas y cariñosas que el Destino me hizo conocer. De todos los encuentros que hemos tenido nunca olvidaré dos. Uno, en Wolfsburgo, adonde acudió para dar una charla en una sesión cultural anual patrocinada por la Volkswagen, y los señores de la VW consideraron su deber cumplido una vez que lo recibieron y aplaudieron su discurso, aun sin entenderlo: pero después lo dejaron más solo que la una, y menos mal que yo había ido allá a cubrir el evento para mi emisora, de manera que hicimos rancho aparte y nos divertimos contándonos batallitas. La otra vez fue en la feria del libro de Fráncfort, donde iba paseando y de pronto me descubrió desvencijado en una silla del pabellón de una editorial española, tras una jornada laboral que había sido particularmente intensa, y abandonó a los gorilas editoriales que lo tenían poco menos que secuestrado, para sentarse a mi lado a platicar, contando con la impagable infraestructura de apoyo de The Balcells Girls, que al vernos juntos nos traían whisky y almendritas para picar.
Termino el primer borrador del texto de la conferencia de Hamburgo, ¡alabado sea el santísimo sacramento del altar! Ahora sólo me toca reducir a 36.000 espacios [=40’] los 38.985 en que se encuentra. Pero esa no va a ser tarea difícil, lo peliagudo ya quedó atrás.
[Tres horas más tarde retomo el borrador armado de una buena lija, nada de tijeras, y dejo el manuscrito listo para entrar a matar recibiendo: ahora ya sólo son 36.234, y rompo el molde].
Weiß/Colonia, 24.4.
Durante la escritura del texto de mi conferencia sobre Altisidora, a quien impropiamente llamo “la Lolita del Quijote”, tuve que consultar de manera constante el libro de Cervantes. Ayer me dio la ventolera por leer los prólogos de la edición del IV centenario, y apenas empecé a leer el primero, el de Vargas Llosa, ya me estaba riendo. El prólogo comienza diciendo: «Antes que nada, Don Quijote de la Mancha, la inmortal novela de Cervantes, es una imagen: la de un hidalgo cincuentón, embutido en una armadura anacrónica y tan esquelético como su caballo, que, acompañado por un campesino basto y gordinflón montado en un asno, que hace las veces de escudero, recorre las llanuras de la Mancha». Entendido: el asno hace las veces de escudero. ¿Y por qué no?, pensé, quizás es un homenaje subliminal a uno de los traspiés más conocidos del libro de don Miguel, cuando en el capítulo VI de la Iª parte dice que el cura «pidió las llaves a la sobrina del aposento». ¡Eso sí que es realismo mágico!, ¡aposentos que tienen sobrinas!
Weiß/Colonia, 25.4.
Andrés me pasa el enlace con un artículo de la nueva traductora del más famoso cuento de Kafka, planteándose ella una vez más cómo traducir su título. Le comento a Andrés que en Octubre 1982, conversando con Borges en su hotel de Stuttgart, antes de acudir a su célebre y deseado encuentro con Ernst Jünger, me dijo que él no había traducido ese cuento y que a su juicio lo de La metamorfosis era un error, que es evidente que Die Verwandlung significa en alemán algo distinto Yo le dije que en realidad, y a mi juicio, la adopción de ese título era una reverencia de los editores argentinos a la versión francesa. Y añadí que Der Butt, la novela de Günter Grass, por fortuna se publicó primero en España, con el título El rodaballo, porque si se llega a editar en la Argentina seguramente la hubiesen titulado El pleuronecto, siguiendo las directrices parisinas. Nos reímos y admitió que muy bien pudiera ser así.
No sé de dónde saca Andrés que yo sea germanófilo. Suponiendo que todo fuera tan sencillo que se pudiese resolver a través de filias y fobias, yo sería más bien un anglófilo gringófobo, pero por dicha no todo se puede resolver a través de fobias y filias, porque adónde carajo encajaría yo en mi gringofobia la pasión que siento por el jazz y por Faulkner, para poner nada más que dos ejemplos. Y adónde encajar en mi anglofilia mi rechazo a su idioma y a su sistema de castas sociales (que perdura, aunque no se note). No, para nada soy germanófilo, si acaso, si acaso, germanofílico: padezco a Alemania y por Alemania como el hemofílico su mal.
Desde las 2 pm hemos tenido en casa a Franchi, el viejo jardinero y factótum polaco, y un joven ruso que encaja en el tipo de eso que los alemanes llaman “un armario normando”, y en menos de cuatro horas han retirado la vieja tina del cuarto de baño e instalado una nueva, dejando el cuarto impecablemente limpio, sin un cascote ni un chafarrinón de emplaste, ¡se diría que son alumnos de Diny! El chico ruso habla alemán a la perfección, está estudiando en la Uni y no le pregunté qué, esperando que él mismo me lo dijera, pero no. En cualquier caso, es evidente por qué los maestros de obras en Alemania prefieren el trabajo “negro” de los europeos orientales, y muy en especial de los polacos y rusos: son de una eficiencia casi sobrenatural.
Susana y un par de amigas viajarán por Europa en junio y pasarán una semana en Ámsterdam, en un departamento que han alquilado. Al abrir hoy la estafeta me encontré un email suyo en el que me pregunta: «¿En Amsterdam, el tomacorriente lleva enchufes iguales a los de Alemania? Porque cuando fui a Berlin compré un adaptador y quería saber si lo llevo para Holanda también o es diferente». Le contesto: «Yyyo cuando voy a Holanda no yyyevo nunca ningún adaptador, pero además tenés que mirar la descripción del depto. que alquilaron, porque si en él se necesita algún tomaCorrientesTresCuatroOcho distinto, tendrían que advertírselo, así como si el depto. dispone de un telefón que contesta, de una victrola que yyyora viejos tangos de mi flor, y de un gato de porcelana pa que no maúyyye al amor». Vamos, es lo mínimo, diría yo.
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